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Seguiré rezando por Cuba

Foto: Estudios Revolución
Foto: Estudios Revolución

 

Subrayó Su Santidad Kirill durante la Divina Liturgia en la Catedral de la Madre de Dios de Kazán, a la que asistieron el General de Ejército Raúl Castro Ruz, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, y los también miembros del Buró Político Miguel DíazCanel Bermúdez, Primer Vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros; Esteban Lazo Hernández, Presidente de la Asamblea  Nacional del Poder Popular;  Lázara Mercedes López Acea, Vicepresidenta del Consejo de Estado; y Bruno Rodríguez Parrilla, Ministro  de Relaciones Exteriores, entre otros dirigentes del Partido, del Estado y del Gobierno, así como otras autoridades eclesiásticas

 Palabras de Su Santidad Kirill, Patriarca de la Iglesia Ortodoxa de Moscú y de Toda Rusia, durante la Divina  Liturgia en la Catedral de Nuestra  Señora de Kazán, La Habana, Cuba,  el 14 de febrero de 2016, “Año 58 de la  Revolución”.

(Versiones Taquigráficas – Consejo de Estado)

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Su Excelencia, Señor Presidente y Jefe del Gobierno de la República de Cuba; Sus Eminencias, Excelencias; Queridos hermanos y hermanas:

Con un sentimiento especial celebro en este templo esta Liturgia  Divina.  Hace exactamente 45 años  aquí en La Habana se consagró una  primera parroquia rusa.  El Metropolita de Járkov y Bogodujov,  Nikodim, exarca del Patriarca de Moscú  para los países de América del Sur  y Central realizó la consagración de  ese templo de los Santos Constantino  y Elena, equivalentes a apóstoles. Durante cierto tiempo los oficios se celebraban en ese templo, pero luego, por  circunstancias del tiempo, los oficios  cesaron, aunque no cesó la necesidad  de los ortodoxos rusos residentes en  Cuba de tener su templo.

En 1998 vine a Cuba, a La Habana, para tratar con las autoridades la  posibilidad de abrir un templo de la  Iglesia Ortodoxa rusa.  Las autoridades cubanas escucharon la solicitud  de la Iglesia Ortodoxa de Rusia y se  tomó la decisión de enviar a Cuba a  un sacerdote de nuestra Iglesia.

A partir del año 2001 estuvo aquí con carácter permanente un sacerdote de la Iglesia Ortodoxa rusa, que al  inicio celebraba los oficios divinos en  la Embajada y en la Representación  Comercial, pero había la necesidad de  construir un templo.

En el año 2004 nuevamente visité Cuba, y tuve la oportunidad de  reunirme con el Comandante en Jefe  Fidel Castro Ruz y plantearle el tema  de construir un templo de la Iglesia  Ortodoxa de Rusia en La Habana.

Conversé largo rato con el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz.   Yo le conté sobre la Iglesia Ortodoxa  de Rusia y su papel en la vida de  nuestra Patria.  Fidel me hizo muchas preguntas y el final de la conversación fue asombroso.  Me dijo: yo  estaré muy feliz si en La Habana se  construyera un templo de la Iglesia  Ortodoxa rusa.  Y en aquel mismo  momento llamó a las autoridades de  la ciudad, y el Comandante en Jefe  Fidel Castro les dijo: muéstrenle al  Metropolita Kirill el mapa de La Habana Vieja y que seleccione el lugar  donde quisiera que se construyera el  templo.

Yo no podía tomar una decisión porque no conocía La Habana.  Entonces una persona muy experimentada, el señor Eusebio Leal, historiador de La Habana, me sugirió dónde  era el mejor sitio para construirlo, y fue justo el lugar donde nos encontramos ahora.

Entonces, al dirigirme al Comandante en Jefe Fidel Castro, le dije que  yo podría poner la primera piedra en  la base del futuro templo, pero para  eso necesitaba celebrar una Liturgia  y pregunté: ¿Tal vez haya algún local  de culto donde yo pudiera oficiar esa  Liturgia?  Y Fidel me dijo: Sí, aquí  hay un antiguo Monasterio Franciscano, ahí se encuentra ahora un museo, y no se celebran misas; puede que  le convenga para celebrar la Liturgia.  Nunca estuve antes en ese templo,  pero dije de inmediato que sí serviría.

Unos dos días después entré a ese templo y me impresionó mucho ver la multitud de personas que estaba allí.  En las primeras filas vi a respetables autoridades, miembros del gobierno y dirigentes del Partido.  Y al iniciar la celebración de la Liturgia entendí perfectamente que esa gente no  eran simples espectadores, sino que  estaban orando.  En aquel momento  entendí perfectamente la gran diferencia entre el socialismo en Cuba y  el socialismo en la URSS; nada semejante hubiera sido posible en la Unión  Soviética.  Y por alguna razón justo  en aquel momento pensé en un futuro muy luminoso y grande para este  país.

