En la inmensa mayoría de las naciones del orbe que se precian de “democráticas”, regidas por la economía de mercado, la receta que invariablemente aplican los Gobiernos ante las crisis económicas es la terapia de choque, que se acompaña de drásticas reducciones del gasto social, privatizaciones de empresas y servicios públicos, desempleo… en pocas palabras, del agravamiento de las condiciones de vida de las masas laboriosas y de los sectores más desfavorecidos de la sociedad.
Como muchos de nuestros trabajadores jóvenes eran niños o no habían nacido en los inicios de la década de los 90 del siglo pasado —cuando la Revolución cubana atravesó una de las coyunturas más complejas y difíciles de su historia— vale recordar que aquí la terapia de choque nunca tuvo cabida.
Nuestro proyecto social, de profundo carácter humanista, encontró otra fórmula: los llamados parlamentos obreros, mecanismo de consulta a los trabajadores de las propuestas de medidas que se habían estado discutiendo en la Asamblea Nacional para enfrentar la crisis, explicarles la necesidad de aplicarlas, conocer sus criterios y recabar su apoyo para ejecutarlas.
Sobre la trascendencia de este ejercicio de amplia democracia sindical lidereado por la Central de Trabajadores de Cuba, dialogamos con Pedro Ross Leal, quien era su secretario general en aquellos momentos.
En enero de 1990 se efectuó el XVI Congreso de la CTC, ¿en qué medida este contribuyó a preparar al movimiento sindical y a los trabajadores para la situación que se avecinaba?
Considero que el liderazgo de Fidel y su visión profundamente analítica de los acontecimientos internacionales ayudaron a preparar, no solo a los trabajadores sino a todo el pueblo, para las dificultades que estaban por venir.
De ello es ejemplo su intervención del 26 de julio de 1989 cuando dijo que no podía garantizarse que los suministros del campo socialista que con puntualidad habían estado llegando al país durante 30 años siguieran llegando con esa seguridad; y ante las dificultades que se estaban viviendo en la Unión Soviética expresó que aunque cualquier día nos despertáramos con la noticia de que esta se había desintegrado, Cuba y su Revolución seguirían luchando y resistiendo.
A seis meses de esos impactantes pronunciamientos tuvo lugar el XVI Congreso de la CTC, el cual fue precedido por un proceso de discusión en los colectivos laborales que contribuyó a atemperar al movimiento sindical a las nuevas condiciones creadas a partir de los cambios producidos en Europa del Este, los problemas de la URSS y la creciente agresividad del imperialismo.
A sus sesiones, tanto los miembros de la comisión organizadora como la totalidad de los delegados asistieron vistiendo el uniforme miliciano, como una forma de expresar nuestra decisión de enfrentar todas las situaciones que nos deparara el futuro inmediato, incluso si fuese necesario empuñar las armas.
Dos cuestiones quisiera resaltar de la intervención de Fidel: nos dijo que el Congreso se efectuaba en medio de una confusión universal y por ello era importante tener la cabeza, la mente y las ideas claras; pero subrayó que la confusión era fundamentalmente en el campo progresista, porque los imperialistas, los capitalistas no estaban confundidos, sabían perfectamente lo que se traían entre manos y lo que se estaba jugando en la historia de la humanidad.
Habló de un concepto que se volvería muy familiar para todos los cubanos a partir de ese momento: el período especial en tiempo de paz, y alertó sobre la avalancha de dificultades económicas que traería consigo. Nos llamó a consagrarnos a la defensa y al trabajo, si había paz a disfrutarla y a aprovechar mejor cada día, hora, minuto y segundo. Ese fue el espíritu con que nos convocó a salir del Congreso que calificó de muy histórico en un momento decisivo, víspera de grandes pruebas. Y así actuamos.
¿Cuándo surgió la idea de los parlamentos obreros y cómo se llevaron a cabo?
