Nicolás y Aracelys estaban felices de ver a Korda. No sabían que tenían en su casa- por última ocasión-, a aquel hombre que conocieron un día de 1959, cuando faltaban dos años para que realizara la foto del Che que recorrería el mundo.
Amigo de la familia, el más célebre de los fotógrafos cubanos llegó con otros visitantes al pueblito de Sumidero, en una de sus habituales visitas sorpresas. Iba y venía con curiosos interesados en conocer sobre Paulita-hija de Nicolás y hermana de Aracelys- motivo de la fotografía de La niña de la muñeca de Palo. En esa ocasión, permaneció unas horas.
-Prepara almuerzo, Aracelys-manda Nicolás Seijo, conocido como el Niño. Ya pasaba el mediodía, “como a eso de la una”, recuerda.
-No, Nicolás. Vamos para Viñales. Ese almuerzo será cuando vuelva- dice Korda, quien contó que hacían un video sobre su vida.
Sentado en el sillón de la casona, 15 años después, el anciano toma una pausa, mide las palabras y se quita el sombrero.
-Y no volvió, ¡carajo!, porque murió- una palabrota suave, en voz baja, como un reclamo por la despedida que nunca hubo.
Aquel pueblito perdido entre mogotes
Sumidero, el lugar de la historia, pertenece al municipio de Minas de Matahambre y se halla a unos 30 kilómetros de la ciudad de Pinar del Río. El asentamiento pasa los 100 años y por doquier hay vegas de tabaco. En el centro está el parquecito, una ceiba sin edad, varias casas coloniales y más allá una iglesia centenaria.
Todos conocen de la linda casa de los Seijo, más allá del río. El viejo trabaja y Aracelys se halla en el hogar. Ella es hermana de Paula María Seijo Loaces, la pequeña de casi 2 años a quien Alberto Díaz (Korda), fotografió en 1959 cuando se ocupaba de una campaña publicitaria para la fábrica Sabatés. Aquella fue quizá, después de la imagen del Che, su creación más famosa.
“Esta niña que abrazaba un leño al que llamaba “mi nene” me convenció que debía consagrar mi trabajo a una revolución que transformara esas desigualdades”, expresó el artista.
“Él se aparecía sin avisar porque era de la familia. Era como un guajiro más, humilde y modesto, pero con mucha cultura”, recuerda Aracelys, quien señala, en la pared, la foto firmada por el autor.
En la colección que guarda con celo hay recortes de revistas, un libro con la obra de Korda y fotos de Paula en distintas etapas de su vida. A diferencia de la clásica imagen, la de la carita sucia y una expresión como de susto, en las otras sonríe.
“Era responsable e independiente. Estudió y se hizo enfermera y las madres pedían que ella atendiera a sus hijos”, cuenta Aracelys, quien terminó de criarla, porque tempranamente, los cinco hermanos perdieron la progenitora.
El viejo Nicolás
Con 88 años, camina despacio y habla lentamente, pero claro. Recuerda al amigo como “una bella persona y muy preparado”. Atraviesa la casona-edificación fundacional de la zona- que se eleva detrás de su hogar actual y muestra donde se produjo la foto.
“Vino por detrás y ella estaba aquí cerca del tanque de agua. Él le preguntó y Paulita empezó a llorar. Yo la sentí, vine y la cargué y comenzamos a hablar. A partir de ahí se volvió de la familia. Fui a La Habana cuando me enteré de la muerte”.
“Antes había que trabajar muy duro para vivir y no se podían comprar juguetes. Esta vega era de Fortunato Ferro, el dueño de todo esto. Yo vivía en la parte de atrás del caserón y se lo cuidaba. El pedazo de palo que ella tenía era de una casa de tabaco. Cuando triunfó la Revolución me dieron la casa”, afirma Nicolás.
Hasta 1969, no volvieron a verlo. A partir de ese momento, su presencia se hizo más frecuente. Aquella vez, Korda vino con regalos para Paulita, ya con 12 años. El pueblo no era el mismo rincón pobre al que llegara en los albores de la Revolución.
