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El niño que llevamos dentro

Texto y fotos: Jorge Fiallo

Grandes y chicos disfrutando por igual.

 

Las actividades concebidas para los pequeños, de vital importancia para nutrir su espíritu, ponen con ellos a los adultos disfrutando y valorando no pocas veces más que los propios infantes, cuando reviven al niño que nunca muere, pues aguarda adormecido el toque mágico.

El Teatro de Muñecos Okantomí, fundado el 28 de enero de 1978, y desde ya con dirección general del Maestro Pedro Valdés Piña, ocupa los fines de semana de noviembre dos salas en la capital: el Teatro Nacional de Guiñol (con la versión de Marta Díaz Farré al cuento Hansel y Gretel, de los hermanos Grimm) y el Café Teatro Bertold Brecht.

A este último fuimos para ver otra versión, sobre El mago y el conejo, de Alberto Serret: Un mago en apuros, es la de Rafael Reyes con su dirección artística y puesta en escena, pero también con su música original, a cuatro manos con Alejandro Ricardo Serrano, además de un vasto colectivo donde destaca la asesoría teatral de Marta Díaz Farré, la coreografía, presentación y sombras chinescas de Gessy Cobas, las luces de Abilio Venega, el apoyo de todo el equipo técnico del Teatro Bertold Brecht y la dirección general de Pedro Valdés Piña.

Gesto, composición y expresión componen un espectáculo integral.

 

Rafael Reyes destaca aquí como emergente director, músico, poeta y de todo un poco, combinando variados elementos hacia un objetivo bien centrado y logrado al divertir con una profunda enseñanza: todo el mundo es importante, necesario y el mago no puede desentenderse de cómo vive y se siente el conejo, porque le puede costar perderlo.

Para conseguir eso saca buen partido de las cualidades histriónicas del mago, actor y titiritero Leduán C. Oquendo, con quien arma un rejuego escénico que tiene una magia especial, nunca mejor dicho pues suma ilusionismo, prestidigitación y transporta de la realidad escénica a la sugerida en cuadros oníricos o evocadores del pasado.

Rifando los títeres de mago y conejo.

 

Para esto último usaron las sombras chinescas con Gessy Cobas, también presentadora-animadora, grácil, de excelente voz y  manipulación de títeres, como hacen los tres, con desenvolvimiento adecuado a la interrelación propuesta por aquel espectáculo que, no obstante girar en torno al mago y su conejo, cada cual con similar protagonismo, evidencia en lo real cotidiano lo que propone su enunciado en el texto dramático: todos cuentan para la resultante final.

No hay dudas: vamos todos a una o no llegamos bien. Pero para decirlo con arte y, como en este caso, sin que se vea el artificio, se ha hecho una puesta donde no hay nada gratuito ni forzando conclusiones. Es así como la porfía de quién debe ser reconocido se vuelve guerra de maleficios donde la varita mágica y el efecto sonoro transforman al mago de mono en gallina, perro…, metidos en un concurso de magia, pantomima de boxeo y pinceladas de rap, tango vodevilesco, matizando un espectáculo teatral que incorpora una rifa: dos títeres de mano, conejo y mago, que los niños ganadores aprenden a colocarse y a mover al momento.

Okantomí –“con todo el corazón” en lengua yoruba—, entrega algo especial que divierte y enseña. Nada más a propósito en la proximidad de su nuevo aniversario que debía ser motivo de celebración pero, en tan nutrido quehacer nunca ha sido así: bastan el trabajo y el reconocimiento del público, ascendente en todo sentido, pues ha ido pasando de los que fueron nietos, luego abuelos, y viceversa.

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