Un compañero del Sindicato de Estibadores y Jornaleros de la bahía de La Habana se acercó preocupado a Aracelio Iglesias para preguntarle si había visto la publicación en The New York Times del retrato del líder portuario a quien se le calificaba de Zar Rojo del puerto. Tanto el texto como la foto habían sido reproducidos en Cuba por el libelo reaccionario Tiempo en Cuba, financiado por el gánster Rolando Masferrer.
La respuesta de Aracelio ante la preocupación de su compañero fue: “Sí, lo leí, y esa es mi sentencia de muerte”.
Tal certeza nacía de la experiencia vivida por muchos de los luchadores proletarios que en la defensa de los trabajadores chocaban con los intereses de la oligarquía y el imperialismo.
Abundan las anécdotas demostrativas del modo en que el recio luchador sindical y comunista defendió con valor los intereses de sus compañeros de labor.
Cuenta uno de sus contemporáneos, Francisco Pradines, que durante la II Guerra Mundial, al tener el puerto de La Habana mejores condiciones, se le decretó puerto único.
Aracelio junto a Lázaro Peña presionaron al Gobierno para establecer un subsidio por paro portuario que beneficiara a los obreros del resto del país afectados por la supresión de los embarques en las radas habituales. En gesto solidario con los trabajadores de otras provincias, el Sindicato de Estibadores y Jornaleros de La Habana abrió sus listas rotativas que garantizaban trabajo a los estibadores y cedieron el 20 % de sus capacidades.
Relata también Pradines que los magnates de las navieras yanquis radicadas en Cuba trataron de aprovechar la coyuntura para pisotear los derechos de los obreros. Aracelio convocó a sus hermanos a apresurar los embarques destinados a los frentes de guerra, pero se opuso a la violación de las tarifas, a la afectación de los salarios y al incumplimiento de las reglamentaciones.
En discusión con funcionarios de la embajada norteamericana les dijo en una oportunidad: “Ustedes están defendiendo que los monopolios multipliquen sus ganancias a costa de nuestro sudor… ¡Pues están equivocados! La guerra no quiere decir que nuestros derechos estén en guerra”.
Las batallas sindicales encabezadas por Aracelio les arrancaron a los patronos importantes conquistas para el sector, como aumentos salariales, el descanso retribuido y la semana de 44 horas con pago de 48, entre otras. Los portuarios llegaron a contar con un consultorio médico, una Caja de Socorros Mutuos y la escuela Margarito Iglesias, en Regla, donde estudiaban de día los hijos de los trabajadores y estos en horario nocturno.
Para el Gobierno, los grandes empresarios monopolistas de las navieras y sus lacayos nativos, era un estorbo la lucha tenaz del destacado sindicalista, miembro del comité ejecutivo de la Central de Trabajadores de Cuba y candidato a representante a la Cámara por el Partido Socialista Popular en dos ocasiones.
El 16 de octubre de 1948 el Palacio de los Torcedores fue escenario de una multitudinaria y combativa asamblea del Sindicato de Estibadores, que ya había sido asaltado por los traidores al movimiento sindical. Se acordó no pagarles a estos ni un solo centavo de la cuota sindical y efectuar una concentración ante el Ministerio del Trabajo, para demandar la anulación de la ilegal resolución que impuso a dirigentes serviles y reponer la directiva electa democráticamente.
Al día siguiente Aracelio ultimó detalles de la concentración en el local del sindicato junto con un grupo de dirigentes unitarios, y terminada la reunión, cuando dialogaba aun con sus compañeros, irrumpió en el lugar un grupo de pistoleros.
Dos de los presentes fueron alcanzados por los disparos y el líder portuario fue mortalmente herido de cuatro balazos por la espalda. Pudo volverse, identificar y acusar a sus agresores y con sus últimas fuerzas lanzó un llamado a asistir al acto de protesta: “No faltes, hermano trabajador del puerto, a esta cita que te hago desde mi lecho de muerte”. Tras horas de esfuerzos por salvarle la vida, dejó de existir el 18 de octubre.