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Como la espuma

Aun con el incremento de precio la mejor opción es la conserva DCballos, la otra, sin etiquetar siquiera, está más cara.
Aun con el incremento de precio la mejor opción es la conserva DCballos, la otra, sin etiquetar siquiera, está más cara.

El pasado lunes 16 de noviembre la santiaguera Gleydis Candó fue a comprar la conserva de guayaba (DCballos) que tanto gusta a su hija en uno de los mercados Ideal de la ciudad y puso el grito en el cielo: “¿11 pesos…? No puede ser, el sábado 14 la compré a 10 aquí mismo”.

Turbada e incómoda buscó la respuesta con la dependienta, quien con cierto tono de cansancio en la voz —tal vez a causa de repetir en el día la misma explicación— le comentó: “Llegó un cambio de precio, le puedo enseñar el documento”.

A la clienta no le quedó otra opción que sacar del monedero un peso “extra”, pagar y salir en estampida mascullando frases que una y otra vez se escuchan en boca de miles de cubanos al no encontrar correspondencia entre su poder adquisitivo y lo que tienen que erogar para cubrir necesidades elementales como alimentarse, calzar, vestir o transportarse.

El costo de la vida sube sin hallar equilibrio con los ingresos provenientes del trabajo, fundamentalmente para los empleados en el sector estatal, y en el caso de la provincia de Santiago de Cuba la situación se torna peor en tanto al concluir el 2014 se ubicaba como la de más bajo salario medio en el país (540 pesos), aunque en lo que va del actual año el comportamiento se muestra superior (607 pesos al cierre de septiembre).

De la billetera a la academia

A fines de agosto Víctor Manuel recorrió buena parte de las tiendas santiagueras buscando satisfacer a sus dos hijos con las mochilas escolares, pero “no encontré nada a la altura de mi billetera proletaria, entre 10 y 18 CUC costaban las que había, y ahí yo no llego, no sé a dónde vamos a parar, cada año son más caras”.

Esos precios, que parecen de espuma, resultan tangibles en la cotidianidad y en las investigaciones de muchos especialistas en ciencias económicas y empresariales, entre ellos los de la Universidad de Oriente.

Desde la sexagenaria institución docente la Máster en Ciencias Rosalía Martínez Manrique, y su grupo científico estudiantil, liderean un estudio en torno al índice de precio al consumidor (IPC), técnica estadística que permite evaluar la variación en el precio de los bienes y servicios que adquiere un consumidor típico usando como referencia los productos básicos.

“El horizonte de nuestro trabajo abarca del 2004 al 2014, explica la profesora Rosalía; seleccionamos un total de 413 renglones, los más demandados por la población, presentes en los mercados formal, informal, agropecuario y en CUC.

“El procedimiento metodológico aplicado para medir el IPC en Santiago de Cuba nos dio como resultado que en la última década los precios de los bienes y servicios seleccionados crecieron como promedio a un ritmo anual de 184,68 %, en tanto en este mismo período el salario creció como promedio anual en 106,95 por ciento.

“Ello indica que por cada peso que se incrementaron los precios, el salario solo aumentó en 58 centavos.

“Estos resultados se han socializado en diversos espacios, y la intención mayor de nuestro equipo de trabajo es recomendar a las autoridades gubernamentales del territorio que empleen esta investigación para la toma de decisiones referidas a la política de precios”.

Bueno para el estómago, malo para el corazón

Josefina, con 80 abriles sobre los hombros, es de las que prefieren un “buen sopón” para las comidas, pero son menos las veces que puede darse ese “lujo”; los 242 pesos de pensión mensual no siempre le alcanzan para adquirir las medicinas que demandan sus múltiples achaques, pagar electricidad, teléfono, gas, otros gastos, y además, preparar la sopa vespertina.

Según ella, el valor total del mencionado alimento es “como para infartarse”, y mentalmente garabatea algunos números, los cuales pueden subir o bajar ligeramente de acuerdo al sitio donde adquiera el producto: “10 pesos la libra de malanga, tres la de boniato y la de yuca, 2,50 la de plátano fongo, dos pesos un pedacito de calabaza, la pilita de ají a dos, la cebolla y el ajo a tres o cuatro, el culantro y la pimienta dulce a peso, el fideo casi siempre a 0,85 CUC; en moneda nacional escasea bastante.

“A eso súmele el cárnico, cuando es de la dieta todo me sale cercano a los 35 pesos, cuando no, pasa de 50… ¿a qué estómago le cae bien una sopa tan cara?”

Justamente en torno a los productos agropecuarios se mueven las mayores inquietudes de los cubanos si de precios se habla.

En el caso de Santiago de Cuba el tema asume los matices que colorean la realidad de un territorio poco favorecido por la naturaleza en cuanto a amplias extensiones de tierra fértil, en comparación con otras provincias, a lo que se añaden ahora las secuelas de una prolongada sequía.

Todo ello, junto a otras cuestiones, complejizan el panorama de la comercialización del surco a la tarima siendo el consumidor el que carga con buena parte de los “problemas” que les agregan pesos a los precios.

De frente al plato sobre la mesa muchos achacan la situación al mecanismo oferta-demanda, coronándolo como “detonante” del actual estado de cosas, aun cuando concurrentes a mercados santiagueros, entre ellos René Steri Ferrer (Aguilera) y Frank Martínez (La Plaza), aseguran que el problema está en que “se vende caro porque se compra caro”.

Otros endilgan la culpa a los bajos niveles de producción y productividad en el surco, asunto que tiene su lógica económica, aunque tal relación en ocasiones deja espacio a ciertos cuestionamientos: ¿Cuántas producciones se pierden en los campos sin que se recojan a tiempo? ¿Qué cantidad de surtidos se pudren en los mostradores (estatales y no estatales) sin que disminuyan su precio?

Muy particularmente en el caso de Santiago de Cuba a estas preguntas se añade otra: ¿bajará el precio de la carne de puerco ahora que ya se materializó el plan 2015, con unas 17 mil toneladas, y se aspira a 20 mil antes de que se termine el año?

Hay quienes también suman a todo lo dicho anteriormente aquello que establece la Resolución 239/2015 del Ministerio de Finanzas y Precios, que entre sus resuelvos incluye facultar a los directores de las empresas que comercialicen de forma minorista, para aprobar los precios de los productos agrícolas que contraten, excepto los de la papa y el arroz consumo, los cuales se fijan por este organismo.

Lo cierto del caso es que a estas alturas lo trascendente para las personas no radica en saber cómo y por qué se disparan los precios, sino cuándo encontrará bridas este corcel desbocado.

Por lo menos en Santiago de Cuba la intención en tal sentido parece liderearla la propia Agricultura, que a decir de su delegado, Willian Hernández, adopta una estrategia encaminada a fijar precios de venta minorista con tendencia a la baja en los mercados estatales que administra dicha entidad.

Pero sin duda hace falta muchísimo más en este y en otros espacios, decisiones atinadas, medidas efectivas y soluciones definitivas para que de una vez y por todas se hagan añicos las interrogantes que hoy siguen atormentando a los cubanos en materia de precios: ¿hasta dónde y hasta cuándo?

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