Gilda Vega Cruz no se sorprendió con la petición de la entrevista. Hacía tiempo habíamos conversado acerca de sus vivencias, de la graduación del preuniversitario, de la entrega y pasión por la Cujae*, del amor por el magisterio, de la familia, vinculada incluso con su vida laboral.
Por una u otra razón siempre dejábamos el encuentro para después, hasta que la solicitud de dar a conocer el quehacer destacado de la profesora provino de la secretaria general del sindicato en ese centro de altos estudios: “Me gustaría que publicara sobre el desempeño notable de una de nuestras docentes”, me dijo recientemente, mientras casi al unísono coincidíamos en el nombre.
Así concerté la cita a sabiendas de que el testimonio de Gilda estaría íntimamente enlazado a tal institución de la Educación Superior y, por supuesto, al proceso revolucionario cubano al que se incorporó desde la gran epopeya de la Campaña de Alfabetización.
La tarea más bella
“Siempre digo que soy de la generación que empezó todo. Cuando cursaba la primaria superior se creó el sistema de secundaria; lo mismo ocurrió con el preuniversitario y luego con la Cujae. Entonces me considero iniciadora de casi todos los programas de la Revolución”.
Estudiaba en Marianao cuando escuchó al Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz afirmar en la sede de las Naciones Unidas que Cuba erradicaría en un año el analfabetismo, e inmediatamente supo que ella estaría entre los miles que llevarían adelante la encomienda.
“Fidel hace la convocatoria y yo era dirigente de la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR). Un día llegué a la casa y dije que me iba a alfabetizar. Tenía 13 años y no estaba acostumbrada a salir de La Habana.
“En la secundaria estudiaba una hermana más chiquita, de 12 años, y cuando se hizo la reunión con las familias con el objetivo de ver la incorporación a la alfabetización mis padres solo dieron el sí por mí. Aquello fue tremendo, ella no lo aceptó pero al final mi papá la autorizó.
“Nos fuimos juntas a Camagüey y alfabetizamos en la cooperativa cañera Jesús Menéndez, al norte de la provincia, a cinco kilómetros de Sola, un pueblo solitario que después creció muchísimo con el plan citrícola.
“Vivíamos en barracones junto a los trabajadores de la cooperativa. Enseñé a leer y a escribir a 11 personas, entre ellas a un joven haitiano que era inteligentísimo. ¡Sin duda, ha sido la tarea más bella e importante en la que he participado! Nunca he regresado, mas del lugar y de la época tengo recuerdos inolvidables”.
Docente consagrada
En diciembre de 1964 cuando Fidel inauguró la Cujae, Gilda Vega presenció el acto. No obstante, las clases empezaron, realmente, en enero de 1965 para todos los estudiantes de Arquitectura y solo para los de primer año de las especialidades de Ingeniería, pues el resto se quedó en la Universidad de La Habana (UH).
Gilda tenía 17 años, desde entonces ha transcurrido más de medio siglo y todavía permanece en sus aulas como docente. “Mis dos hijos son ingenieros, posiblemente porque continuaron los pasos de su madre. He visto crecer la Cujae y, al mismo tiempo, la institución me ha visto desarrollarme.
“Estoy en el departamento de Física desde el primer año de la carrera, pues fui alumna ayudante de la asignatura. Aquí me formé como ingeniera mecánica, fui dirigente de la Juventud y del Partido, en esta organización durante 23 años, siete de ellos como cuadro profesional”.
Ante un llamado de la Revolución matriculó Ingeniería Industrial; luego cambió su rumbo hacia Mecánica, gracias al estímulo y al entusiasmo de algunos alumnos ayudantes de cursos superiores. “En mi año éramos solo cuatro muchachas. En realidad esta carrera es de las más difíciles pero al mismo tiempo te da la posibilidad de adquirir muchas habilidades. Tuve que aprender a tornear, a dibujar, a diseñar.
“Fueron tiempos muy difíciles, la Educación Física la hacíamos en la UH y en horas de la noche también las clases de laboratorio. Otra dificultad es que hasta la Cujae solo llegaba la ruta 84.
“Era una ciudad en construcción, aunque muy acogedora, y el premio que recibían los estudiantes que aprobaban las asignaturas en primera convocatoria era trabajar en su edificación. En aquellos primeros años tuvimos la suerte de contar con excelentes profesores, todos éramos una gran familia”.
En la actualidad acumula 48 años en las aulas, ahora impartiendo en pregrado las asignaturas de Física, Pedagogía y Temas Contemporáneos. Tiene horario abierto, pero todos los días, a las siete y media de la mañana ya se encuentra en las áreas de la institución.
“Me encanta saber que participo en la formación de los jóvenes, con quienes mantengo relaciones extraordinarias. Quizás dé la impresión de ser muy dura, pero así debe ser para que ellos sean mejores”.
Una contribución humanista
El 17 de diciembre del 2014 mientras presidía un tribunal de defensa de doctorado en la Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona alguien abrió la puerta del salón y exclamó: “¡Profesora, tengo que interrumpirla, y sé que se va a poner contenta!”. Gilda pensó —y estaba en lo cierto— que había pasado algo extraordinario. Instantes después el hombre afirmó con alegría: “Los Cinco ya están en la patria”.
Ella lloró profundamente emocionada y pidió tomar un receso pues así no podía continuar. La batalla por la liberación de los Cinco, en la cual ella y su esposo Julián Gutiérrez participaron activamente, había llegado al fin.
“En el 2002 nosotros vimos la necesidad de que las universidades se vincularan a la lucha. Desde el caso de Elián hicimos amistad —aunque no nos conocíamos personalmente— con Cindy O’Hara, una abogada laborista norteamericana, quien formaba parte de un grupo de solidaridad con Cuba y había contactado con los Cinco.
“Así empezamos a trabajar hasta que en el 2007 creamos la Red de Universidades en Solidaridad con los Cinco. Por esa razón visitamos todo el país, con el objetivo de sensibilizar a la comunidad universitaria.
“Magaly, la mamá de Fernando, decía que ella no entendía cómo una universidad de Ciencias Técnicas realizaba una labor de este tipo, y nosotros le reafirmábamos el carácter humanista de la Educación Superior, independientemente de la rama del saber.
“Hicimos actividades extraordinarias y llegamos a tener una brigada de estudiantes extranjeros cayéndonos atrás para ver qué más podíamos hacer. Fueron muchas las acciones.
“Recuerdo que cuando Adriana defendió aquí su tesis de maestría, nosotros le escribimos a Gerardo y le pedimos que le hiciera una postal. La recibimos a través de Cindy y de otra persona de Pastores por la Paz. Mientras él, a los tres días, ya tenía las fotos del momento. Pusimos un granito de arena en esa causa que se convirtió en la de todo el pueblo”.
*Instituto Superior Politécnico José Antonio Echeverría
La profesora Gilda Vega Cruz recibió el título de ingeniera mecánica en 1970. Es Profesora Titular y Doctora en Ciencias Pedagógicas. Es autora de varios libros de texto que se emplean en las carreras de ingeniería. Participó en la tarea Álvaro Reynoso. Ostenta, entre otras condecoraciones, la Medalla de la Alfabetización, las distinciones Por la Educación Cubana y la Rafael María de Mendive, así como la Giraldilla de La Habana.