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Parlamentos obreros: Democracia sindical vs. terapia de choque

Pedro Ross Leal, entonces secretario general de la Central de Trabajadores de Cuba. Foto: Joaquín Hernández Mena.
Pedro Ross Leal, entonces secretario general de la Central de Trabajadores de Cuba. Foto: Joaquín
Hernández Mena.

 

En la  inmensa mayoría de las  naciones del orbe que se precian  de “democráticas”, regidas  por la economía de mercado, la  receta que invariablemente aplican los  Gobiernos ante las crisis económicas es  la terapia de choque, que se acompaña  de drásticas reducciones del gasto social,  privatizaciones de empresas y servicios  públicos, desempleo… en pocas palabras,  del agravamiento de las condiciones de  vida de las masas laboriosas y de los sectores  más desfavorecidos de la sociedad.

Como muchos de nuestros trabajadores  jóvenes eran niños o no habían  nacido en los inicios de la década de los  90 del siglo pasado —cuando la Revolución  cubana atravesó una de las coyunturas  más complejas y difíciles de  su historia— vale recordar que aquí la  terapia de choque nunca tuvo cabida.

Nuestro proyecto social, de profundo  carácter humanista, encontró  otra fórmula: los llamados parlamentos  obreros, mecanismo de consulta a los  trabajadores de las propuestas de medidas  que se habían estado discutiendo en  la Asamblea Nacional para enfrentar la  crisis, explicarles la necesidad de aplicarlas,  conocer sus criterios y recabar  su apoyo para ejecutarlas.

Sobre la trascendencia de este  ejercicio de amplia democracia sindical  lidereado por la Central de Trabajadores  de Cuba, dialogamos con Pedro  Ross Leal, quien era su secretario  general en aquellos momentos.

En enero de 1990 se efectuó el XVI  Congreso de la CTC, ¿en qué medida  este contribuyó a preparar al movimiento  sindical y a los trabajadores  para la situación que se avecinaba? 

Considero que el liderazgo de Fidel  y su visión profundamente analítica  de los acontecimientos internacionales  ayudaron a preparar, no solo  a los trabajadores sino a todo el pueblo,  para las dificultades que estaban  por venir.

De ello es ejemplo su intervención  del 26 de julio de 1989 cuando dijo que  no podía garantizarse que los suministros  del campo socialista que con puntualidad  habían estado llegando al país  durante 30 años siguieran llegando con  esa seguridad; y ante las dificultades  que se estaban viviendo en la Unión Soviética  expresó que aunque cualquier  día nos despertáramos con la noticia de  que esta se había desintegrado, Cuba y  su Revolución seguirían luchando y resistiendo.

A seis meses de esos impactantes  pronunciamientos tuvo lugar el XVI  Congreso de la CTC, el cual fue precedido  por un proceso de discusión en los  colectivos laborales que contribuyó a  atemperar al movimiento sindical a las  nuevas condiciones creadas a partir de  los cambios producidos en Europa del  Este, los problemas de la URSS y la creciente  agresividad del imperialismo.

A sus sesiones, tanto los miembros  de la comisión organizadora como la totalidad  de los delegados asistieron vistiendo  el uniforme miliciano, como una  forma de expresar nuestra decisión de  enfrentar todas las situaciones que nos  deparara el futuro inmediato, incluso si  fuese necesario empuñar las armas.

Dos cuestiones quisiera resaltar de  la intervención de Fidel: nos dijo que el  Congreso se efectuaba en medio de una  confusión universal y por ello era importante  tener la cabeza, la mente y las  ideas claras; pero subrayó que la confusión  era fundamentalmente en el campo  progresista, porque los imperialistas,  los capitalistas no estaban confundidos,  sabían perfectamente lo que se traían  entre manos y lo que se estaba jugando  en la historia de la humanidad.

Habló de un concepto que se volvería  muy familiar para todos los  cubanos a partir de ese momento: el  período especial en tiempo de paz, y  alertó sobre la avalancha de dificultades  económicas que traería consigo.  Nos llamó a consagrarnos a la defensa  y al trabajo, si había paz a disfrutarla  y a aprovechar mejor cada día, hora,  minuto y segundo. Ese fue el espíritu  con que nos convocó a salir del Congreso  que calificó de muy histórico  en un momento decisivo, víspera de  grandes pruebas. Y así actuamos.

