Antonio Llibre Artigas llegó a la Sierra Maestra a principios de enero de 1958. Miembro de un grupo de acción y sabotaje del Movimiento Revolucionario 26 de Julio en La Habana, días antes había sido puesto en libertad, luego de varios meses de prisión, al resultar detenido el 5 de septiembre de 1957, cuando se aprestaba a atacar la estación de la Radiomotorizada, en la capital.
“Al encontrarme con el Comandante Fidel Castro Ruz, le expliqué que mi decisión de alzarme obedecía a que no pocos compañeros de la clandestinidad minimizaban el papel de la lucha guerrillera, pues consideraban que la derrota de la tiranía se decidiría en la ciudad. Le aclaré que se trataba de gente decente, virtuosa, revolucionaria, de una calidad humana extraordinaria.
“Me respondió: ‘Tú tienes razón. Esa es la gente que necesitamos para hacer revolución; las conozco mejor que tú’. Y me dijo que ya se darían cuenta de su error. Es decir, que estaba al tanto de la situación. ¡Qué admiración y respeto les tenía!”
Fidel: genial educador
Para entonces Llibre había concluido el tercer año de Derecho y al saberlo el Comandante Ernesto Guevara se lo pidió a Fidel para que se ocupara de la auditoría en su columna, la número 4.
“En el Ejército Rebelde esas instancias eran más políticas que jurídicas, porque se debía explicar a los campesinos y las tropas en qué consistía hacer revolución, pero con un alto sentido humanista. El Che me exigió que consiguiera cinco o seis dirigentes campesinos y mediante ellos reunió a grupos para hablarles de esas cosas; de Fidel, Camilo, y demás jefes, y de cómo era la tiranía de Fulgencio Batista. Eso lo hicimos muchas veces.
“Fidel se esmeró en lo relacionado con la educación de los combatientes y del campesinado. Daba dinero a los jefes para que compraran víveres a los campesinos, y les orientaba no discutir los precios; que si no les convenían por lo altos, simplemente los abrazaran y no cerraran el trato. Aquellos le argumentaban que algunos eran batistianos y él les respondía: ‘No importa, respétenlos, quiéranlos, trátenlos bien. No se metan en eso. Sonríanles, abrácenlos, que vean que nosotros no le damos importancia a esa bobería’. Lo lindo es que educó a la gente en eso.
“Cuando teníamos prisioneros, ¡cuidado con vejarlos, maltratarlos o faltarles el respeto! Igual plato de comida para ellos que para nosotros. A los soldados los situaba en un bosquecito, al cuidado de nuestros combatientes, y a los oficiales los mantenía en el campamento. Les decía: ‘Usted es un oficial, conserve su pistola con las balas’. Y ninguno la usó.
“Cuando los entregábamos a la Cruz Roja, nos daban un abrazo de despedida, y al retornar a sus unidades hablaban del buen trato recibido, de cómo los habíamos respetado. Y en las acciones contra efectivos de esas mismas tropas, estos se rendían con facilidad porque sabían que no serían maltratados”.
Señala que el máximo jefe rebelde tenía un alto sentido político y un pensamiento militar incalculables, a pesar de no haber recibido clases de ese tipo. Por esa razón, para los meses finales de la contienda había logrado crear alrededor de 20 columnas.
Hacia la ofensiva final
Una vez derrotado el intento enemigo de exterminar al Ejército Rebelde en su bastión principal, la Sierra Maestra, a través de la Ofensiva de Verano de mayo-agosto de 1958, Fidel procedió a adoptar medidas que le permitieran lanzar una ofensiva final que pusiera fin al régimen tiránico.
En correspondencia con ese objetivo, inició el traslado sucesivo de fuerzas hacia otros territorios de la provincia oriental y del país, proceso originado con el envío de dos columnas invasoras comandadas por Camilo y Che hacia Las Villas; reforzó al Tercer Frente con dos nuevas columnas; mandó dos unidades de este tipo hacia Camagüey, y creó el IV Frente Simón Bolívar, al este del territorio oriental. Todos tenían la misión de impedir el paso de efectivos del ejército desde y hacia Oriente.
“Comencé como ayudante de Fidel a fines de julio o principios de agosto; me siguieron los también capitanes Orlando Pupo y Rafael Verdecia. Pasados alrededor de dos meses, el Comandante en Jefe decidió atacar un punto menos alejado de Santiago de Cuba, ciudad que se proponía aislar mediante la toma previa del resto del territorio oriental”.
La selección recayó en Guisa, no muy lejos de Bayamo, donde radicaba el Puesto de Operaciones del Ejército en la provincia de Oriente. “Con esa acción el Comandante en Jefe perseguía que el enemigo enviara refuerzos, para aniquilarlos en el trayecto. Ocasionaron numerosas bajas porque teníamos emboscadas en todos los caminos de acceso a ese poblado, pues no es lo mismo atacar un lugar donde el enemigo se encuentre atrincherado que hacerlo cuando está en movimiento. En mi opinión, aquella batalla fue el jaque mate al régimen”.
A partir de entonces las victorias rebeldes se sucedieron una tras otra en los frentes de combate de todo el país. Con la rendición de Maffo, el 30 de diciembre, después de 20 días de combates, todo estaba listo para el asalto a Santiago de Cuba, cuya realización no resultó necesaria por la precipitada huida de Batista.
Desde el punto de vista personal, ¿qué representó para usted no solo haber vivido intensamente aquella etapa, sino hacerlo al lado de Fidel como uno de sus ayudantes?
Para mí el haber estado junto a Fidel significó algo de lo más preciado de mi vida, porque tuve la suerte de conocer muy de cerca a un hombre de gran inteligencia, con un alto sentido político, pero también humanitario, social. O sea, una persona que no perseguía luchar por luchar. Era algo tan digno, tan revolucionario, de tanta vergüenza, que resultaba asombroso para todos nosotros. Siempre nos daba un ejemplo de dignidad. Conocimos al Che, a Camilo, a otros compañeros magníficos, pero a nadie como él. Era en todos los sentidos insuperable. Nunca lo vimos hacer algo feo, indigno.