La hipotética balanza que pesa la economía de las naciones de nuestra región geográfica quedará en negativo al cerrar el 2015, de acuerdo con lo estimado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).
En un comunicado de prensa recientemente circulado a los medios de comunicación y elaborado, obviamente, sobre la base de las predicciones y análisis realizados por los expertos, se da cuenta de que el año terminará con un PIB (promedio) de -0,3 %, y augura también que para el 2016 subirá al 0,7 por ciento.
Entre las causas que propician ese porcentaje están, según los estudiosos, la debilidad de la demanda interna, un entorno global caracterizado por el bajo crecimiento del mundo desarrollado, una notable desaceleración de las denominadas economías emergentes, el fortalecimiento del dólar, una creciente volatilidad en los mercados financieros y una importante caída de los precios de los bienes primarios (productos no elaborados).
En el entramado económico de América Latina y el Caribe y con la mirada puesta en el cierre del año, esa comisión adscripta a la Organización de Naciones Unidas (Onu), coincide con la estimación realizada por nuestro país de un crecimiento del PIB del 4 %, el cual no llega aún a los niveles requeridos para favorecer en mayor medida el desarrollo y el bienestar a los que se aspiran, pero sí clasifica entre los más altos de la región.
En términos generales, América del Sur registrará -1,3 %, mientras que Centroamérica y México lograrán 4,1 % y el Caribe, 1,6 por ciento.
Las proyecciones para el 2016 no difieren mucho de las del actual año.
La situación económica de las naciones de la región es diversa y en ella pesan los años de explotación continua y las relaciones de dependencia que no han desaparecido.
El crecimiento del PIB, en los que lo logran, resulta insuficiente, no llega a muchas economías familiares, ni permite en todos los casos el desarrollo de programas sociales abarcadores. Por ello la pobreza persiste en el área latinoamericana y caribeña, no alcanza el límite establecido por el Banco Mundial (1,90 dólar per cápita diario) al carecer como norma de programas que la combatan de forma sistémica.
La región ha vivido destellos de industrialización, con inversiones cuantiosas, pero signados siempre por una economía del capital, globalizado y con pleno dominio de las transnacionales.
También es pobre la explotación y empleo de los recursos locales en no pocas naciones. Ejemplo de ello es el insuficiente nivel que logra la agroindustria en la región, por lo que precisa importar numerosos productos para la alimentación a precios exorbitantes y cambiantes (por lo general tendiendo al alza) en el mercado internacional.
La integración, promovida como nunca antes por varios mecanismos surgidos con ese fin, no han tenido solo un propósito político, sino también económico, pero aún no alcanza la consolidación y fortaleza que se requieren para disminuir el grado de dependencia externa y aprovechar mejor las posibilidades existentes.
En noviembre próximo tendrá lugar en Panamá el XIII Encuentro Internacional de Economistas sobre Globalización y Problemas del Desarrollo. Ese escenario resultará ideal para profundizar en tan complejos temas y mirar con luz larga y buenos ojos el panorama económico futuro de la región.