Julio César La Cruz Peraza (Camagüey, 1989) es un deportista singular. Con solo 26 años de edad acumula una estela de triunfos admirable, mas su valía trasciende la magistralidad boxística que le ha permitido guardar en casa tres títulos mundiales y muchos más.
Se trata de un joven de recio carácter, aunque también alegre, conversador, amigo fiel y dado a filosofar. Dice lo que piensa y aunque a veces recurre a frases hechas, no traiciona sus ideas.
El niño La Cruz se forjó en la dureza de los barrios camagüeyanos. Jugaba en el antiguo mercado del río; le tiraba piedras a los árboles del Manguito y correteaba como tantos por el Casino Campestre.
Practicaba pelota y aspiraba ser como Omar Linares, pero el boxeo lo apartó de los diamantes. Vio por televisión las peleas de los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996, y para ese entonces ya leía periódicos y empezaba a memorizar nombres, anécdotas, hazañas y estadísticas. Desde los Juegos Centrocaribes de Maracaibo 1998 sigue al dedillo las lides más importantes de los pugilistas cubanos.
Nos conocimos hace ocho años, pero los azares de la vida fueron aplazando este diálogo. Por eso, cuando por fin aconteció, nos llevó un par de tardes cubrir el cuestionario.
¿Cómo fue el niño Julio César?
Hiperactivo, travieso, retozón, hablador, amante de los deportes y dueño de una energía inagotable. Nací en el barrio La Zambrana y tiempo después me mudé a San Juan de Dios, una zona tranquila que pertenece al casco histórico de Camagüey. Me fajaba mucho en la escuela, era indisciplinado. Los maestros me temían, pero como sacaba buenas notas se hacían de la vista gorda. En la EIDE Cerro Pelado, durante los primeros cursos, era lo más terrible que había. Después fue pasando aquella agresividad y me reivindiqué. El boxeo me formó y lo sigue haciendo.
¿Cómo eres actualmente?
Tranquilo, solo me gusta disfrutar, conversar, caminar por la calle y compartir con las personas a mí alrededor. No tolero la falta de respeto a las personas y menos a las madres. También detesto a los abusadores y a quienes humillan a otros porque cualquier razón.
¿Nunca has abusado sobre el ring?
Jamás. Cuando un rival no tiene alta calidad le pongo atención, pero no lo “acribillo”. Boxísticamente hago cosas como gestos y muecas, pero sin ánimo de ridiculizar. Soy un caballero.
¿Esa actitud comenzó a forjarse en la EIDE Cerro Pelado?
Por supuesto. Entré allí siendo un estudiante de primaria. En mí formación resultó fundamental la labor del profesor Ramón Beltrán, alias Chocolatico, quien me enseñó la esgrima boxística y el arte de dar y no recibir. En juegos escolares gané tres medallas de oro y una de plata, y en juveniles una de cada color.
En la temporada del 2008 ganaste, siendo debutante, tu primer torneo Playa Girón. La prensa te catalogó de “fenómeno”…
Había competido en el campeonato por equipos anterior y de 17 peleas vencí en 15. Cuando llegué a Holguín para el Girón tenía, por ejemplo, tres victorias sobre Yordanis Despaigne. En nuestro argot se decía que “estaba fresco”. No era favorito, pero sí temible. Debuté en el estadio de Cueto. Me puse a correr por todo aquello y la gente preguntaba: “¿Quién es el loco éste, de dónde lo sacaron”? En semifinales eliminé a Yunier Dorticós y por oro a Despaigne.
Tu estilo llamó mucho la atención…
Era un gallo corredor, un felino, muy arisco. Desde pequeño odiaba recibir golpes, así que en el ring menos me iban a dar. Tenía un físico inagotable y mi forma de boxear se basaba en la velocidad, los reflejos y movimientos de torso.
También montas una especie de personaje algo maniático…
(Se ríe) Son gestos y movimientos naturales, los he implantado y a los aficionados les gustan. Yo disfruto boxear, es mi trabajo y lo hago con amor. Trato que todo salga bien, y cuando no sucede así lo acepto e intento convertir el fracaso en victoria.
Eso hiciste tras no clasificar para los Olímpicos de Beijing…
En enero conquisté el Girón; en febrero entré a la Finca (Escuela Nacional de Boxeo Horbein Quesada) y en marzo asistí al primer evento clasificatorio olímpico en Trinidad y Tobago. Era muy nuevo y sentía inferioridad respecto a los compañeros de equipo. Luego fui a Guatemala a una segunda oportunidad y me quitaron el combate decisivo frente al campeón panamericano de aquel momento.
Las cosas se pondrían peores en el 2009…
En septiembre del 2008 sufrí una parálisis facial y estuve sin entrenar hasta enero siguiente. Arranqué 14 días antes del Girón y perdí en el tercer pleito. No me llamaron a la Finca. Aquello me hizo más fuerte, nunca sentí que había terminado mi carrera. Volví a Camagüey y seguí preparándome. Contaba con el acompañamiento incondicional de mi mamá, cuya fortaleza y espíritu eran suficientes.
