Se hace común, lastimosamente, encontrar obras escultóricas de incalculable valor maltratadas por el tiempo y —sobre todo— por la carencia de atención especializada de parte de las instituciones encargadas.
Esta vez tocó a este reportero contemplar, tristemente impresionado, la laceración que experimenta la bellísima escultura Memorial Marcelo Salado, creada en 1971 por la artista Rita Longa y emplazada un año después en la terraza principal de la Escuela Nacional de Natación que lleva el nombre del mártir y se ubica en la barriada capitalina de Miramar.
La furia del viento y las olas, más la falta de cuidado y mantenimiento, ocasionaron ya la pérdida de varios fragmentos de la obra esculpida en piedra de Jaimanitas, y que recreaba una imagen acuática de la relación entre hombre, peces, vegetación y lecho marinos.
Al más típico estilo de Rita, la obra hacía gala de suavidad en las líneas, una cautivadora frialdad y el manejo brillante de las curvas que tanto distinguió a la Premio Nacional de Artes Plásticas en 1995.
Y hablo en pasado de Memorial Marcelo Salado porque de aquella especie de danza acuática solo queda una parte de su magia, una parte de la prestancia, diafanidad, elegancia y expresividad que nos entregaba Rita en cada pieza.
Ojalá queden tiempo y voluntad para rescatar —no para cambiar de sitio— este detalle significativo del patrimonio artístico y cultural cubano.