“La relación entre ellos era de padre e hija. Se reían mucho y él le contaba que ella se había asustado, de seguro, por su barba”, dice Aracelys y muestra la foto de ambos. “Cuando murió fue una tristeza enorme. Tratamos de conocer a su hija pero no pudimos. Aún tenemos ese deseo. Sería como tener un pedazo de él”.
La foto que perdura
El día de su boda, la joven se fotografió con el pedazo de madera vestido. Pero ella no envejeció como si lo ha hecho su historia. “Tuvo una enfermedad en la sangre. Había que transfundirla y la hemoglobina le bajó hasta 3”, recuerda con certeza Aracelys.
Murió sin cumplir los 22 años en 1979. El golpe devastó a Nicolás y la familia. “Él fue padre y madre a la vez y yo, a pesar de ser casi su edad, la terminé de criar como a una hija”, afirma la hermana.
Poco tiempo después, en el pueblo proyectaron un reportaje que le habían realizado por el ICAIC. Durante semanas, el pequeño cine se repletó. Nicolás no tuvo valor para verlo.
“Durante la enfermedad, intentamos localizar a Korda, pero no pudimos”, explica la hermana.
Tiempo después, Korda volvió con Daniel Diez para hacer algo sobre ella. El fotógrafo fue buscando a su niña, ya enfermera, y supo de la muerte. Entonces, fue a brindar las condolencias.
Conversó con el Niño un rato y pidió permiso para hacer el trabajo. Realizaron el reportaje pero sin contar de su muerte temprana y entrevistaron a los niñitos del poblado, con sus uniformes.
Él continuó visitando aquel hogar campesino, hasta esa última ocasión cuando vino con los extranjeros, por los años 2000. Tras la despedida, prometió regresar para cumplir con el almuerzo y traer el video. Pero no pudo porque murió de un infarto cardiaco, el 25 de mayo de 2001 en la ciudad de París
“Pero los extranjeros volvieron a traerme el video, para que la palabra de Korda no quedara sin cumplir”, dice Aracelys.
Han transcurrido casi 57 años de la mítica foto. La casona de 207 años de Nicolás ha perdido partes y el techo se hunde por ciertos sitios, pero sigue en pie. Allí radica hoy el proyecto comunitario Puentes, gestionado por las profesoras universitarias Dunia Cabrera, Nelia Páez, y Yoima Novales, quienes buscan salvar la casa, las tradiciones e historias como esta. El almendro que plantaran la niña y el padre florece frente a la entrada.
-¿Viene la gente a preguntar?-interrogo.
-Sí, de muchos medios. Las personas que nos conocen, cuando ponen algo en la televisión o publican cosas, lo traen o me llaman por teléfono para avisarme- afirma. Sobre la mesa descansa el madero original, la foto firmada por Korda y otras muchas, entre las cuales hay una de ella con su hermana.
-Cada trabajo es un modo de tenerla de vuelta y sentir que Paula sigue con nosotros. Es como para que no muera nunca- Con cuidado acomoda el tesoro, para guardarlo luego. Seguirá mostrándolo a quienes lleguen preguntando qué había en aquella niña-con su carita sucia, ojos asustados y bebé de madera en brazos-, para que un hombre barbudo regresara siempre con su cámara, a pesar de los años, a un pueblecito perdido entre los mogotes de Pinar del Río.
Mis felicitaciones Edua, por tan buen trabajo. Un abrazo grande. El Barre.
Es una triste historia de la que ya había leído algo en otras oportunidades. Conozco, porque realicé una visita este pueblito de Sumidero, vivo a casi 70 kilómetros de distancia. Cuando vemos estos, nosotros los más jóvenes, entendemos porqué era necesaria una Revolución en nuestro país, como también vemos la necesidad de mantenerla, mejorarla y engrandecerla. Cuando leo esta historia me siento orgulloso de ser PINAREÑO, de los humildes, de los de a pie. A pesar de ser tomados como referencias para los chistes de los humoristas, así somos los pinareños: sinceros, honrados, serviciales, pero nunca bobos como algunos nos dicen. Esta tierra está llena de historias tristes y conmovedoras como la de esta niña. Ojalá otros tantos Korda las descubran y publiquen. es por eso que no se puede olvidar nuestra historia. Saludos.
Lindo trabajo,no conocia esa historia,