Quejas reiteradas sobre los precios elevados son frecuentes de una manera cíclica entre nosotros. El disparo reciente de los precios de los productos agropecuarios y el abordaje del problema en las sesiones de nuestro Parlamento, avivó otra vez la polémica sobre un sensible asunto que afecta a una parte significativa de la población.
Pero la cuestión de los precios altos va mucho más allá de los alimentos, como todos sabemos. Los productos industriales, los servicios y casi cualquier mercancía están sujetos a estos efectos que, como promedio en nuestro país, suelen tender al alza.
Es ya casi un lugar común decir que para bajar los precios hay que producir más. Pero esa conclusión, aunque válida, sintética y políticamente correcta para hacer que la sociedad se sienta parte de una posible solución, podría ser quizás demasiado restrictiva, porque deja fuera múltiples interdependencias que escapan a cualquier esfuerzo individual por aportar un poquito más de esfuerzo laboral.
La formación de los precios es técnicamente un asunto de relativa complejidad. Tiene que ver con los costos de producción, distribución y venta; con la propia naturaleza de las relaciones mercantiles, el nivel de oferta, la demanda existente, la eficacia de los canales para la comercialización, el dinero circulante en la economía, los salarios, la capacidad real de compra que tienen las personas y las fórmulas de distribución social de las riquezas, entre otras variables que probablemente puedan aportar economistas con conocimientos más especializados.
Combinar tantos elementos a nivel de toda una economía es, indudablemente, ciencia peliaguda, porque no son factores que dependan de la voluntad de nadie, sino que obedecen a reglas que es preciso conocer, modelar y articular de una manera que resulten en un efecto combinado de muchas aristas.
Las condiciones tan peculiares de la economía cubana, con restricciones financieras y materiales de muchos tipos, además de doble circulación monetaria, diferentes tasas de cambio y varios tipos de mercados, hacen todavía más compleja y casi inescrutable esa ecuación secreta que provoca los movimientos muchas veces indeseables de los precios.
No obstante, algo hay que hacer. Es evidente que los requerimientos de una economía en transformación hacia un modelo con más espacio para el mercado, descentralización de facultades, diferentes formas de gestión y propiedad necesitan con urgencia aplicar mucho conocimiento, ciencia y discusión colectiva para incidir sobre los precios y lograr un comportamiento coherente con las políticas sociales y económicas que busca materializar el Estado cubano.
Podríamos aventurar algunas posibles causas para explicar esa paradoja del aumento de los precios. Nuestra economía está funcionando con una circulación monetaria mucho mayor que décadas atrás, pero sin duda la distribución de ingresos también sufre concentraciones inéditas en determinados grupos sociales que tienen un impacto desfavorable sobre otra mayoría de la población.
Las soluciones duraderas no parece que puedan pasar por los controles administrativos, aunque el Gobierno es responsable de pensar en todas las alternativas para corregir los efectos no deseados del desenvolvimiento de la economía, y emplearse a fondo en hallar los mecanismos indirectos de regulación financiera que equilibren la situación e impacten en los precios de un modo más ventajoso para las familias más vulnerables.
El movimiento sindical también puede aportar lo suyo mediante el seguimiento sistemático de lo que ocurre en el mercado laboral, y el acompañamiento y observación crítica del comportamiento del salario nominal y real en los diferentes sectores de la economía, además de todo lo que ya realiza en función de que los ingresos de los trabajadores crezcan en proporción directa a los resultados del trabajo.
Porque nadie tiene la respuesta definitiva sobre este grave problema. La fórmula más conveniente habrá que construirla entre todas las personas e instituciones con esa obligación, para hacer todo lo posible por develar, y sobre todo modificar, el misterio de los precios