Y al finalizar la celebración del Oficio, salimos en Procesión de la Cruz y nos dirigimos precisamente a este lugar donde estamos, y miles de personas acompañaron la Procesión.

Después recibí la confirmación de que el Estado cubano asumiría la construcción de este templo, y la Iglesia Ortodoxa rusa se responsabilizaría por la decoración de su interior.

En el año 2008 tuve el placer de consagrar este templo, y en el Oficio Divino estuvo usted, Su Excelencia  y el Cardenal Ortega también.  Me sentí muy feliz al ver que ustedes, puede que por primera vez, se abrazaron  aquí en este templo.  Fue un mensaje  muy fuerte para todas las personas  que estaban aquí.

Vemos cuantas cosas han ocurrido en Cuba desde entonces.  Nos alegramos mucho por el desarrollo de la  vida del pueblo cubano y la aparición  de nuevos modelos de dirección de la  economía cubana.

Nos alegra mucho el alto nivel de relaciones que existe entre el Estado Cubano y la Iglesia Católica. Estoy profundamente convencido de que todo esto contribuirá a consolidar la sociedad y a su desarrollo dinámico.

Su Excelencia, seguiré rezando por Cuba, por usted y su excelente hermano, con quien tuve el placer de charlar largo rato; por el pueblo cubano y los cristianos cubanos.

Ahora quisiera pronunciar unas palabras sobre el Evangelio que se leyó.

Leemos estos antiguos textos y nos resulta muy difícil ponerlos en un contexto actual, porque nos separa una distancia muy grande en el tiempo y otra cultura; pero si se traduce  esta historia evangélica y se expresa  en términos contemporáneos, queda evidenciado que fue un acontecimiento inusual.  Voy a recordarles el  relato.

Un hombre llamado Zaqueo, pequeño de estatura, quiso ver al Salvador.  Había mucha gente, como ahora  en el templo, tal vez más, y para ver al  Salvador este Zaqueo decidió subir a un árbol, pues no hubiera sido extraño si hubiera sido joven.  No sabemos  si era joven o de mediana edad, pero sí sabemos muy bien qué ocupación tenía. Era un recaudador de impuestos,  recogía dinero entre su pueblo y lo  entregaba a los ocupantes de Roma.   Era un recaudador de impuestos; en  cualquier sociedad esta no es la última persona, tal vez en las condiciones del socialismo esa función no es  tan importante, pero en las del mercado libre es muy importante: recauda los impuestos y todos quieren estar en buenas relaciones con él, por  supuesto, lo respetan.

A los israelitas, estando bajo la ocupación del Imperio Romano, no les gustaban esos inspectores fiscales, pero los trataban con cautela,  los reconocían como jefes. Y este jefe  subió al árbol.  Imaginémonos cómo  miraríamos a un jefe, tal vez a alguno de los presentes, que suba a un  árbol para ver a alguien, sería una  actuación increíble.  Luego pasó algo absolutamente especial, el Salvador le dijo: Zaqueo, bájate, hoy iré a visitarte a tu casa.   Y ante los ojos del pueblo también fue una conducta increíble.

¿Cómo es posible ir a visitar a un enemigo que recoge dinero y se lo da a los ocupantes?  Y no solamente lo recoge, sino que él recibe más dinero, es un ladrón, le roba a su propio pueblo.  Y, por supuesto, aquella multitud tiene que haberse quedado impactada.

Y el Señor fue a visitar a ese Zaqueo.  ¿Y qué pasa en el alma de Zaqueo?  Él dice: Señor, voy a devolverle todo a todos los que he ofendido,  y si he defraudado a alguien en particular, voy a devolverle eso cuadruplicado.  Fue un giro extraordinario  dentro del alma de una persona.  ¿Y a través de qué sucedió este acto radical, por solo subirse al árbol para ver  al Salvador?

Creo que todas las grandes obras, los hechos, acontecimientos y las acciones más importantes se cumplen  solo cuando la persona es capaz de  cierta acción sumamente particular,  cuando adquiere valentía, cuando los  convencionalismos dejan de jugar su  papel y las tradiciones y hábitos quedan a un lado, y cuando en aras de  una idea, el ser humano cambia radicalmente.

Y para estar con Dios, hay que recordar la acción de Zaqueo y hacer lo mismo con frecuencia.  Es que  el Señor constantemente requiere de  nosotros cambios constantes, radicales.

En este país quisiera utilizar otra palabra: el Señor requiere de cada uno de nosotros ser revolucionario. Él requiere de nosotros una revolución interna: la revisión de nuestra  vida, la renuncia a los estereotipos y  la valentía para seguirlo a Él.

Que el ejemplo dado por Zaqueo nos ayude.  Y como mismo el Señor perdonó a aquella persona, creemos que el Señor nos perdone también con su gran misericordia.  Amén.

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