Una mezcla de impotencia e indignación rondan a María Cristina Infante Carbonell, vecina del reparto Versalles. Lo vivido el 27 de marzo último en el aeropuerto internacional Antonio Maceo de la ciudad de Santiago de Cuba no le deja espacio a más.
Desde los primeros minutos de estancia en la terminal aérea la falta de información, el trato inadecuado y por ende la incertidumbre, la marcaron a ella y a buena parte de los pasajeros. Los argumentos narrados en carta a esta sección resultan más que elocuentes.
“Llegué a la hora indicada en el boleto, 6 y 30 de la mañana, días antes me habían hurtado el carné de identidad y por tal motivo en la oficina correspondiente me entregaron un documento temporal que según me dijeron tenía validez para cualquier gestión en el territorio nacional”, expone Infante Carbonell.
Pero cuál no sería su sorpresa, cuando el compañero que chequeaba los pasajes se negó a aceptarlo, aunque ella insistió en que le localizaran a algún directivo.
“Personalmente gestioné el contacto con la supervisora de guardia quien finalmente me autorizó. Casi a las 8 y 30 de la mañana abordamos la nave, y unos minutos más tarde nos hicieron descender con el argumento de que el avión tenía desperfectos técnicos, a partir de ahí comenzó una verdadera agonía, primero sin información precisa y oportuna a pesar del tiempo de espera, y luego sufriendo lo que nadie puede imaginar suceda en una terminal aérea”, afirma.
A continuación enumera las vicisitudes sufridas como el hacinamiento en el local de espera, que obligó a algunos a acomodarse en el piso, la suciedad de los baños, el ambiente enrarecido por la insuficiente climatización, una menguada oferta en CUP (bocaditos con mantequilla, con mortadela y refresco instantáneo) a contrapelo de las caras opciones en CUC, la carencia de agua potable, el llanto sin consuelo de varios niños, la irritación de casi todos los presentes, cubanos y extranjeros, y en especial, la falta de explicaciones. En fin, un caos.
“A las 10 de la noche, luego de algo más de 15 horas de desesperación, y sin haber ingerido alimentos después del almuerzo, volvimos a subir al avión, pero ahí no terminó la angustia”, acota María Cristina, ya que por más de una hora estuvieron sometidos a un conteo y reconteo, pues según parece, porque nadie informó de manera oficial, restaba una persona por abordar.
“El colmo de la falta de respeto fue cuando anunciaron que había que bajar nuevamente del avión para que cada cual tomara su equipaje de mano y comprobar de ese modo quién era el pasajero faltante.
“En ese minuto mi capacidad de resistencia al maltrato llegó a su límite y junto con otros que como yo se sintieron vejados, decidí no viajar.
“Pasado el tiempo no se me quita el desasosiego por todo lo vivido y me siguen rondando, sin respuestas, las mismas interrogantes: ¿Cómo es posible que un viaje costoso y que se infiere sea rápido esté marcado por tantas irregularidades? ¿Por qué los directivos del aeropuerto nunca dieron la cara al público para explicar, para esclarecer, para informar, adecuadamente? ¿Qué concepto existe en esa institución de lo que es el respeto al consumidor?