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La importancia de conocer las diferencias

HG Lara 01| Elisa Alvarez Delgado*

Dice Nietzsche en uno de sus célebres aforismos que “Nosotros, los que buscamos el conocimiento, no nos conocemos (…)”. Frecuentemente el hombre se halla ajeno a sí mismo, no comprende su existencia y apenas sospecha su lugar en el mundo. Pocos manifiestan la necesidad de descubrirse, o fomentan la inconformidad, o siembran el cuestionamiento.

A un universo alterno de intransigencias y osadías pertenece Jesús Lara Sotelo. Quien ha confiado su espíritu a las consecuencias de verse a sí mismo por encima de lo desconcertantemente humano y de la falsa sintomatología que se nos atribuye cuando pensamos por nosotros mismos.

El artista, que a lo largo de su trayectoria ha demostrado una vocación ferviente por la exaltación de los valores humanos, apuesta por ampliar el diapasón del discernimiento, de la indagación, de la perspicacia. Por eso no ha dejado de dar testimonio de sus pensamientos en todas las manifestaciones en las que ha incursionado. Porque su arte, como bien plantea el creador, debe y tiene que ser peligrosa a fuerza de sobrevivir con eficacia y autonomía.

Lo que Sotelo profesa no es rebeldía; es propósito, determinación. Su impronta axiológica propone una postura abierta que se mueve en el terreno de la diversidad, la irreverencia, la transformación. Por este motivo no es posible ajustarlo a ninguna etiqueta, moda o tendencia del momento. Porque no quiere prescindir de las infinitas posibilidades que proporciona para la creación, salirse de los estilos.

Y si alguna vez hemos pecado de absolutistas y enmarcado al autor como pintor de paisajes, o acaso como poeta o escultor, hemos sido verdaderos reduccionistas. El tratamiento de la cerámica como una zona creativa que para muchos es recóndita y sin aparente conexión en su obra, es un signo más de repugnancia a dejarse definir. Pero, aun cuando se considere un arte menor dentro de la plástica, resultaría ingenuo pensar que de una trayectoria tan sólida y compleja como la de este artista, puede algo surgir sin mayores argumentos.

Como resultante de una sólida trayectoria como ceramista, su más reciente serie lleva por título Lana y acero y está integrada por un total de 12 piezas entre ánforas y platos. En ella la carga estética recae sobre la severa monocromía del blanco, como una plataforma sugestiva a la estilización alcanzada a través del minimalismo, que muchos pudieran asociar con la reducción de las cosas a lo esencial o a la rígida geometría rectilínea de las formas. Sin embargo, en la cerámica de Lara lo mínimal es simplicidad y claridad estructural, sencillez, economía de los recursos en pos de una síntesis formal.

Lo mínimal del blanco en las obras, si bien garantiza el placer visual entre el juego de volumen imponente y de limpieza cromática, asume un rol de acertijo simbólico que no se contenta con el ideal de pureza que se le atribuye frecuentemente. El blanco pudiera estar sugiriendo el vacío, la ausencia, la falta de contenido sustancial en el pensamiento humano, porque al fin y al cabo es el hombre el centro de atención de todas las piezas.

Puede haber muchos desvíos, lecturas por otros senderos, pero es el ser humano quien se mantiene subyacente marcando el ritmo de atención. Son obras que contienen una narrativa que no siempre se muestra a la primera. El trabajo es sutil, discreto, pero desacralizador. El contenido no es siempre explícito,  pero tampoco es lo que parece.

Es precisamente en la “simplificación” minimalista cuando los argumentos en la obra de Jesús Lara se condensan. Queda claro que las piezas se mueven en una atmósfera altamente libidinosa tras la sugerente presencia de penes y vulvas. Algunas, con fuerte dosis de rectitud y verticalidad hacen referencia al sexo masculino, mientras otras más ampulosas y protuberantes, a la vagina de la mujer.

Hay una carga erótica muy fuerte. Pero convengamos, no se llega a incurrir en el mundanal sexo. Eso sería muy superficial, vacuo, evidente para la infinitud de mundos que persisten interactuando casi simultáneamente. He aquí la importancia de conocer las diferencias. La serie no trata de sexo, sino de sexualidad perenne, rito, culto al goce espiritual. La mirada se anestesia como si de un masaje retiniano se tratase. La experiencia estética se aquilata entonces en las zonas de silencio y contemplación, como si el hombre, de un impulso fiero y sediento recobrara su paz, y su armonía volviera otra vez a su lugar.

¿Se ajustará este erotismo presente en las obras a una personalidad erótica y sensual o responde simplemente a una tendencia creativa? El reconocido crítico de arte Rufo Caballero catalogó a Sotelo en una ocasión como sibarita, a lo que el autor añadió, tras una reflexión, que se consideraba además “un degustador analítico del placer. Analítico por reivindicar las ventajas de ir más allá de lo consensuado, por ver germinar el fruto de innumerables contradicciones haciéndose una unidad íntegra en un goce propicio para la creación”. A tono con tal especie de “erotismo inteligente”

y a modo de confesión, el artista expresa que su obra es su biografía y su vida, un fiel reflejo de lo que ha creído que debe ser cuando las llamas amenazan.

