Una lectura marcó su vida “Un militante del Partido tiene que ser ejemplo para su colectivo, los trabajadores y el pueblo, ser el primero en todo lo que implique sacrificios. Solo así la organización podrá conservar su condición de vanguardia, guía y rectora de toda la sociedad. Esos atributos hoy son más necesarios que nunca”.
Así piensa, y lo dice sin ambages, Idelfonso Hidalgo Ávila, un tunero que guarda orgulloso, desde hace muchísimo tiempo, el carné con el sello que le acredita su condición de fundador del Partido Comunista de Cuba.
“Hay que estar preparados, en todas las esferas: económica, política y militar. Estamos a las puertas del VII Congreso, y espero que se pronuncie fuerte en estos principios, y sobre las cuestiones de índole económica, fundamentalmente, sin descuidar la defensa de la historia. Tenemos que seguir apegados a nuestras raíces para mantener la soberanía nacional.
“Estos tiempos requieren de más valentía política e ideológica, porque no se puede quedar bien con Dios y con el diablo. Hay que estar dispuestos a enfrentar a los confundidos, desmemoriados y también a aquellos que les hacen el juego a quienes pretenden, malintencionadamente, borrar nuestra memoria histórica. Para seguir en la vanguardia, el Partido no puede prescindir de esas virtudes”.
A los orígenes
Sus familiares, amigos y conocidos lo llaman Chocho, quizás por la pasión con que ha asumido siempre cada tarea, ya sea en las filas de la Asociación de Jóvenes Rebeldes, en la Unión de Jóvenes Comunistas, o en los diversos cargos de dirección ocupados en el Partido o en la Anap, de la cual llegó a ser su presidente en la actual provincia de Las Tunas.
Porque siempre lo distinguió la defensa de los intereses del campesinado y no podía ser de otra manera: “Nací en Río Blanco —una zona rural muy próxima a la ciudad de Las Tunas— el día 10 de septiembre de 1939. Allí vi y sufrí las penurias de la gente del campo antes del triunfo de la Revolución”, rememora en su modesto apartamento del reparto Aguilera, en la ciudad capital de esta oriental provincia.
Intranquilo, como en los años mozos; conversador impenitente se desgrana en anécdotas con tanta pasión como si las estuviera viviendo ahora mismo: “Mi vida transcurría normal, como la de todo muchacho nacido en zona campestre en aquella época, hasta que leí La historia me absolverá”, r ememor a e mocionado y cuenta:
“Ayudaba a un tío en la bodega y un día oí un cuchicheo en la trastienda. A ciencia cierta no sabía de qué se trataba, pero me parecía extraño lo que estaba sucediendo; entonces, me enteré de que estaban leyendo ese libro, luego supe que fue el alegato de Fidel en el juicio por el asalto al cuartel Moncada. Ellos lo escondieron allí y ya lo tuve a mi alcance”.
Y esa lectura marcó un cambio en la vida del intranquilo guajirito, que desde entonces tuvo una causa, un sueño, un futuro por el que luchar: “Ya no fui el mismo. Dejé mis andanzas juveniles y comprendí que se gestaba algo importante para la nación; y, en 1957 me incorporé a una célula del Movimiento 26 de Julio, y estuve en la lucha clandestina hasta el primero de enero de 1959”.
Con la Revolución
Y ya no se bajó más de ese tren arrollador que transformó, para bien, la existencia del pueblo cubano después de más de 50 años de una república mediatizada, orientada a servir intereses extranjeros y de la oligarquía nacional, que nuestros enemigos ideológicos pretenden restaurar.
Ahora sigue dando la batalla desde un núcleo residencial y continúa, intransigente y dicharachero, perpetuando la ejemplaridad del Partido.