La erradicación del divisionismo entronizado en el movimiento sindical cubano en 1947 por Eusebio Mujal Barniol, constituyó uno de los objetivos esenciales a resolver tras el triunfo de la Revolución, en enero de 1959.
A combatir ese mal que atentaba contra los intereses de los trabajadores —sector mayoritario y más golpeado por los gobernantes plegados al imperialismo estadounidense— dedicaron no pocos esfuerzos, tanto los principales dirigentes del proceso revolucionario, en especial Fidel, como los trabajadores, quienes tenían ante sí la posibilidad real de cambios sustanciales en sus vidas.
Para mediados de 1961, nacionalizados ya el 75 % del potencial industrial del país y el 41 % de sus tierras cultivables, se imponía contar con una organización sindical que se mancomunara con las administraciones de los centros de trabajo en el proceso de transformaciones económico-sociales emprendido en la nación. Por esa razón, el 1º de agosto de ese año el Consejo de Ministros aprobó la Ley No. 962 de Organización Sindical, necesaria, además, debido a la existencia de una dispersa y profusa legislación en esa materia, y la diversidad de gremios presentes dentro de un mismo centro, ambas inoperantes en las nuevas condiciones.
El día 26 del siguiente mes, la Resolución No. 6853 del Ministerio del Trabajo estableció la existencia de una sola sección sindical en los centros laborales, con afiliación voluntaria, y la constitución de 25 sindicatos nacionales, uno por cada rama o industria. Indicaba, asimismo, que en octubre se efectuaran asambleas generales para la constitución de los comités de secciones sindicales y la elección de los delegados a los congresos nacionales de sus respectivos sindicatos.
Golpe de gracia al divisionismo
La urgente necesidad de unir a los trabajadores se materializó cuando del 26 al 28 de noviembre de ese año, el Palacio de los Trabajadores acogió a los delegados al XI Congreso de la CTC.
Este estuvo precedido por la celebración simultánea, del 22 al 24, de los congresos de los 25 sindicatos nacionales, surgidos de las 33 federaciones de igual carácter, de las cuales 10 se fusionaron con otras.
Correspondió a Lázaro Peña el indiscutible honor de presentar el informe al XI Congreso, en el cual aseguró que al unirse resueltamente y sin reservas a la Revolución, la clase obrera defendía los “diez logros históricos fundamentales” de esta, y los señaló como:
- liberación del dominio semicolonial de Estados Unidos, el primero y más importante; • establecimiento de un poder revolucionario nacido de las entrañas del pueblo;
- realización de una reforma agraria radical;
- nacionalización de los centrales azucareros, ferrocarriles, bancos y todas las grandes empresas y comercios;
- renacimiento y desarrollo de la cultura nacional, el nacimiento de la intelectualidad revolucionaria y la campaña de alfabetización;
- la Reforma Urbana;
- la democracia y la libertad establecidas;
- armar al pueblo, con lo que puso fin a la separación entre este y el ejército;
- una política exterior independiente ,y
- la unidad revolucionaria mediante la creación de las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI).
Las conclusiones estuvieron a cargo de Fidel, quien aseguró que “(…) toda la obra que la Revolución está haciendo la puede hacer solo porque ha cambiado la estructura económica de nuestro país, porque ha desarraigado los intereses imperialistas y capitalistas y porque las medidas tomadas implican lucha muy dura contra esos intereses, implican enfrascarse en batallas muy serias. Y batallas como esas no se libran ni se ganan si no las libra una clase obrera consciente, revolucionaria y firme”.
Al referirse a la nueva estructura sindical enfatizó en que los obreros habían dejado de pensar como grupo dentro de su clase:
“(…) de ser sindicato solo, y sindicato débil, para constituir la gran clase obrera poderosa al frente del país, para lograr conquistas, es decir, elevación del estándar de vida, de condiciones de vida, de elevación material y cultural (…)”.
Acerca del autor
Graduada de Licenciatura en Periodismo, en 1972.
Trabajó en el Centro de Estudios de Historia Militar de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), en el desaparecido periódico Bastión, y como editora en la Casa Editorial Verde Olivo, ambos también de las FAR. Actualmente se desempeña como reportera en el periódico Trabajadores.
Ha publicado varios libros en calidad de autora y otros como coautora.
Especializada en temas de la historia de Cuba y del movimiento sindical cubano.