Pronto se cumplirán 40 años del crimen y una imagen, que se ha tornado emblemática de aquellos hechos, sigue siendo desgarradora: ante la galería de fotos de las víctimas del sabotaje al DC-8 de Cubana de Aviación que aquel 6 de octubre de 1976 estalló en pleno vuelo frente a las costas de Barbados, un hombre y una mujer, fuertemente abrazados, estremecidos por un llanto incontenible, contemplan desconsolados el rostro del ser querido que les fue arrebatado para siempre por el terrorismo.
Muchas escenas como esa protagonizarían los familiares de las víctimas desde que se supo la terrible noticia. Dos explosiones transformaron en terror y desesperación la alegría desbordante que unos instantes atrás invadía a los integrantes del equipo juvenil de esgrima que acababan de ganar en Caracas el Campeonato Centroamericano y del Caribe de esa disciplina; truncaron la existencia de hombres y mujeres inocentes, entre ellos ciudadanos coreanos y guyaneses, seis de los cuales habían obtenido becas para estudiar medicina en Cuba; aniquilaron a una tripulación en la que abundaban los méritos, con un capitán recién galardonado con la condición de Héroe del Trabajo.
A los 73 muertos en el sabotaje se sumó uno al que los criminales le privaron del derecho de ver la luz: la criatura que llevaba en su vientre la joven floretista Nancy Uranga, quien había confirmado su embarazo durante su permanencia en Venezuela y murió sin haber podido siquiera com- partir la noticia con su esposo y sus padres.
Tanto dolor, como expresó Fidel en la despedida de duelo de las víctimas, no se comparte, sino se multiplica en el pueblo, como ha ocurrido con los muertos por el sabotaje al vapor La Coubre; el asesinato del maestro voluntario Conrado Benítez y el alfabetizador Manuel Ascunce; los integrantes de familias campesinas, hombres, mujeres y niños, ultimados por bandas contrarrevolucionarias de alzados en El Escambray y otras localidades montañosas; los crímenes cometidos contra nuestros diplomáticos como Jesús Cejas y Crescencio Galañena, secuestrados y desaparecidos en ese mismo año de 1976,en Argentina; como Félix García Rodríguez, baleado por terroristas cubanos en Nueva York; como Adriana Corcho y Efrén Monteagudo, destrozados por una bomba, en Lisboa…
Y fue un sufrimiento compartido por la nación entera el provocado por la introducción en Cuba del virus del dengue hemorrágico que causó 158 fallecidos, entre ellos 101 infantes. Son algunos ejemplos de una larga y dramática lista la que se recuerda cada 6 de octubre, instituido como Día de las Víctimas del Terrorismo de Estado.
Ante estos actos criminales nadie puede voltear la página de la historia, porque son parte del diferendo histórico entre Cuba y Estados Unidos, y no podrán existir relaciones normales entre ambos si no se atiende nuestro legítimo reclamo de justicia.