En la mañana de este martes falleció en La Habana Ramón Castro Ruz, Héroe del Trabajo de la República de Cuba, un título que recibiera en el año 1997. Con vistas a un libro, en el 2005 sostuvimos una larga entrevista, la que, en su homenaje, ofrecemos a continuación
Cuando a principios de diciembre de 1956 llegó al poblado holguinero de Birán la noticia de que se había producido un desembarco por la zona de Niquero, en el oriente cubano, a Mongo no le cupo dudas de que eso era obra de Fidel, “y si Fidel estaba, también allí tenía que estar Raúl”, su otro hermano, el más pequeño de los varones, como gusta decir.
“Por todos lados se decía que habían matado a Fidel, pero algo en mi corazón me decía que eso era mentira. Y así fue. Inventaron su muerte, pero no la lograron”, asegura.
Han transcurrido casi 60 años y Mongo recuerda cada detalle de aquellos días con singular nitidez. El pavo que compró para comérselo con Fidel cuando triunfara; la visita que este hiciera 25 meses después a la finca familiar, única que hiciera a la finca paterna durante los días de la guerra de liberación.
Gusta hablar de sus dos hermanos, referir anécdotas de aquellos tiempos. Sin altanerías, pero el orgullo le sobreviene cada vez que sale a la calle y todos afirman que es “igualitico a su hermano Fidel”. En esas ocasiones él siempre aclara que no, que es este quien se le parece, porque él, Ramón, es mayor.
A decir verdad, mientras más escudriñé su rostro, el entorno achinado de sus cejas, su sonrisa, comprobé también su gran parecido con su otro hermano, con Raúl. Cuando le comenté mi apreciación, Mongo sonrió y no aclaró si consideraba cierta o no mi opinión, pero me pareció feliz con ambas evaluaciones.
Acaricia su barba en gesto que repite constantemente. “A partir del II Frente con Raúl me dejé la barba hasta poco después del triunfo de la Revolución y en 1969, cuando Fidel me mandó a dirigir Valles de Picadura, me preguntó por qué no me la dejaba nuevamente y le hice caso. Desde ese momento no me la quito”.
Siempre vinculado a la tierra
Ramón Eusebio Castro Ruz, el segundo de siete hermanos, había nacido a las siete de la mañana del 14 de octubre de 1924 en Birán, un intrincado lugar del municipio oriental de Mayarí. Y como pesó al nacer nada menos que 13 libras, sus mayores decían, al asomarse a la cuna, que el niño prácticamente ya estaba criado.
Acostumbrado al rigor del trabajo agrícola en las plantaciones del viejo Ángel, con apego al lomerío, los chapuzones en los ríos cercanos y al constante ronroneo de los motores de los equipos que el padre llevó a su feudo, Ramón pronto demostró que su destino estaría por siempre vinculado a la tierra. “Yo nací para trabajar la agricultura”, dice.
“No es que yo fuera bruto para los estudios, subraya. Claro, Fidel siempre fue el más inteligente, aunque Raúl no se le quedaba muy atrás; pero yo desde muy joven —casi un adolescente— dejé el bachillerato para irme a ayudar al viejo. Eran muchas tierras y desde entonces me dediqué al trabajo duro del campo.
“Recuerdo mi estancia en el Colegio La Salle de Santiago de Cuba, donde fui monaguillo. Allí estudiábamos Fidel y yo y un día en que mamá nos fue a visitar en compañía de Raúl, este empezó a llorar y no se quiso ir. Mamá tuvo que dejarlo en la escuela, pero le compró un velocípedo y Raúl, que era muy maldito, se pasaba el día por todos aquellos pasillos en su velocípedo a gran velocidad. ¡Imagínese usted! Fidel quería imponerle disciplina, pero yo lo consentía un poco. Incluso muchas veces tuve que fajarme con otros muchachos por las cosas de Raúl”.