Entre Ana y tú existe una relación muy intensa…
Somos uno solo, siempre hemos vivido juntos y parecemos hermanos. Figúrate, ella tiene 40 años de edad y yo 26, me trajo al mundo muy jovencita y jamás se ha apartado de mí.
A veces se pone “difícil” durante tus peleas, muy alterada…
(Se ríe) Siempre le digo que se calme. Desde el ring la miro y hago que se tranquilice un poco. Ella me hace caso.
Nunca te he escuchado hablar de tu padre…
Mi papá no me reconoció cuando nací, pero somos idénticos. Él vive en Matanzas. Mami se pone brava cuando me llama o voy a verlo, pero tengo una hermanita y los atiendo. Tenemos el mismo carácter y en realidad “yo le descargo”. Hablamos habitualmente y él me felicita por los triunfos. Hemos recuperado la relación.
A partir del 2010 tu carrera pareció recomenzar…
Me dieron la oportunidad de trabajar con un gran entrenador. No quiero menospreciar a otros, pero Raúl Fernández le sabe más que nadie al boxeo. Me lo ha demostrado al convertirme en lo que soy. Ha sido como un padre, insiste siempre para que lea, estudie y aprenda a comportarme en cada situación. Dentro del cuadrilátero me ha ayudado a explotar la velocidad, el físico y la explosividad. Eres un púgil sin pegada…
La naturaleza no me la dio y eso es algo innato, que sale de la relación entre velocidad, fuerza, exactitud y técnica del golpeo.
Pocos te daban vencedor en la justa del orbe de Bakú 2011…
Solo las personas más cercanas confiaban en mis posibilidades. Ha sido el Mundial más difícil que he enfrentado. Boxee con los mejores hombres de los 81 kg y me di a conocer universalmente.
¿Comenzó a cambiar la idea que existía sobre ti en Cuba?
Sentí más respeto y consideración. Y aunque el estilo siguió sin gustarle a mucha gente, a otras empezó a convencerlos de que podía conducirme a grandes logros.
Después vino el fiasco olímpico de Londres 2012…
Fue un trago muy amargo en mi vida. Esperaba la medalla de oro y estaba, como decimos, “sobrado en mi peso”. Caí ante un boxeador brasileño al que ya había derrotado tres veces. La pelea se vio marcada por un trastorno psicológico: cuando llegué a la esquina tras el primer asalto Raúl Fernández me preguntó cómo había visto las cosas y le dije que 5-1 a favor. A él le pareció lo mismo, pero me susurró que no la habían votado así. Me cayó un vaso de agua fría, no veía, no oía, me perdí.
Te lanzaron muchas críticas por aquel fracaso…
El deporte es de polémicas, de críticas, de situaciones, hay quien te apoya y quién no. No somos perfectos. Yo hago lo que me toca y trato de que me levanten el brazo sobre el ring. No dependo de las opiniones para triunfar, solo del entrenamiento diario.
En el 2013 te volviste a redimir…
Ese año gané todas las competencias. Fui electo mejor púgil de América y competí con el judoca Asley González por la condición de atleta del año en Cuba. Al Mundial de Almaty viajé sin presión y me impuse. Ya estaba recuperado y actué con tremenda sangre fría.
¿Estás preparado para lidiar con la derrota?
Claro, eso está dentro del deporte. Siempre llevo las dos “javitas”. Además, las victorias casi nunca dejan análisis, pero las derrotas sí y esas reflexiones son muy positivas. Lo fácil no da méritos.
Doble campeón panamericano y una vez centrocaribeño…
Esas son victorias importantes. Las delegaciones multideportivas tienen algo especial. Millones de cubanos que viven aquí y afuera andan pendientes de lo que sucede. Cuando gano canto el himno nacional muy fuerte y me pongo la mano en el corazón.
El año que casi acaba será también inolvidable…
Mejor boxeador de la AIBA y campeón mundial por tercera ocasión consecutiva. Llegué a Doha, Catar, muy bien preparado. No había fallo conmigo, aunque me tocó un sorteo difícil y enfrenté a púgiles de calidad. Incluso experimenté cosas nuevas como pararme a tirar golpes en medio del ring y mantener la guardia arriba.
¿Te agradó compartir con Manrique Larduet la condición de mejor atleta del año en Cuba?
Fue el criterio de quienes votaron. Quizás hubiera sido justo que Asley compartiera su premio conmigo en el 2013, pero no sucedió. Felicito a Larduet, está sacando su deporte adelante y lo merece.
Cuba no tiene campeón olímpico en los 81 kg, parece ser una especie de maleficio. ¿Podrás romperlo de una vez?
Todo apunta desde el 2008 a que sea yo quien ponga fin a ese hecho inexplicable. Estoy trabajando en base a eso y siento que va a ser posible en Río de Janeiro 2016.
¿Qué ha significado participar en la Serie Mundial de la AIBA?
Nos elevó el nivel, la maestría deportiva. Y además rescató las noches de boxeo en el coliseo de la Ciudad Deportiva. La AIBA tiene buenas ideas entre manos, cosas grandes que beneficiarán a nuestra disciplina y a Cuba.
No he oído mucho…
Bueno, periodista, no se lo puedo contar en público… (risas)