“Intento cantar desde negro pero con la porción de voz que nos toca en el canto universal”, escribe Marcelino Arozarena en la «Brevísima molestia al lector» que introduce su poemario titulado Canción negra sin color, su primer libro, publicado en 1966, ampliado en una nueva edición aparecida en 1983.
Opinión que también sustenta ahora el volumen Traigo un catauro de palabras (Editorial Letras Cubanas, 2014, 168 pp) que, con selección de Alena Bastos Baños, presenta un acercamiento a la obra, tanto en verso como en prosa, publicada e inédita, de Marcelino Arozarena.
La lectura de esta colección revela los presupuestos ideoestéticos que avalan la producción intelectual del también periodista y maestro, una de las voces de la lírica insular de la pasada centuria que merece ser conocida y valorada en su real alcance, trascendencia y dimensión.
Se encontrarán así, en las páginas de este libro, los poemas que el autor comenzó a escribir a partir de los años treinta del siglo XX, para dar inicio a una lírica caracterizada por el reflejo de un rico universo de realidades y problemáticas sociales, presentado mediante un discurso de marcado desenfadado.
A ese sello identitario de la poesía de Marcelino Arozarena se refiere, precisamente, la poeta Basilia Papastamatíu, en «Un poeta que no podemos olvidar», texto introductorio a esta selección, en que afirma:
Una vez que leí sus textos, me quedé muy sorprendida, encontré más de lo que esperaba. Porque si bien poseían rasgos de la poesía negra que se escribió principalmente a partir de la década de 1930, y que muy bien definió en el aspecto temático Roberto Fernández Retamar, lo cierto es que en ninguno de sus contemporáneos que la cultivaban encontré un manejo del lenguaje poético como el suyo, tan desenfadado, audaz e informal, tan transgresivo de los cánones estéticos establecido (…), ni una manera tan insólita de acercar y articular semánticamente mundos culturales muy distintos como las mitologías africanas y la grecorromana por ejemplo, y evidentemente sin temer a que los lectores rechazaran la aparente extravagancia de asociaciones tan extremas sin ninguna lógica perceptible…
Muchos de esos rasgos son fáciles de advertir en «Justicia», poema aparecido originalmente en las páginas de Adelante, en junio de 1935:
Dominó,
¡qué malo ser Doblenueve!
Soy el paria de tu juego,
me tratan como a un intocable
y, sin embargo,
yo también sirvo para dominar,
Dominó.
Vendrán los tiempos
de las reivindicaciones
y, entonces,
no me despreciarán por la Dobleblanca:
Todos seremos iguales,
¡Dominó!
Se cierra Traigo un catauro de palabras con la sección «El antillano domador de sones», en que se incluyen cuatro artículos fechados entre 1943 y 1982, que develan el tratamiento dado por Marcelino Arozarena, en su prosa reflexiva, a esos temas presentes en su obra lírica.
La poeta, ensayista y traductora Nancy Morejón comentaba, en cierta ocasión, que Marcelino Arozarena “supo buscar en sus raíces negras para encontrar el definitivo perfil cubano”. La lectura de Traigo un catauro de palabras es, indudablemente, la más absoluta confirmación de tal certeza.