De pequeños, cuenta la colega Katiuska Blanco en Todo el tiempo de los Cedros, el padre demostraba su ternura sin muchas palabras. La madre regañaba, peleaba o castigaba y los niños la sentían más cercana. Establecía el orden y curaba malestares. Ángel no estaba hecho para el regaño, aunque su carácter inspiraba respeto. “Cuando sentíamos necesidad de amparo, nada mejor que refugiarnos en el viejo”, me aseguró.
“Fidel es muy bueno… siempre lo fue, y de muchacho sobresalía mucho por su inteligencia y por su voluntad para resolver los problemas. De niños, nuestras relaciones eran muy buenas, pero siempre nos hizo pasar muchos sustos por sus cosas. ¿Quién no se iba a asustar con alguien que quería hacer una Revolución como esta?
“Yo no digo que era temerario, pero había que ver cómo cruzó a nado el río Nipe. Ese río bajaba de la Sierra de Nipe con mucha velocidad cuando estaba crecido y Fidel dijo un día que lo pasaba. Se tiró y lo cruzó. Además, le gustaba boxear y lo hacía con gentes más fuertes que él.
“Ya cuando yo dejo la escuela, lo que me gustaba mucho era la mecanización, la ganadería y los caballos. Generalmente yo trabajaba con esos equipos, me encantaba manejarlos, engrasarlos y mecaniquearlos.
“Allí en Birán teníamos valla de gallos, pero muchas veces cuando iba a pelear un gallo mío yo ni siquiera podía irlo a ver porque siempre estaba trabajando. Me encantaba aquello de pelear gallos para ver si ganaba o no el mío, pero no para jugar dinero. En cambio, a Fidel no le gustaban los gallos.
“Cuando aquello, me ocupaba de los sembrados. Vivía pendiente del clima, los métodos de cultivo, la limpia de los campos y la reparación y mantenimiento de los equipos”.
Ahora sí están bendecidas
Hablar con Ramón de esa etapa de su niñez y adolescencia, de su juventud es, más que todo, adentrarse en el mundo fascinante de la familia Castro-Ruz y del poblado de Birán. Es descubrir la bondad del padre con quienes vivían en sus tierras y trabajaban para él, la férrea voluntad de la madre y los recuerdos de la abuela Dominga.
Es conocer de una crianza libre y natural, pero con la disciplina que la sola presencia del padre imponía en todos.
Mongo fuma mucho. Parece no tener voluntad para apartarse del “vicio” y por momentos apretuja el tabaco entre sus largos dedos, o entre los dientes, según el caso. “Mira, allí en la finca todo el mundo fumaba. Papá nos decía: ‘fumen bribones, para que se hagan hombres’. Yo creo que no teníamos más de 11 o 12 años cuando Fidel y yo cogimos la primera vomitadera por el tabaco. Mamá fumaba cigarros y abuela Dominga tabaco.
“De chiquito yo era asmático, pero no enfermizo como han dicho por ahí. Resulta que un día yo bajé de los pinares de Mayarí con mucha asma y cuando llegué a la casa mamá me dio un remedio de retoño de jobo y con una sola cura me quitó la enfermedad.
“Por lo demás, he sido siempre muy fuerte. Fíjate, si yo le cogía las manos a dos hombres y les hacía fuerza hacia abajo, les podía hincar las rodillas en la tierra. Ahora, bueno, ahora me sigo sintiendo fuerte y si cumplo los 120 años entonces me jubilo. Pero si llego, que sea con memoria, con mente, pues tengo mucho miedo a perder mis sentidos”.
Durante la entrevista, en varias ocasiones tuvo que saludar a alguna mujer y a todas plantaba tres besos. Uno en cada mejilla y otro en la frente. “Uno por Fidel, otro por Raúl y el otro por mí. Ahora sí están bendecidas”, dijo sonriente a todas.
