Me parece verlo caminar hacia la consulta habitual o al desafío que siempre supone el quirófano. María Adela a su lado, por supuesto.
Y mientras pasa, escucho a pacientes y familiares decir: “ahí va el profe…, él por encima de sus años y la responsabilidad de director no descuida a las muchas personas que en Cuba y el mundo apuestan por su humanismo y grandeza”.
Toda una vida dedicada a la oftalmología, a la investigación para combatir esa afección llamada retinosis pigmentaria.
Creó un programa nacional con instituciones especializadas en el tratamiento del mal, además de un Centro Internacional. Y en todos ellos aplicó la terapéutica cubana, reconocida como de avanzada en el mundo, que incluye una técnica quirúrgica capaz de detener el progreso de la enfermedad y proporcionar mejor calidad de vida al paciente.
Esas fueron realizaciones concretas del profesor Peláez. Pero él no se detenía. Solo la muerte pudo truncar sus sueños de derrotar totalmente la retinosis pigmentaria; llegar a diagnosticarla de manera muy precoz, quizás desde el estado prenatal, para evitar su desencadenamiento.
A la distancia de 15 eneros, luego de su fallecimiento, veo a Orfilio Peláez Molina intacto, en medio del ámbito laboral y familiar que lo llevó a ser el incansable científico, el Héroe del Trabajo de la República de Cuba, el diputado a la Asamblea Nacional…, el ser humano que se nos convierte en símbolo.