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Raúl Fernández: “El boxeo evitó que fuera un delincuente”

Foto: César A. Rodriguez.

Foto: César A. Rodriguez.
Foto: César A. Rodriguez.

El profesor Raúl Fernández Liranza (La Habana, 1952) es uno de los símbolos vivientes de la Escuela Cubana de Boxeo (ECB). Casi todos los aficionados le conocen porque durante más de tres décadas ha estado en las esquinas de los cuadriláteros sobre los que nuestros fajadores han escrito páginas de imborrable gloria.

Acompañó a Alcides Sagarra y Sarbelio Fuentes en la época de oro del pugilismo revolucionario, y ahora brinda su experiencia al timonel de los Domadores, el guantanamero Rolando Acebal.

Se trata de un hombre serio, exigente, audaz, sabio, imperturbable y sereno para afrontar las situaciones difíciles. Guarda en la memoria muchos instantes mágicos acontecidos entre las cuerdas, y algunos tristes, muy tristes, con los cuales ha aprendido a vivir.

Su vocación de superación lo llevó a graduarse como Máster en Ciencias del Deporte, y actualmente perfila su tesis doctoral.

¿Por qué y cómo llegó al mundo de los rectos y los jabs?

Vivía en La Habana Vieja, al doblar de la famosa Arena Trejo, un gimnasio que siempre estaba lleno de boxeadores de calidad, algunos de los cuales habían sido profesionales y enseñaban a los muchachos del lugar. Cuando tenía 11 mis amigos terminaban las clases y se iban a entrenar, así que me embullé y empecé también.

Llegué hasta la categoría juvenil y competí en torneos por equipos y el Playa Girón, pero nunca fui un púgil de alto nivel. En honor a la verdad hay que decir que era bastante malo. Por eso me “retiré” a los 19 años siendo matrícula y capitán del equipo de Matanzas.

¿Pasar a entrenador fue una especie de consuelo?

Mis profesores matanceros, sobre todo el difunto Modesto Gálvez, insistieron para que aceptara ese reto. Valoraban mi seriedad y el carácter que mostraba en el gimnasio. Estuve cuatro años allí.

Se habla poco del boxeo cubano de la década de 1960…

Concluida la era del profesionalismo hicieron falta solo unos años para que despegara el amateurismo. Ya en los Juegos Olímpicos de México 1968 se alcanzaron dos medallas de plata y en Múnich 1972 tres de oro. Los Panamericanos se empezaron a ganar desde Winnipeg 1967. Este deporte fue siempre popular en nuestro país, y en aquella etapa todavía lo practicaban los jóvenes de más bajo estrato social. En mi barrio había que estar fajado las 24 horas del día, por eso digo que el boxeo evitó que fuera un delincuente.

¿Por qué siendo tan viril posibilita educar a las personas?

Una de las razones es que exige decisión, actitud, formación y disciplina para soportar el rigor de la preparación. La otra tiene que ver con los entrenadores. En mi época de alumno no tenían tanta pedagogía, pero ejercían un rol paternal que les permitía hacer de nosotros lo que querían. Hoy seguimos esa tradición de alguna manera porque sentimos a los atletas como hijos propios.

¿Cómo logró pasar al staff de Alcides en la “Finca”?

Cuando vine para La Habana comencé a trabajar en la base, en las regiones de San José, Campo Florido y Habana del Este. Debido a mis buenos resultados pasé en 1976 a la academia provincial y dos años más tarde me nombraron su director técnico. En 1981 empecé a viajar con la preselección nacional gracias a que Sagarra tenía un plan de captación y formación de jóvenes entrenadores, y en 1983 me trasladé definitivamente hacia la Escuela Nacional de Boxeo.

Foto: César A. Rodriguez.

¿Qué encontró al llegar allí como miembro pleno de la cátedra?

Una labor de formación consolidada y a maestros exitosos, algunos de los cuales habían fundado la ECB: Alcides, Sarbelio, Honorato Espinoza, Enrique Gasmuri y Pablo Torres, entre otros. Siempre recibí apoyo de ellos y en varias ocasiones, estando en el exterior, me encargaron subir al ring a figuras de muy elevado prestigio internacional. Aquello me impactaba, pero me ofreció confianza.

