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Una nueva alfabetización

Foto: tomada de www.uneac.org.cu
Foto: tomada de www.uneac.org.cu

 

La más reciente edición del Concurso y Evento Teórico Caracol, organizada por la Unión de Escritores y  Artistas de Cuba, centró buena parte  de los debates en el impacto de las  nuevas tecnologías en el quehacer  de los creadores del cine, la radio y  la televisión.

Eso de darles la espalda, por pura  incomprensión o franco desconocimiento, a los avances científicos y  tecnológicos puede ser una opción  perfectamente legítima, pero a la larga termina por reducir el espectro de  posibilidades.

Está claro que no siempre hace  falta un apabullante aparataje multifuncional para realizar obras de fina  sensibilidad y contundencia expresiva; de la misma manera, la utilización  de tecnología de punta no garantiza  de por sí el vuelo estético de las producciones.

El arte es el arte y la técnica es la  técnica, por mucho que se contaminen las fronteras.

Sin la evolución de la ciencia y sus  concreciones prácticas, sin embargo, no hubiera habido cine, radio,  video, ámbito multimedia… soportes  que nos parecen ahora imprescindibles cuando hablamos de arte contemporáneo.

El caso es que la “revolución tecnológica” no influye solo en los  creadores, sino en las maneras de  “consumir” el arte. Se supone que el  cine está concebido para las salas cinematográficas, pero lo cierto es que  la mayoría de las personas que ven  películas en el mundo lo hacen frente  a sus televisores, computadoras, tabletas y hasta teléfonos celulares.

El camino más simple es adaptar  estos aparatos a las necesidades  más básicas de los consumidores,  aunque haya un sinfín de posibilidades inexploradas.

El crítico e investigador camagüeyano Juan Antonio García Borrero  clamaba en uno de los paneles del Caracol por la necesidad de una nueva  alfabetización en Cuba, que amplíe el  acceso funcional y creativo de la gente a los nuevos soportes.

Dicho así, suena bien y hasta necesario. Nada que objetar. Pero el empeño no puede circunscribirse a las  instituciones culturales y educativas.  Tiene que ser un empeño nacional,  que integre la participación de todos  los actores sociales y económicos.  Desde la familia hasta las más altas  instancias de Gobierno.

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