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Una misión de amor y solidaridad

La doctora María Elena y la enfermera Arasay atienden a Milena, la “consentida” de la sala. | foto: Agustín Borrego Torres
La doctora María Elena y la enfermera Arasay atienden a Milena, la“consentida” de la sala. Foto: Agustín Borrego Torres

 

Hay una pena visible en el rostro de la doctora María Elena Santos; siento que llegué a importunarla, mas con su profesionalidad supera el obstáculo: “Tengo un paciente en estado crítico, esperen unos minutos, enseguida los atiendo”. Y se pierde por los cubículos de la sala de oncocirugía, del Hospital Pediátrico William Soler, donde a menudo se presentan situaciones extremas.

“Uno no se acostumbra, ni se resigna al fallecimiento de un niño, muchas veces lloramos hasta a escondidas de los padres, pero cuando logramos salvarlos, ver que responden al tratamiento y se van de alta, sentimos una gran satisfacción.

“Por suerte, en esta sala se alcanza un alto índice de sobrevivencia —91 % en la actualidad—, y aunque los tratamientos, en su mayoría son invasivos y muy agresivos, los niños son agradecidos y se recuperan emocionalmente. Ante cualquier sentimiento tenemos que anteponer el conocimiento y la experiencia en aras de aplicar el mejor proceder. Tal vez no sea la primera vez, porque todos los casos son diferentes, es como si lo fuera”.

La doctora María Elena lleva 20 años en la profesión. “Comencé como médico general e hice la especialidad en este mismo hospital. Si me llevara por el gusto estuviera atendiendo solo a niños sanos, en la puericultura o en un círculo infantil; sin embargo, hoy es difícil separarme de mis pacientes, de esta sala donde cada día trato de salvar a un niño”.

De adultos a infantes

“La diferencia de atender a adultos y ahora a niños es notable; el trabajo de pediatría es más bonito, exige mucha paciencia y sensibilidad, te involucras en cada una de sus situaciones porque ellos mismos te hacen partícipes, y eso compromete”, afirmó la Licenciada en Enfermería Arasay Cabrera Guerra.

Después de 17 años de labor en el hospital militar de Santa Clara, se trasladó al William Soler, donde ya lleva cuatro años entregada a curar niños con diferentes tipos de cáncer. “Todo el que escucha sobre oncología relaciona cáncer con muerte y no es así siempre; muchos pacientes regresan a sus casas, se incorporan a la sociedad y hacen una vida normal”.

Arasay reconoce la cohesión y entrega de los profesionales que laboran en su sala, donde ella es jefa de enfermería: “Cuando hablamos del colectivo, tenemos que reconocer cuanto hace la doctora Caridad Verdecia, oncóloga y cirujana, quien recibe a los niños, los diagnostica, les hace las cirugías y les pone los tratamientos; sus métodos de trabajo, en los cuales impera la disciplina, los hemos acogido en aras de brindar servicios de calidad”.

Doctoras perfectas

“Yo quiero por igual a las doctoras Caridad y María Elena, ellas son perfectas; y les prometo que me voy a poner los sueros todos los miércoles aunque las reacciones sean muy malas”, dice Milena Hernández Suárez, con la sonrisa ingenua de los 17 años y una vida signada por la enfermedad.

Milena tiene que permanecer durante meses ingresada, cíclicamente, pues la grave enfermedad que padece y las condiciones en que vive, allá en Morón, en la provincia de Ciego de Ávila, le provocan recaídas que requieren nuevos tratamientos.

La mejor recompensa que los profesionales de la sala de oncocirugía, del William Soler, reciben por estos días, cuando se desarrolla la jornada nacional de homenaje a los trabajadores de la salud son las muestras de agradecimiento de los niños y sus familiares.

De personas que como Misleidys Suárez, la mamá de Milena, han puesto toda su esperanza en los conocimientos y en el humanismo de los médicos, enfermeras y técnicos de este hospital pediátrico, que salvan vidas, como hace el resto de sus homólogos del país, en cualquiera de los servicios de salud, y hasta en los países más pobres del mundo, a donde han acudido los galenos cubanos llevando esa misión de amor y solidaridad.

¿Payasos medicinales? No, terapéuticos

A la excelente atención que brindan los profesionales del William Soler, que se basa en el trabajo en equipo (varias especialidades) se ha sumado desde hace varios años la de los llamados payasos terapéuticos, que además de alegrar la vida de los pacientes con sus improvisaciones, también los asisten (presentes o detrás de los cristales) cuando se realizan procederes invasivos.

“De esa forma los niños distraen su atención de los equipos y las jeringuillas, padecen menos durante el tratamiento, y luego hasta los ayudan a cambiar su carácter y su conducta para toda la vida; de eso tenemos numerosos ejemplos en esta sala”, asegura la doctora María Elena Santos, especialista en Oncopediatría, frente a un mural donde están las fotos de los muchos niños sobrevivientes de su sala.

Y los payasos hasta quizás puedan alegrar también a los galenos y enfermeras, este 3 de diciembre, cuando se celebre el Día del Trabajador de la Salud, en homenaje a Carlos J. Finlay, el descubridor del agente transmisor de la fiebre amarilla.

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