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El profe Veitía se retira

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Cuando conocí a Ronaldo Veitía, o mejor al “profe”, como le han dicho siempre sus alumnas y demás entrenadores, nunca imaginé que pudiera pasar cuando, por lógica de la vida, abandonara el tatami uno de los tres Héroes del Trabajo del movimiento deportivo cubano. Y ese momento llegó a finales del 2015.

El hijo de Oscar y Zenaida, el niño que comenzó a practicar judo con short y camisa porque no tenía kimono, el joven enamorado de la pedagogía y la enseñanza de una disciplina milenaria, el entrenador exitoso de la Eide Mártires de Barbados, el artífice de triunfos inolvidables en Juegos Centroamericanos y del Caribe, Panamericanos, Olímpicos y campeonatos mundiales, es también la persona capaz de sembrar una familia sobre un tatami, sin que eso signifique ser la obra humana perfecta.

Casi 30 años al frente de la selección femenina de judo le han dejado vivencias, alegrías, decepciones, reconocimientos, dificultades, premios, angustias, felicidad y equivocaciones. En medio de un carácter tan fuerte y decisiones muy duras hay quien asegura que esconde los temores lógicos de dañar a las personas que más ha querido.

Tantas madrugadas despierto para un entrenamiento imprescindible, decenas de horas robadas a la familia para entregárselas a su otra novia —así definió al judo—, y los cientos de medallas en todos los niveles encontraron en el 2011un justo espacio en su pecho, al colocársele un título sagrado para cualquier trabajador cubano.

Veitía reunió, desde el principio, la capacidad de organizar y ser ejemplo ante su colectivo. Por su lado han pasado muchos compañeros talentosos que bebieron lo mejor de ese liderazgo y luego encendieron sus propias luces, pero sin renunciar nunca al lugar donde se formaron.

Frases como “el entrenamiento no tiene fraude”, “soy un gordo transparente” o “el campeón se distingue hasta en el caminar” pululan en su vocabulario y han sido repartidas y concretadas en más de tres generaciones de judocas, incluidos los niños que bajo su tutela entrenaron en el gimnasio Antonio Maceo, del Cotorro, municipio al que llegara con ocho años de edad para no apartarse de sus calles, sus pobladores y su historia.

Pocos conocen que en el propio territorio periférico, Veitía fue también empacador de algodón, obrero en la fábrica de papel de techo y en la de bloques, así como empleado en una cafetería frente al paradero de la ruta 7, labores todas que simultaneaba con la práctica del deporte que Jigoro Kano regaló desde Japón hacia todo el mundo a finales del siglo XIX, aunque Cuba comenzó su accionar a partir del 21 de febrero de 1951.

Dos títulos por equipos en campeonatos mundiales (Shiba 1995 y El Cairo 2005); una dorada olímpica por colectivos en Sídney 2000; victorias en los Juegos Panamericanos desde La Habana 1991 hasta Toronto 2015; campeonas de los Juegos Centroamericanos y del Caribe desde México 1990 hasta Veracruz 2014; y la selección de judocas entre las mejores deportistas de Cuba y América por más de 25 años, son algunas de las hazañas más relevantes que tienen un sello distintivo del “profe”.

Veitía integra, sin discusión, la galería virtual, pero ilustre y mística de grandes entrenadores cubanos, en la cual comparte espacio con Alcides Sagarra, Eugenio George, Pedro Val, Jorge Fuentes y Miguel Calderón, por solo mencionar algunos.

Criticado por unos, controvertido para otros y venerado por la mayoría, su retiro del gimnasio en el Centro de Entrenamiento Cerro Pelado ya se siente. Y hasta hay quien lo ve o pregunta todavía por él. Allí ha pasado más horas que en su propia casa.

El top secret de la escuela cubana de judo que muchos asiáticos, europeos y latinos han intentado buscar a través de recursos financieros escondidos o sistemas de entrenamientos novedosos sigue bien guardado y a veces es tan sencillo como la consagración, el sacrificio, la disciplina y el amor por una idea, por un trabajo, por un país.

En una ocasión, cuando un reporte le pareció pequeño en la prensa, el “profe” me llamó para contar las líneas publicadas como si el número de ellas tendría que ser proporcional al resultado alcanzado. Le expliqué que en pocas palabras se puede elogiar mejor y más contundente, tal y como en pocos segundos se proyecta un ippón para ganar oro mundial u olímpico. La pequeña lección fue aprendida con respeto y profesionalidad, sin lacerar en lo más mínimo la crítica necesaria cuando toca o la opinión laudatoria en el momento cumbre.

Solo en una oportunidad lo vi titubear ante una interrogante periodística. Y fue cuando le pedí el nombre de la mejor judoca cubana. Se arrugó el rostro y quizás pensó más de lo normal para buscar una solución perfecta sin dejar fuera a las ineludibles, a las vitales, a las irrepetibles, a sus hijas ilustres.

“Eso está difícil y nunca lo he hecho, pero lo intentaré. Espero que nadie se ponga bravo y evitaré herir sensibilidades. Lo hago porque la pregunta me obliga. La judoca más perseverante: Legna Verdecia; la más técnica: Amarilis Savón; la más constante: Daima Beltrán; el mayor ejemplo: Driulis González; la inspiradora de resultados: Odalys Revé; la más integral: Yurisleidis Lupetey. ¿La que siempre quisiera tener en mi equipo? A todas esas y a muchas más que han sido capaces de hacer esta historia”.

Ronaldo Veitía es el campeón que pudo ser y no el que quiso ser. El Héroe, el “profe” se retira, pero su lugar en el movimiento deportivo cubano nadie lo discute ni podrá arrebatárselo.

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