Este tiene que haber sido uno de los más originales discursos de aceptación del Premio Nacional de Literatura. Rogelio Martínez Furé (Matanzas, 1937) agradeció el galardón con una evocación a sus ancestros —en su sonoro idioma—, con citas a su propia obra, con cantos legendarios, a golpe de pura poesía.
“Soy puente, nunca frontera” —expresó el folclorista y poeta este domingo en la sala Nicolás Guillén, al cierre de un acto que contó con la presencia del ministro de Cultura Julián González y el presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba Miguel Barnet. La frase tiene hondas implicaciones: Furé ha consagrado su vida a alumbrar un legado inmenso: las tradiciones y rituales de origen africano, uno de los puntales de la cultura cubana. Lo ha hecho con ejemplar vocación integradora, nunca para consolidar guetos.
El jurado —presidido por el escritor Eduardo Heras León— ha reconocido “la construcción de una obra sólida y de importancia capital no solo para la literatura tanto escrita como oral, sino que irradia de manera creadora a toda la cultura cubana (…) Su obra ha perseguido y logrado que los cubanos entiendan que somos herederos de todas las culturas del mundo y no de una sola”.
“¡Dejen pasar a la poesía!” —clamó Martínez Furé, que se sabe un “cimarrón de palabras”. Su intervención fue emotiva, enfática por momentos, reflexiva siempre. Asumió que la lengua —esa que aprendieron sus antepasados a golpe de latigazos, cepo y bocabajo— es ahora patrimonio de todos y defendió el rol de la oralidad en la conformación del acervo de una nación.
Justo después de recibir el diploma que acredita su premio, el también traductor y ensayista agradeció al pueblo de Cuba por el privilegio de integrarlo.
Además del Premio Nacional de Literatura, Rogelio Martínez Furé ha sido merecedor del Premio Nacional de Investigación Cultural (2001) y el Premio Nacional de Danza (2002), este último en reconocimiento a su extraordinario itinerario creativo junto al Conjunto Folclórico Nacional de Cuba.