Se trataba de Lidia Doce Sánchez y Clodomira Acosta Ferrales, quienes como mensajeras recorrieron una y otra vez los escabrosos caminos que conducían de las empinadas montañas de la Sierra Maestra al llano, desde donde tomaban diversas direcciones para cumplir encomiendas de sus respectivos jefes.
Lidia era la mensajera del comandante Ernesto Guevara de la Serna, Che, y Clodomira, del máximo jefe del Ejército Rebelde, Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz. La primera comenzó como tal a mediados de 1957, y la segunda, unos meses antes.
Tras la derrota sufrida por el ejército batistiano en el verano de 1958, cuando el régimen intentó exterminar a los rebeldes mediante una fuerte ofensiva contra la Sierra Maestra, el régimen recrudeció la represión sobre los hombres y mujeres que lo combatían en los pueblos y ciudades, con el consiguiente incremento de las detenciones y asesinatos.
Hacia La Habana se trasladaron Lidia y Clodomira, con importantes misiones a cumplir en un término de aproximadamente dos semanas. La primera llegó el 27 de agosto, y la segunda, el 10 de septiembre. Para atenderlas, la dirección del Movimiento Revolucionario 26 de Julio designó al combatiente Gaspar González-Lanuza Rodríguez. Al encuentro con la primera le acompañó Griselda Sánchez Manduley, quien lo hizo también cuando fue por Clodomira, ocasión en la cual se les sumó Lidia.
De la impresión que ambas le causaran, González-Lanuza escribió: “Al observarla [a Lidia] sentí toda la alegría, el candor y la fuerza revolucionaria que emanaba de su presencia. Ese día ella cumplía 42 años y se lo celebramos” Y señaló: “El encuentro con Clodomira fue muy emotivo. (…) No parecía tener 22 años. (…) El saludo entre Lidia y Clodomira fue muy alegre”.
La detención
Lidia se alojaba en una casa de la barriada de La Jata, en Guanabacoa, y Clodomira, en el apartamento 11 del edificio marcado con el número 271 de la calle Rita, en el reparto Juanelo, en San Miguel del Padrón. Allí se ocultaban también los combatientes clandestinos Reinaldo Cruz Romeo, Alberto Álvarez Díaz, Onelio Dampiell Rodríguez y Leonardo Valdés Suárez, Maño. El lugar no reunía las condiciones mínimas de seguridad, y González-Lanuza trató de convencer a Clodomira de que se uniera con Lidia, mas ella se negó argumentando que era aquella la dirección dada para su localización.
En la noche del 11, preocupada por su compañera, Lidia determinó pernoctar junto a ella en el referido apartamento, donde en horas de la madrugada ambas y los cuatro jóvenes fueron sorprendidos por efectivos de la policía que, encabezados por los coroneles Esteban Ventura y Conrado Carratalá, asesinaron a los hombres. A ellas las llevaron consigo, primero a la Oncena Estación de la policía, y después a la Novena.
Se suele afirmar que del puesto naval de La Chorrera, en el área de La Puntilla, en la avenida de Malecón, partían las embarcaciones empleadas para lanzar al mar los cuerpos torturados de numerosos revolucionarios, por lo general aún con vida. Sin embargo, investigaciones realizadas por la Licenciada Milagros Gálvez Aguilera indican que la macabra acción se realizaba desde la casa de botes de la Marina de Guerra, situada en la rivera este del río Almendares, en 21 esquina a 22, en la barriada de El Fanguito, donde eran custodiados los yates Yemayá y Marta, del tirano Fulgencio Batista, y los de otras personalidades del régimen.
Las pesquisas de la historiadora precisaron que se trataba de un lugar aislado, oscuro, muy próximo al Departamento de Investigaciones (Buró), un centro de torturas desde donde se accedía hasta allí con tan solo cruzar la calle 23, y también desde el puesto naval de La Chorrera, adonde el jefe del Servicio de Inteligencia Naval (SIN), teniente de navío Julio Stelio Laurent Rodríguez, acudía a torturar, y el de La Chorrera, comandante Jesús Blanco Hernández, también lo hacía.
La Licenciada Gálvez Aguilera comentó a esta reportera que el patrón de la lancha 4 de Septiembre era el cabo Alberto Rodríguez Hernández, quien respondía al sobrenombre de el Rana, residente en El Fanguito, y su función, como la de otros, consistía en sacar los cuerpos, de noche, y lanzarlos en una fosa muy profunda, popularmente conocida como La Campana, distante aproximadamente una milla de la desembocadura del Almendares. Y puntualizó:
«Me han afirmado que a Lidia y a Clodomira las sacaron por ese lugar, y no es de dudar, porque el sitio era ideal y accesible desde distintos puntos de la ciudad. La lógica indica que tales operaciones, de las cuales fueron víctimas numerosos revolucionarios, se realizaron siempre por allí, pues contaban con un patrón dispuesto y una embarcación preparada para ello”.
Al rememorarlas, en cierta ocasión Fidel señaló:
«Mujeres heroicas (…) Clodomira era una joven humilde, de una inteligencia y una valentía a toda prueba, junto con Lidia torturada y asesinada, pero sin que revelaran un solo secreto ni dijeran una sola palabra al enemigo».