Holguín ya era hace rato una plaza fuerte para la danza cubana, gracias en buena medida al empeño y las realizaciones de los bailarines, maestros y coreógrafos nucleados en la compañía Codanza. Pero el encuentro casi proverbial de Maricel Godoy (directora y fundadora de esa agrupación), el empresario Paul Seaquist y la estrella del ballet Vladimir Malakhov le otorgó bases concretas a algo que hace algunos años hubiera parecido un sueño: un encuentro de proyección internacional, a más de 800 kilómetros de la capital cubana.
La historia del Concurso de Danza del Atlántico Norte Grand Prix Vladimir Malakhov se ha contado varias veces. Lo cierto es que la segunda edición de la cita, que concluyó este fin de semana, ha reunido a bailarines y compañías de todo el país, con la participación de invitados de otras naciones.
La pretensión de los organizadores es que el certamen sea una referencia en la región; tiempo al tiempo, lo cierto es que a estas alturas ya ha llamado la atención de muchos creadores cubanos y ha consolidado un público quizás no demasiado numeroso, pero sí muy fiel y entusiasta.
Un concurso, por supuesto, siempre es polémico. Estamos hablando de arte, no de una ciencia exacta. A algunas de las obras premiadas nos referiremos en la próxima edición de este semanario. Por el momento destacaremos una circunstancia: la cita ha trascendido las emociones de los ganadores y los perdedores para convertirse en espacio ideal para la reflexión y la práctica de todas las expresiones de la danza cubana, en diálogo permanente con el contexto internacional.
Hasta el punto de que no estaría mal, para convocatorias por venir, llamarla como lo que es en efecto: un festival.
Además de las presentaciones de las obras en concurso y las invitadas (siempre en la sala Raúl Camayd del Centro Cultural Eddy Suñol), la programación incluyó conferencias magistrales, clases prácticas, talleres y sesiones teóricas, con la conducción de reconocidos maestros e investigadores.
En Holguín se habló de las perspectivas de la danza cubana, de su potencial, sus retos y dificultades actuales, en un debate que por momentos resultó arduo, pero que explicitó caminos y alternativas.
Ciertamente el plato fuerte fueron las jornadas de la competencia, y está claro que buena parte de los artistas presentes llegaron atraídos por el importe material y simbólico de los premios. Pero no hay que menospreciar la oportunidad de compartir salones de ensayo con figuras de primera línea, como el mismísimo Malakhov, que ofreció, como ya es habitual, una concurrida clase de ballet para bailarines de disímiles procedencias, estilos y niveles formativos.
Las instituciones culturales del territorio —especialmente el Consejo Provincial de las Artes Escénicas— han demostrado capacidad organizativa, aunque no es de extrañar en una ciudad acostumbrada a acoger encuentros multiculturales, como las Romerías de Mayo.
Soñar, sueñan muchos: ya hay quien habla de que Holguín se puede convertir en la capital cubana de la danza. Pero más allá de tan grandes aspiraciones, el movimiento cultural de ese territorio ya puede enorgullecerse por contar con uno de los más dinámicos certámenes de las artes escénicas en el país. Lo que queda es trabajo y compromiso.