Seguro recuerda quienes fueron sus primeros pupilos…

Entre otros trabajé con Jorge Luis González, Pedro Orlando Reyes, Aurelio Toyo, Pedro Cárdenas, Ramón Ledón y Ramón Goire. Era un período de alta rivalidad pese a la amistad que existía entre los muchachos. El incentivo máximo era obtener la medalla de oro en cualquier evento, pues viajábamos con dos pesos diarios. En el equipo llegamos a contar con 70 púgiles y todos se desarrollaban a la vez, ya que la economía del país lo permitía. Hoy no es así.

A fines de la década de los 80 cosechó lauros inolvidables…

Celebré mis primeros campeones panamericanos y las coronas mundiales de Enrique Carrión y Roberto Balado en Moscú 1989. Luego, el capitalino logró ser campeón olímpico y mejor boxeador en Barcelona 1992. Fue una etapa de consolidación de mi carrera.

La muerte de Balado todavía le sobrecoge…

Fue como un hijo para mí, empecé a entrenarlo desde los 13 años y murió a los 25. Estuve presente desde su primera pelea hasta la última, desde su primera medalla hasta la última. Participé en todo. Me regaló satisfacciones que jamás podré olvidar.

No hemos vuelto a tener un supercompleto con su maestría…

Roberto acabó con el mito de que los pesos completos debían ser altos, fuertes y de pegada. Era bajito, gordito, y se impuso sobre grandulones gracias a su mentalidad boxística y la velocidad. Nos demostró que debemos buscar talentos con condiciones más allá del tamaño y el somatotipo. En estos momentos no contamos con una población amplia de fajadores en esa división, en la que se obtienen los mejores resultados a partir de los 25 años. Sin embargo, Leinier Peró y Yoandris Toirac han logrado reinar en el área y albergamos esperanzas de que crezcan en el concierto universal.

Tras los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 nuestro boxeo entró en una etapa de severa crisis. ¿Cómo recuerda aquello?

La actuación en Atenas fue excepcional, pero después desertaron varios atletas, incluidos mis discípulos Yan Barthelemí y Odlanier Solís. Fue un golpe duro porque perdí a personas que considero mis hijos, independientemente del error que cometieron.

Tengo entendido que por esa razón le sacaron de la “Finca”…   

Fui separado del equipo nacional por casi tres años. Se consideró que no era idóneo, pese a que había sido 13 veces vanguardia nacional y jamás había incurrido en falta alguna. Enfrenté aquello con calma, sabía que mi trabajo era respetado y me dediqué a defenderlo. Asistí a dos juicios laborales en los cuales se demostró que tenía razón. Me desempeñé en la academia capitalina hasta que se acordó mi retorno por solicitud del compañero Acebal.

Ha sido parte entonces de la recuperación que apreciamos…

Cuando comenzamos a trabajar con esta generación nos hicimos el compromiso de rescatar el prestigio de la ECB, que estaba bastante afectado. Ya nuestros hombres no eran tan temidos ni respetados, y los rivales se subían a pelear con ellos como si nada. Fuimos paso a paso y ese objetivo se ha logrado gracias al rendimiento, la forma de competir, la agresividad, la combatividad y el deseo de victoria.

La afición espera que uno de sus alumnos, Julio César La Cruz, regrese de Río de Janeiro con el oro olímpico. ¿Podrá ser?

En estos momentos es un púgil maduro, con maestría deportiva, consolidado y mejor preparado técnica, táctica y psicológicamente que cuando asistió a Londres 2012. Tenemos una deuda con el pueblo y pensamos saldarla satisfactoriamente.

¿Hasta cuándo estará pegado al ring?

Me quedan algunos añitos, pero no tantos. Se acerca el momento de dar paso a la juventud, aunque siempre estemos dispuestos a dar lo mejor para que la ECB mantenga sus acostumbrados éxitos.

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