¿Cuándo surgió la idea de los parlamentos  obreros y cómo se llevaron  a cabo? 

En la sesión de la Asamblea Nacional  del Poder Popular, efectuada el 26 de  diciembre de 1993, se produjo un amplio  intercambio de ideas y de propuestas de  los diputados en busca de medidas que  contribuyeran a enfrentar la compleja  situación en que se vio inmerso el país.  Como consecuencia de la desaparición  de las relaciones económicas con  los países socialistas de Europa del Este  y el derrumbe de la URSS, Cuba había  perdido abruptamente más del 80 % de  su mercado exterior y con ello todo tipo  de suministros, facilidades de pago y  créditos en términos justos, lo que tuvo  una enorme repercusión en el aparato  productivo de la nación, en los colectivos  laborales, las fuentes de empleo y el  nivel de vida de la población. El PIB sufrió  una drástica reducción de más del  35 por ciento. Ello se vio agravado por  la intensificación del bloqueo de Estados  Unidos a nuestro país.

En mi condición de diputado intervine  en la Asamblea para opinar que la  situación creada y las medidas que se  estaban valorando debían analizarse  con los trabajadores, y Fidel con su  alto sentido político y su confianza en  las masas lanzó la idea de efectuar en  cada lugar lo que denominó parlamentos  obreros, donde se discutieran libre y  abiertamente los problemas.

La convocatoria de la central sindical  a discutir los temas abordados  por la Asamblea se lanzó en la edición  del 10 de enero de 1994 del periódico  Trabajadores, que siguió muy de cerca  este proceso.

En 45 días se efectuaron más de  80 mil parlamentos obreros en todo el  país con una participación superior a  los 3 millones de trabajadores; se realizaron  además 3 mil 400 asambleas con  la asistencia de más de 258 mil cooperativistas  y campesinos, y reuniones similares  en los centros de segunda enseñanza  y universitarios, que abarcaron a  más de 300 mil jóvenes.

El propósito fue, en todos los casos,  que los trabajadores y el pueblo  comprendieran las circunstancias excepcionales  que atravesaba la nación,  reforzar su confianza en el proceso  revolucionario y convencerlos de que  el momento reclamaba la participación  activa de todos para defender la  Revolución y preservar las `principales  conquistas del socialismo.

Puede afirmarse sin lugar a duda  que durante esos 45 días el país se  convirtió en una inmensa escuela de  economía y de política en la que no  solo se aprendió, sino que se comprobó  que quedaba mucho por hacer en  cada centro de trabajo.

¿Cómo valora el aporte de los parlamentos  obreros a la búsqueda de soluciones  en esa compleja coyuntura? 

El primero de mayo de ese año se  efectuó una sesión extraordinaria de  la Asamblea Nacional. Coincidía con la  tradicional celebración del Día Internacional  de los Trabajadores, pero a tono  con la necesidad de no distraer un solo  minuto ni un solo gramo de recurso de  las tareas urgentes y decisivas, realizamos  una conmemoración distinta, no  por ello menos patriótica y profundamente  revolucionaria: trabajando, dando  a conocer a los diputados el resumen  de los planteamientos surgidos en los  debates efectuados a lo largo del país  para contribuir al ordenamiento de las  finanzas internas y avanzar hacia una  eficiencia económica cada vez mayor.

Expresé entonces que gracias a la  sugerencia de Fidel contábamos con un  vasto arsenal de ideas, se habían descubierto  y puesto en acción importantes  reservas productivas, y sobre todo, se  había alcanzado un nivel de información  y de comprensión, quizás como  nunca antes, acerca de la naturaleza de  los problemas que enfrentaba el país, de  las conquistas que se debían preservar  y de cuáles eran las principales alternativas  para salir de la crisis.

Para el movimiento sindical el proceso  constituyó una inyección de energía  y la confirmación de que el vínculo  directo con los colectivos laborales y  con las bases de la organización es la  forma más efectiva para pulsar el sentir  de los trabajadores y convertirlos en  agentes transformadores de una determinada  realidad.

Los parlamentos obreros mostraron  la cultura política en tiempos  difíciles de la inmensa mayoría de  los trabajadores cubanos y se convirtieron  en tribuna para reafirmar su  confianza en Fidel, la Revolución y la  voluntad de defender la obra de todo  el pueblo.

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