Icono del sitio Trabajadores

Fe del Valle Ramos: una víctima del odio imperial

En marzo de 1959, con la entusiasta participación de Fe del Valle Ramos, los trabajadores de El Encanto pudieron crear un sindicato, derecho que siempre les fue vedado por la gerencia. Foto: Archivo
En marzo de 1959, con la entusiasta participación de Fe del Valle Ramos, los trabajadores de El Encanto pudieron crear un sindicato, derecho que siempre les fue vedado por la gerencia. Foto: Archivo

En la relación de muertos por el afán de los Gobiernos estadounidenses de derrocar a la Revolución cubana figuran 3 mil 478 personas, y 2 mil 99 incapacitados, además de cuantiosas pérdidas materiales.

Entre las víctimas mortales está Fe del Valle Ramos, Lula, competente trabajadora y entusiasta revolucionaria, de 43 años de edad y madre de dos adolescentes, quien perdió la vida en horas de la noche del 13 de abril de 1961 cuando la tienda por departamentos El Encanto, en La Habana, fue objeto de un sabotaje.

Desde su natal poblado de Remedios, entonces perteneciente a la provincia de Las Villas y en la actualidad a la de Villa Clara, apenas cumplidos los 15 años de edad, Fe se trasladó con su familia a La Habana en busca de mejores condiciones de subsistencia.

A los 17 años comenzó a trabajar como aprendiza en un taller de confección de sombreros para señoras, y a los 20, convertida en una diestra sombrerera, se incorporó a la tienda por departamentos Fin de Siglo, de la cual poco  después pasó a El Encanto, en la que por su gran capacidad organizativa llegó a desempeñarse como jefa del departamento de señoras, primero, y de niños, después.

Tras el triunfo revolucionario del primero de enero de 1959, Fe se multiplicó y desplegó una gran actividad en el cumplimiento de tareas de trascendental importancia, entre ellas la creación de las Milicias Nacionales Revolucionarias, los Comités de Defensa de la Revolución y la Federación de Mujeres Cubanas en ese centro; así como de un círculo infantil para beneficio de las madres que en él laboraban, y la construcción de una escuela rural en el oriental territorio de Mayarí, en sustitución de la que los empleados de la tienda apadrinaban allí.

Su muerte constituyó un duro golpe para sus compañeros de labor, quienes la querían entrañablemente porque con su dulce carácter era capaz de exigir al máximo dentro del mayor respeto. El Encanto reunía a unos mil trabajadores, que solo en marzo de 1959, con la entusiasta participación de Fe, pudieron crear un sindicato, derecho que siempre les fue vedado por la gerencia.

Estado en que quedó la tienda por departamentos El Encanto, en La Habana, tras el sabotaje del 13 de abril de 1961. Foto: Archivo

Tras la nacionalización, el establecimiento era visitado por  elementos muy raros, y frecuentemente aparecían telas cortadas, a pesar de la gran vigilancia mantenida por los trabajadores, a la que Fe los exhortaba constantemente.

Una semana antes del siniestro, un petardo estalló en la puerta que daba a la calle Galiano; actos similares ocurrieron en el Ten Cents de Monte, en la tienda La Época y en otras, colocados todos por elementos vinculados a la Agencia Central de Inteligencia (CIA). Acerca de tal hecho, Fidel denunció:

«Cuando El Encanto era la tienda de los ricos y para venderles a los ricos y cuando las ganancias aquellas no beneficiaban a nadie, sino que eran de un señor rico él, pues no tenía problema El Encanto. Cuando todas esas grandes industrias pasan a manos del pueblo, entonces viene la Agencia Central de Inteligencia yanqui”.

Con ello perseguían el objetivo de sembrar el terror, de hacer que el pueblo desistiera de construirse un futuro diferente, el cual solo podía garantizar la Revolución a la que Fe del Valle se había entregado totalmente.

Aquel 13 de abril,  Fe estaba de guardia en el quinto piso; después pasaría a cubrir la de las milicias en el exterior del edificio. A las siete de la noche fue detectado el fuego y los últimos en verla con vida la recuerdan entre el humo y las llamas, tratando de salvar la mercancía. Una vez sofocado el incendio la buscaron infructuosamente por hospitales y otros centros asistenciales; pero todo fue en vano. Una semana después, en el tercer piso, una de sus compañeras y la administradora encontraron sus restos calcinados. Fue, indiscutiblemente, una víctima más del terrorismo yanqui.

Fe con sus hijos Robin, el menor, y Erick. Foto: Tomada de Juventud Rebelde digital

El testimonio ofrecido por Robin Ravelo, el menor de sus hijos, a esta periodista, en abril de 2006, complementa la imagen que sobre ella atesora nuestro pueblo:

“Hay quienes acostumbran a sublimar a las personas que han muerto en circunstancias como en las que murió mi  madre, convirtiéndolas así en figuras excepcionales, más bien irreales. Pero mami no era así, sino un ser tangible, de carne y hueso, y por lo tanto se le podía querer y amar profundamente.

“Por lo general, cuando uno ve una figura demasiado sublimada se dice: ‘No es igual que yo, porque soy un simple mortal’; como era mi mamá. A mi hermano Erick y a mí nos inculcó dos valores a los cuales siempre hemos tratado de ser fieles: la honestidad, en la total connotación de la palabra, y el amor a la familia, traducido en un respeto muy grande a los valores familiares y hacia los que tradicionalmente han sido los de la gente buena en todas partes del mundo.

“Y en aquella época, como en esta, ser gente buena era estar comprometido con lo que sucedía en el país. O sea había un compromiso derivado de ese sentimiento básico de honestidad, de veracidad, de respeto a los mejores valores del hombre. Y por eso ella se incorporó y brindó todo su esfuerzo y apoyo a la Revolución”.

Compartir...
Salir de la versión móvil