Aunque pareciera que en la articulación de la forma recayera todo el atractivo toque de sensualidad de las piezas, no se trata del único signo de belleza. Animadas por la intervención de pequeñas perforaciones, la presencia de los llamados cintillos en obras que indican posibles interpretaciones que demuestran cómo el valor estético está contenido en la carga conceptual del mensaje en igual medida que en sus cualidades formales.

Estos ligeros cordones plásticos a modo de extensiones, salientes o ramificaciones, son conductos indelebles, persistentes ante la fragilidad del barro. Refiriendo a la represión, o más bien a la detención a la que es sometido el ser humano cuando se le colocan las esposas, la irreversibilidad de las estructuras nos hablan de condenas, castigos, en este aspecto entra en juego un elemento que con especial atención el artista utiliza en su reciente creación literaria, las prácticas sexuales extremas y las experiencias del Bondage.

Para comprender el proceso creativo de Jesús Lara Sotelo, es necesario tener en cuenta que el hombre está inserto en un extraordinario universo de ideas yuxtapuestas, reordenadas, concatenadas, donde su entramado de variantes creativas no encuentra visibilidad en su aislamiento o autonomía. Por eso cuando hablamos del Bondage en la cerámica, resulta inconcebible dejar de mencionar a la literatura, esa fuente de origen y génesis de otras manifestaciones y vertientes artísticas en las que el autor incursiona.

Actualmente, Sotelo se encuentra imbuido en una de las etapas más prolíferas de su trayectoria literaria. Contando sobre la fecha con ocho títulos aproximadamente, entre los que se encuentran Piercing en la pupila, Grand Prix, Luz de loto, Trece cebras bajo la lluvia, Amaranto, El escarabajo de Namibia, abarca en ellos géneros como la poesía, la prosa, la viñeta y el aforismo. Este último, por ejemplo, es un fiel paradigma del minimalismo; puntuales, sentenciosos, escuetos, constan asimismo de un peso conceptual que trasciende la sencillez de la sintaxis. Su poesía, por otro lado, no se desentiende tampoco de sus posibilidades expresivas y acierta en la brevedad y la concisión.

Volviendo sobre el “quizás no muy conocido” Bondage, queda claro que en la obra de Jesús Lara todo está emparentado.

Con líneas como “Los hombres huecos obedecen con solo imaginar el gas hipnotizador” , se distingue un vuelo aforístico que pone en boga las cuestiones de la sumisión y obediencia a las que se refiere con los cintillos en la cerámica. Se trata de una interrelación de ideas, conceptos que necesitan canales de expresión, porque solo varía el lenguaje; el contenido en su pensamiento se mantiene invariable.

Ahora bien, hemos visto cómo Jesús Lara es un artista múltiple, con una capacidad de desdoblamiento inigualable y que siempre entrega sus vísceras en pos de la creación, como suele hacerlo un maestro del arte. Pero llegado el momento, no quedan más que las retóricas interrogantes, que en lo particular me ponen en una encrucijada donde todo es posible, y entonces me cuestiono (más allá de dudar si puede toda la obra ser resultado de una sola

persona) el siguiente planteamiento: si su actual creación literaria consta de un elevado índice de contemporaneidad, cómo se articula entonces este inusual vínculo con la cerámica y su expresión convencional.

Puede ser el tránsito de lo tradicional a lo contemporáneo y de lo contemporáneo a lo tradicional el sentido de colocación en nuestras vidas de cada uno de los aspectos del pasado que suponen la concepción del presente.

O es esa tradición que intenta recuperar su espacio, o acaso lo moderno para nada desarcido en nuestro panorama cultural. Lo cierto es que la obra de Lara es un retrato de la realidad, cuando pretendemos vernos en aquello que tratamos de eternizar fuera de nosotros. Son el triunfo de la verdad sobre las apariencias que consiguen con frecuencia seducirnos ante nuestros propios espejismos.

Sotelo actúa como un dramaturgo, que sin desvincularse de lo global hace constatar la multidimensionalidad de lo antropológico, lo psicológico, lo social.

Como se ha podido constatar, en su serie Seda y acero no basta con la primera mirada, ni siquiera con un segundo vistazo. La propuesta es de las que paralelamente divierte e inquieta, agrada e interroga y sobre todo, no pierde nunca su aporte de elegancia. Al respecto, el crítico de arte Félix Ambrosio Hernández expresó: “El proceso de gestación de la cerámica para Jesús Lara es una constante indagación, una investigación del artista donde su hipótesis puede devenir en tesis impredecible, pero solucionable en sus manos” . Y es que, definitivamente, sus obras son como pequeños relatos contados por un mediador entre el hombre y la vida (la experiencia), donde el receptor tiene siempre la posibilidad de escoger el final de la historia.

Precisamente en la extraña mezcla de temperamento y sensibilidad se complementan el algodón y el acero. Y como un versado dramaturgo de la condición humana, el autor se lanza en un descubrimiento del mundo exterior para ser devuelto a los hombres, esos que debatiéndose entre ilusión y realidad no acaban de concertar la verdadera expresión de sus tiempos. Y me parece excepcional que en esta era tan retorcida, entonces, los extremos se toquen y siempre pretendan desnudar, como es el caso, hasta las más recónditas intenciones del alma.

* Licenciada en Historia del arte.

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