Esta historia tiene un nombre, pero prefiero revelarlo a partir del encuentro feliz entre una sonrisa desprejuiciada y limpia con un implemento tan rudo y pesado como el martillo, usado en el atletismo para probar fuerza y destreza mientras vuela por encima de un campo verde hasta caer bien lejos, allá por los 70, 75, y últimamente sobre los 81 metros.
La sonrisa llegó desde Camagüey. Viva, sin estridencia y muy contagiosa, subió a los podios impensables y ganó medallas, aplausos y premios. El martillo permanecía fiel, cual alianza inseparable o matrimonio bien llevado. Duraron juntos más de 15 años y no faltaron palabras durísimas —esas que soltaba en el círculo de lanzamiento— o momentos en que la separación parecía inminente por cansancio. Sin embargo, el amor inmenso los hacía indestructibles, le permitía tomar impulso y continuar.
Y llegaron tres coronas mundiales (2001, 2003 y 2005), dos subtítulos olímpicos (2004 y 2008), tres oros en Juegos Panamericanos (2003, 2007 y 2011), así como títulos y medallas en reuniones atléticas de Europa, América y Asia. Cuentan que cada noche, al acostarse, había una sonrisa, un cariño, muchas palabras para el martillo, que caía rendido a los pies de la cama esperando el nuevo amanecer.
¿Cuánto sacrificio hay en dos medallas olímpicas?, le preguntaron en Beijing a la sonrisa. “Ni te imaginas, salir siempre de abajo cuando tienes lesiones; cuando piensas que no puedes más y hasta cuando hay quienes no confían en tu calidad. Por eso les doy tanto valor a esas dos medallas, porque mantenerme cuatro años en la élite, aunque sin el título, es algo grande y lindo en la carrera de cualquier deportista”.
Poco tiempo después nació el complemento que le faltaba a la sonrisa. Abdel encontró a una madre nada corpulenta ni tosca para las exigencias de un deporte tan fuerte. Ella se reincorporó a los entrenamientos solo después de haberlo cargado, mimado y dedicarle muchas horas de entrega y ternura. Cada uno de los premios posteriores fueron para él. Y el martillo, gustoso y arrebatado, volaba más lejos para complacerla.
Tras el último lanzamiento en los Juegos Centroamericanos y del Caribe en Veracruz llegó la conversación final. El punto en que el dolor y la tristeza por dejarse estremecen al más insensible. Sin embargo, ambos lo asumieron con naturalidad. Otra vez levantó su voz la sonrisa para agradecer tanta felicidad en su juventud. Y entre carcajadas y anécdotas se despidieron de estadios y competencias.
El pasado 19 de noviembre cumplió 35 años la sonrisa. Algunos la llamaron, por fin, por su nombre, Yipsi Moreno. En unas semanas recibirá el homenaje de amigos, familiares y admiradores. Es de las imprescindibles cuando se haga el recuento del atletismo cubano en las últimas cinco décadas. Y allí, recostado en una esquina estará su martillo, deseoso de abrazarla y de decirle cuánto la quiere todavía.
Acerca del autor
Máster en Ciencias de la Comunicación. Director del Periódico Trabajadores desde el 1 de julio del 2024. Editor-jefe de la Redacción Deportiva desde 2007. Ha participado en coberturas periodísticas de Juegos Centroamericanos y del Caribe, Juegos Panamericanos, Juegos Olímpicos, Copa Intercontinental de Béisbol, Clásico Mundial de Béisbol, Campeonatos Mundiales de Judo, entre otras. Profesor del Instituto Internacional de Periodismo José Martí, en La Habana, Cuba.
Muy buen articulo, ya me estaba preguntando si no le iban a hacer un gran reconocimiento a esta atleta que nunca decepciono a su patria, la conozco y se que al amor para su hijo es inmenso, mi hija chanel y su hijo addel estan desde pequeños juntos en el circulo infantil Jardin de la Infancia y ahora en primer grado en la escuela Aracelio Iglesias.