Ramos En 1944, luego de once años de estudios dirigidos a ordenarse como sacerdote, Sergio González López abandonó el seminario y contrajo matrimonio con Gladys Vergara. En noviembre del siguiente año comenzó a trabajar como inspector en la Havana Railway Co., tranviaria estadounidense cuyo servicio prestó poco después la compañía de Autobuses Modernos.
Muy pronto aquel joven nacido el 29 de octubre de 1922 en Aguada de Pasajeros, perteneciente entonces a la central provincia de Las Villas y actualmente a la de Cienfuegos, sobresalió por la constancia con que se enfrentaba a los patronos, por lo cual sus compañeros lo eligieron secretario general del sindicato. Ese triunfo le fue arrebatado por elementos gansteriles infiltrados en la organización, quienes además lograron que lo despidieran.
Por entonces El Curita, como lo apodaban, militaba en la Juventud Ortodoxa, sección juvenil del Partido del Pueblo Cubano-Ortodoxo, de cuya sección obrera era organizador en su centro de trabajo y ocupaba un cargo en la Comisión Obrera de esa agrupación política, en La Habana.
En 1953 se reincorporó a la compañía hasta que por la persecución de que era objeto debido a su intensa actividad revolucionaria, se vio obligado a pasar a la clandestinidad. Integró el Movimiento Revolucionario 26 de Julio (MR-26-7), cuando este fue fundado oficialmente por Fidel Castro Ruz, en junio de 1955, y ocupó cargos de dirección en la capital del país. En correspondencia con esa responsabilidad agrupó en su derredor a numerosos compañeros, divididos en grupos especializados en sabotajes, y contó con varios ayudantes ejecutivos encargados de transmitir las orientaciones, pues veló porque la compartimentación de jefes, casas y funciones se cumpliera con rigor.
A ese quehacer se entregó en cuerpo y alma hasta que en la madrugada del 19 de marzo de 1958, su cadáver apareció en una solitaria calle del reparto Altahabana, junto con los de Bernardino García Santos, Motica, y Bernardo Juan Borrell, sus compañeros de lucha.
Dimensión humana
En conversación sostenida en el 2003, su compañero y amigo Humberto Torres Herrera, Fonseca —ya fallecido—, habló a esta periodista acerca de la dimensión humana del Curita. Se conocieron en los meses finales de 1951, cuando Fonseca comenzó a trabajar de noche en la pequeña imprenta familiar que administraba el Curita, sita en Águila, entre Dragones y Reina, en la desaparecida Plaza del Vapor.
«Sergio era en extremo bondadoso, desprendido, desinteresado. Si llegaba a un puesto de frutas y notaba que alguien miraba ansioso, hambriento, cogía un par de ellas, se las daba y las pagaba; si veía a un limosnero y solo llevaba encima una peseta, la cambiaba y le daba cuando menos un medio. Muy sensible a las necesidades y sufrimientos ajenos y que, unido a la dulzura de su carácter, le granjeó el cariño y el respeto de cuantos lo conocimos.
«En mi caso en 1954 padecí de una seria afección pulmonar que me impidió trabajar durante muchos meses. Pero nada me faltó ni estuve solo: Sergio se ocupaba de llevarme el médico y los medicamentos. Además, a diario me visitaba, me dejaba un peso, con lo cual podía cubrir algunas necesidades, y me exigía alimentarme porque de no hacerlo tendríamos problemas».
Comenta que en el Curita se combinaban la firmeza, el coraje, la inteligencia y el razonamiento, unidos a la gran pasión con que defendía sus ideas.
«Resultó detenido en varias ocasiones, la primera de ellas en la imprenta, en 1956, por el criminal Esteban Ventura Novo, junto con Gerardo Abreu, Fontán; Aldo Vera (traidor); Rolando Fernández; un cajista a quien apodaban el Oriental, cuyo nombre no recuerdo, y yo. Solo a él enviaron al Castillo del Príncipe, y al día siguiente lo soltaron porque el compañero Saúl González, único que logró escapar en aquella redada, acudió a los medios de prensa y de inmediato se difundió la noticia.
«Al producirse el golpe del 10 de marzo, Sergio imprimió e hizo circular un volante de condena al hecho. A partir de entonces, en su imprenta se imprimieron manifiestos y otros tipos de propaganda de diferentes organizaciones opuestas a la tiranía, y mucha generada en favor de la excarcelación de los asaltantes a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, en las orientales ciudades de Santiago de Cuba y Bayamo, respectivamente.
«Una vez lograda la amnistía se reunió en varias ocasiones con Fidel. En la primera de ellas, en mi presencia, puso la imprenta a la exclusiva disposición del MR-26-7. Así fue como se tiraron, entre otros tipos de propaganda, los manifiestos 1 y 2 del Movimiento, y el único ejemplar de Aldabonazo, periódico de esta organización revolucionaria.
«Aquel lugar devino una suerte de cuartel general donde encontraban abrigo muchos revolucionarios, que en innumerables ocasiones dormían allí, entre ellos yo, y desde donde partieron la mayoría de los que, necesitados de salir al exilio, se dirigían a México u otros países».
Su desaparición física constituyó un duro golpe para el movimiento revolucionario, y también para los trabajadores, por cuyas conquistas batalló con fuerza y decisión. “Supo ser amigo honesto, compañero ejemplar, y luchó con ahínco por ganar para su pueblo la libertad, la paz y la justicia que le garantizaran una vida plena y feliz”, precisó Fonseca.