A sus 89 años Rina Peñalver González no solo conserva su buen carácter y otros atributos que ennoblecen su persona, sino que se mantiene activa como docente, en este momento en el instituto preuniversitario urbano (IPU) Gerardo Abreu Fontán, situado en el municipio capitalino de Centro Habana, donde imparte la asignatura de Cultura Política y dirige el Departamento de Humanidades.
Le apasiona el intercambio con los alumnos, de quienes siempre aprende, y quizás por ello no resulte difícil comprender que acumula siete décadas en el aula, enseñando materias como Historia, Geografía, las cuales vincula para un mejor aprendizaje.
“Para mí el aula es una necesidad, un bálsamo. La gente me pregunta cuándo me voy a jubilar para que descanse, y yo pienso para qué si aún no me siento cansada”, dijo esta mujer que acaba de recibir en el contexto de la jornada por el Día del Educador el premio La Estrella Martiana, instituido por el Sindicato Nacional de los Trabajadores de la Educación, la Ciencia y el Deporte (SNTECD).
Vive en San Miguel del Padrón y todos los días se levanta poco después de las cinco de la mañana para llegar al preuniversitario temprano, pues los maestros tienen que dar el ejemplo. Allí se siente útil. Su director Pastor Vázquez Benítez aprecia su labor y a Rina le hace feliz saber que es tenida en cuenta para todo, más allá de la docencia.
Antes del triunfo de la Revolución obtuvo en la Universidad de La Habana —por la misma época en que Fidel ya se destacaba como líder estudiantil— el título de Doctora en Pedagogía, pero antes cursó estudios en la Escuela Normal para Maestros y laboró en una escuelita rural en Los Palos, en la actual provincia de Mayabeque.
Así se inició, fue maestra sustituta (cubría plazas donde hiciera falta), trabajó en multigrados, y entre las anécdotas, que son muchas, recuerda con nitidez la historia de una niña que vivía en el otrora caserío de Guanabo. “En esas escuelitas rurales los horarios eran distintos, las clases empezaban a las 10 u 11 de la mañana. Un día Normita no llegó y luego la encontré descalza vendiendo pescado.
“Ahora les hablo a mis estudiantes de todo eso, de la Cuba de antes, de la miseria en que vivían los campesinos, y se ríen cuando les cuento que, sobre todo en el campo, muchas madres jóvenes no tenían dientes y los pequeños andaban sin ropa, con unas barrigas grandísimas, preñados de lombrices. ¡He vivido tanto que todas esas vivencias me sirven para comparar!”.
Era la más pequeña entre nueve hermanos y eso no la limitó para incorporarse a cuanta tarea se impulsara, desde la Campaña de Alfabetización, la constitución de los CDR y la FMC, el Partido. Cuando el “triunfo de 1959 mi mamá nos dijo: ‘ya ustedes dejaron de ser mis hijos, ahora son de la Revolución’: Y así fue”, señaló.
Recuerda la epopeya como algo extraordinario. Por su experiencia fue ubicada en un lugar llamado Corral Nuevo, en el valle de Yumurí, en Matanzas, donde realizó su labor como asesora de los brigadistas Conrado Benítez y también de los alfabetizadores populares (docentes que habían dado el paso al frente).
En su extensa trayectoria es necesario resaltar que se incorporó al Sindicato de Trabajadores de la Enseñanza desde su fundación, así se llamó inicialmente. Ella provenía de las filas del Colegio de Maestros Normales y Equiparados, el que más integrantes aportó a la naciente organización.
Consciente de la importancia del maestro y de lo mucho que puede este retribuir a la sociedad, en cuanto a la formación de las presentes y futuras generaciones, Rina siempre se ha preocupado por su preparación y en los libros ha encontrado cuantiosas veces la reafirmación de sus conocimientos. No obstante, hace unos años se propuso alcanzar la categoría de máster y lo logró. Pocas personas a esa edad se empeñan en metas tan altas, pero para Rina no hay barreras.