No he hecho grandes cosas
Ramón es un excelente conversador, pero es hombre difícil de entrevistar. Por suerte, comprendí que lo mejor era dejarlo porfiar con su memoria, oirle sus anécdotas picantes, que su impronta fuera guiando una conversación que luego de varias horas parecía recién iniciada.
“Me casé joven, con 17 años. Era un poco enamoradizo, afirma un tanto socarronamente, pero siempre fui organizado. Tengo cinco hijos, cinco nietos y tres bisnietos.
“Primero fui del Partido Auténtico. Papá me lo pidió y recuerdo que siendo aún menor de edad me fui a unas elecciones y quedé como concejal por Mayarí. Estuve varios años de concejal. Pero tiempo después Fidel, en solo una hora, me convenció para que me fuera a la Ortodoxia y me saliera del escombro de los auténticos.
“Mas siempre fui antibatistiano y en los momentos en que ellos estaban en la Sierra yo trabajaba para el 26 de Julio, pero con cuidado, y cuando Raúl crea el Segundo Frente entonces me dedico al envío de mercancías, medicinas y cuantas cosas les fueran necesarias. Todo lo que me pedían lo mandaba por varias vías, pues yo tenía muchos vínculos comerciales por toda esa zona.
“Cada vez que a alguien lo estaban buscando me lo mandaban para Marcané para que yo lo subiera al II Frente. Yo puedo decir que tuve suerte de que no me mataran en todas esas cosas.
“Para fines de agosto del año 1958 la situación se hace insoportable en Marcané y yo estaba casi definitivo en la guerrilla. Pero realmente creo que no he hecho grandes cosas”.
En constante lucha contra lo mal hecho
A su decir, Ramón no ha hecho más que “trabajar como diez mulos juntos”. A partir de 1959 prefirió dedicarse a la organización de las zafras azucareras en la antigua provincia de Oriente.
Cuando el ciclón Flora azotó el oriente cubano en 1963, Fidel mandó 32 camiones Zil-57 con alimentos para Mayarí, que estaba aislada por el agua. Era casi imposible acercarse a ese lugar, pero Ramón conocía un camino por donde los camiones pudieron llegar. “Con esos mismos equipos fundé la Empresa Nacional de Transporte Agropecuario”.
Asimismo, en Holguín montó una fábrica de oxígeno que producía 200 botellones diarios, fue el primer Comisionado de Fútbol en Oriente Norte y también por aquellos tiempos se dedicó a recuperar camiones que estuvieran fuera de uso en el Ejército, los que convertía en pipas para repartir agua a la ciudad de Holguín.
Luego de Valles de Picadura ha fungido como asesor de diversos ministerios y organismos, entre ellos el MINAZ, MINAGRI, CITMA, MININT y otros. “Ahora estoy en el desarrollo del cítrico gigante de Viet Nam. Mira, esas toronjas se ponen como pelotas de fútbol. Lo trato de desarrollar por todo el país, pero hay lugares donde a esas plantas no se les hace lo que hay que hacerles y realmente cuesta mucho trabajo que todo avance”.
Entonces subraya conceptos muy suyos y llenos de una forma sabia de ver la vida. “El Héroe que no sufra con las porquerías que se hacen por ahí, ese no es un verdadero Héroe del Trabajo. Héroe es quien quiera eliminar la chapucería y la vagancia. Yo nunca tuve paz con lo mal hecho. Contra eso siempre estoy fajado.
“Héroe del Trabajo es quien más trabaje. Yo luchaba por eso, y llegué a sumar un año de trabajo voluntario. Yo laboraba todos los días de descanso y así fui sumando y sumando y llegué a un año de trabajo voluntario. Incluso si estaba en el extranjero me iba a la embajada de Cuba y tiraba mis horitas voluntarias”, recuerda.
Despedirse de Ramón Castro Ruz es también algo menos que imposible, pues siempre le queda un tema por tratar. “Yo podré vivir mucho porque estoy de acuerdo con mi conciencia. Fíjate, yo me llevo bien con todo el mundo y lo único que hago es el bien”.