En la sesión de la Asamblea Nacional del Poder Popular, efectuada el 26 de diciembre de 1993, se produjo un amplio intercambio de ideas y de propuestas de los diputados en busca de medidas que contribuyeran a enfrentar la compleja situación en que se vio inmerso el país. Como consecuencia de la desaparición de las relaciones económicas con los países socialistas de Europa del Este y el derrumbe de la URSS, Cuba había perdido abruptamente más del 80 % de su mercado exterior y con ello todo tipo de suministros, facilidades de pago y créditos en términos justos, lo que tuvo una enorme repercusión en el aparato productivo de la nación, en los colectivos laborales, las fuentes de empleo y el nivel de vida de la población. El PIB sufrió una drástica reducción de más del 35 por ciento. Ello se vio agravado por la intensificación del bloqueo de Estados Unidos a nuestro país.
En mi condición de diputado intervine en la Asamblea para opinar que la situación creada y las medidas que se estaban valorando debían analizarse con los trabajadores, y Fidel con su alto sentido político y su confianza en las masas lanzó la idea de efectuar en cada lugar lo que denominó parlamentos obreros, donde se discutieran libre y abiertamente los problemas.
La convocatoria de la central sindical a discutir los temas abordados por la Asamblea se lanzó en la edición del 10 de enero de 1994 del periódico Trabajadores, que siguió muy de cerca este proceso.
En 45 días se efectuaron más de 80 mil parlamentos obreros en todo el país con una participación superior a los 3 millones de trabajadores; se realizaron además 3 mil 400 asambleas con la asistencia de más de 258 mil cooperativistas y campesinos, y reuniones similares en los centros de segunda enseñanza y universitarios, que abarcaron a más de 300 mil jóvenes.
El propósito fue, en todos los casos, que los trabajadores y el pueblo comprendieran las circunstancias excepcionales que atravesaba la nación, reforzar su confianza en el proceso revolucionario y convencerlos de que el momento reclamaba la participación activa de todos para defender la Revolución y preservar las `principales conquistas del socialismo.
Puede afirmarse sin lugar a duda que durante esos 45 días el país se convirtió en una inmensa escuela de economía y de política en la que no solo se aprendió, sino que se comprobó que quedaba mucho por hacer en cada centro de trabajo.
¿Cómo valora el aporte de los parlamentos obreros a la búsqueda de soluciones en esa compleja coyuntura?
El primero de mayo de ese año se efectuó una sesión extraordinaria de la Asamblea Nacional. Coincidía con la tradicional celebración del Día Internacional de los Trabajadores, pero a tono con la necesidad de no distraer un solo minuto ni un solo gramo de recurso de las tareas urgentes y decisivas, realizamos una conmemoración distinta, no por ello menos patriótica y profundamente revolucionaria: trabajando, dando a conocer a los diputados el resumen de los planteamientos surgidos en los debates efectuados a lo largo del país para contribuir al ordenamiento de las finanzas internas y avanzar hacia una eficiencia económica cada vez mayor.
Expresé entonces que gracias a la sugerencia de Fidel contábamos con un vasto arsenal de ideas, se habían descubierto y puesto en acción importantes reservas productivas, y sobre todo, se había alcanzado un nivel de información y de comprensión, quizás como nunca antes, acerca de la naturaleza de los problemas que enfrentaba el país, de las conquistas que se debían preservar y de cuáles eran las principales alternativas para salir de la crisis.
Para el movimiento sindical el proceso constituyó una inyección de energía y la confirmación de que el vínculo directo con los colectivos laborales y con las bases de la organización es la forma más efectiva para pulsar el sentir de los trabajadores y convertirlos en agentes transformadores de una determinada realidad.
Los parlamentos obreros mostraron la cultura política en tiempos difíciles de la inmensa mayoría de los trabajadores cubanos y se convirtieron en tribuna para reafirmar su confianza en Fidel, la Revolución y la voluntad de defender la obra de todo el pueblo.