Y con esa sonrisa noble, humilde y bonachona que la acompaña perennemente me dijo: “Nada, m´hijo, el trabajo. Yo sigo haciendo de todo, muy a pesar de los regaños familiares”, y así brotan espontáneamente las cualidades humanas y la laboriosidad intrínseca en esta guajirita de Macagua 7, que a fuerza de tesón y entrega conquistó la condición de Héroe del Trabajo de la República de Cuba.
“Heroína”, rectificó alguien que escuchaba el diálogo y ella insistió: “¡Héroe!”, y entiendo su apego a la denominación, porque así le fue otorgada en el año 1984, cuando a golpe de mocha y azada construyó un envidiable currículo laboral.
En los campos de caña
“Yo comencé a trabajar muy joven”, recuerda. Y el triunfo de la Revolución el primero de enero de 1959 la sorprendió en los campos de su Macagua querida, desandando fincas y colonias, buscando oportunidades que entonces escaseaban para procurar el sustento propio y de parte de la familia.
“Pero ese día llegaron la Revolución y Fidel a cambiar la vida de los cubanos. Al poco tiempo tuve plaza fija y trabajaba en todas las labores de la caña”, remarca y relata cómo se enroló en una brigada de corte manual en 1976 y cómo al año siguiente hizo y cumplió un compromiso grande, “que ahora no recuerdo, pero ya me hice machetera”, destaca.
Ahí mismo comienzan otras historias que develan su voluntad, “un tractor nos recogía cuando se acababa la jornada laboral. A mí me parecía muy temprano y me dieron un caballito y seguía dando mocha mientras quedaba la luz del sol.
“Hice 10 zafras y siempre cumplí mis compromisos. Yo no era, ni soy, muy salidora ni fiestera. Me gustan la casa, el trabajo y el campo”, dice y ha sido fiel a esas rutinas.
“A ese pedazo de tierra me atan muchos recuerdos y satisfacciones. Tuve seis hijos y una suegra muy buena, ella me ayudaba con los muchachos para que yo pudiera trabajar. Eso sí, cuando llegaba a la casa cocinaba, limpiaba, lavaba, les daba mimos a los niños. El tiempo alcanza para todo si una se lo propone”.
Cerca de Fidel estuviste muchas veces, ¿cómo recuerdas esos encuentros?
“¿¡Qué!? Fidel me puso esta medalla”, afirma y la toma entre sus manos, la desprende y la coloca más próxima al corazón como para acercar, todavía más, las emociones del aquel instante, y rememora el nerviosismo de ese día.
“Me impuso la condecoración, me abrazó y me dio un beso. Yo ya me iba, y no sé qué me dio, pues no pude alejarme más. Regresé y le di otro beso y otro abrazo. Su personalidad impresiona mucho”.
Después tuvo nuevas oportunidades de tenerlo cerca en congresos del Partido, de la Federación de Mujeres Cubanas, y en otras conmemoraciones. Y lo recuerda en esos instantes de intercambios, casi íntimos, sin tantos protocolos, con un carácter jovial, jocoso, jaranero, “en una ocasión le dijo a Ana Fidelia que si a ella la impulsaba a correr el pelo, y todos reímos muchísimo de aquella ocurrencia”, cuenta.
“Siempre sentí las mismas y fuertes emociones, porque yo me pregunto: ¿Qué sería de nosotros, del pueblo cubano, sin Fidel, sin la Revolución, sin el socialismo, sin Raúl. Estoy segura que de mi generación quedarían vivos muy pocos o casi nadie. Ellos nos han dado la vida”, sentencia.
A los más nuevos ¿?
“Es posible que no les hayamos sabido transmitir, como debíamos, esas vivencias, pero yo les digo que hay que luchar honradamente, trabajar y amar todos los días, para salvar la Revolución, salvar la Patria que es lo más grande que tenemos”, remarca Caridad Borges González con razones que justifican su total entrega al trabajo.