Fomentar una cultura de ahorro para lograr nuestras metas de desarrollo económico es asunto prioritario; sin embargo, casi siempre queda pendiente su integralidad, así como la medición efectiva de lo alcanzado.
Con un resultado económico de 11,3 millones de pesos, en el 2015 sumaron en el país 341 innovaciones principales vinculadas con el ahorro de las cuales 167 se relacionan con recursos materiales, 106 con energía eléctrica y 68 con el uso racional de combustible.
Tal saldo, más allá de las incongruencias para calcular el efecto económico y el pago de lo que corresponde a cada innovador, constituye ejemplo de cuánto puede ganar la economía.
Las políticas actuales en función de los sistemas de pago en el sector empresarial deberían ser fuentes potenciadoras del ahorro, pues si este ofrece un mayor valor agregado bruto y más riquezas, también garantiza un más elevado salario. Es decir, el hecho de ahorrar, además de un tema de conciencia económica, constituye un aliado para cada trabajador, visto desde la posible elevación de sus ingresos personales.
Por ejemplo, la actual Resolución 6, y su antecesora, la 17, motivan esa fuente de incremento, posibilidad que no está totalmente clara para muchos colectivos obreros. De saberlo, seguramente, ese obrero trataría de economizar más.
A veces en el centro se reparte determinada suma de dinero, pero el trabajador no sabe que una parte se debe al ahorro, mientras en otros momentos no recibe según el efecto de lo que economizó y no se cumple el precepto de a cada cual según su trabajo.
Aunque pudiera parecer absurdo, en ocasiones incomoda la palabra ahorro, quizás porque con frecuencia de ella se habla, y se le entiende muy puerilmente, como en aquel centro laboral donde para economizar energía se apagaron todos los ventiladores y aires acondicionados, computadoras, luces, se prohibió el movimiento del parque automotor, y su maquinaria solo se podía encender por unas pocas horas. Allí, literalmente, se paralizó el trabajo.
Difícilmente haya algo tan importante como el ahorro, pero no ejecutar un presupuesto o no gastar el salario mensual no siempre depende de medidas de ahorro, pues podría estar determinado por la merma de niveles de actividad, algo muy pernicioso en materia económica, y alejado de la máxima indispensable de prestar más servicios de calidad con igual financiamiento. Ahí se encuentra, sin duda, nuestra fuente de ingresos más rápida y segura, pero eso es algo que hay que planificar.
Cuando se deja de hacer una producción, o se logra con baja calidad, o no se crean mejores condiciones de trabajo, o no se realizan los mantenimientos tecnológicos previstos, sencillamente no se ahorra nada, si no se compromete su futuro.
En el país casi todas las actividades productivas y de servicios se planifican por índices de consumo o normas, lo que constituye un nicho donde se esconden grandes reservas para evitar derroches. Pero por falta de vigilancia administrativa y no pocas veces de los propios trabajadores, tales índices y normas cobijan acciones delictivas con gran afectación para los niveles productivos previstos.
En el sector presupuestado, por su parte, el ahorro es la forma de vincular los niveles de actividad con el presupuesto aprobado, a fin de buscar la mayor efectividad en el gasto de ese financiamiento.