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Diez días en las entrañas del imperio (primera parte) (+Fotos)

Fidel Castro camina hacia el avión que lo conducirá a él y a la delegación cubana que participará en el XV Período de Sesiones de la Asamblea General de la ONU en Nueva YorK. Foto Korda, Alberto
Fidel Castro camina hacia el avión que lo conducirá a él y a la delegación cubana que participará en el XV Período de Sesiones de la Asamblea General de la ONU en Nueva YorK. Foto Korda, Alberto

 

Autor: Acela Caner Román y Eugenio Suárez Pérez

CON HOTEL O SIN HOTEL, TENDRÁN QUE OÍR A FIDEL
El domingo 18 de septiembre de 1960, Fi­del Castro Ruz inició un memorable viaje a Estados Unidos al frente de la delegación cu­bana que participaría en el XV Periodo de Se­siones de la Asamblea General de la Orga­ni­zación de Naciones Unidas.

BIENVENIDO, FIDEL
Poco después de las 11:00 a.m., junto a varios miembros de su delegación, Fidel partió rumbo a Nueva York, en un Britannia de la Com­pañía Cubana de Aviación. A las 4:34 de la tarde, la nave cubana tocó tierra en el aero­puerto internacional de Idlewild.

Había bastado el anunció de que Fidel asistiría a la Asamblea General de las Naciones Unidas, para que el gobierno de Eisenhower adoptara un conjunto de medidas para aislarlo y limitar su contacto directo con el pueblo norteamericano.

Entre esas disposiciones se encontraba su confinamiento a los límites de la isla de Manhattan, una férrea custodia policial y la prohibición de la asistencia de público a las sesiones de la Asamblea.

Sin embargo, las regulaciones no pudieron impedir que en el último piso del Empire State, flotara una gigantesca tela, colocada por algún amante de la Revolución Cubana, que decía: “Bienvenido, Fidel”.

Más de 500 policías, un número indeterminado de agentes secretos del Departamento de Estado y de agentes de la policía local, esperaban a Fidel en el aeropuerto. Aunque en realidad la escolta no era necesaria, pues millares de simpatizantes y miembros del Comité Pro Trato Justo para Cuba aguardaban por Fidel y, en caravana de automóviles, lo siguieron hasta el hotel. Ellos eran los verdaderos guardianes del máximo líder de la Revolución Cubana.

Muy cerca de las cinco de la tarde, Fidel arribó al hotel Shelburne situado en las calles 37 y avenida Lexington. Los alrededores del hotel habían sido tomados desde la mañana por fuertes contingentes de la policía metropolitana, quienes mantuvieron a raya a los miles de simpatizantes de la Revolución Cubana que esperaban la llegada de Fidel para darle la bienvenida.

Varios incidentes desagradables sucedieron causados por la brusca actuación de la policía. Estos hechos se agudizaron cuando las autoridades norteamericanas le notificaron a la tripulación de la nave que condujo a Fidel, que si no salían “de la pista del aeropuerto antes de las 12 de la noche de ese día, el avión será incautado”.

Ante tantas agresiones, el notable periodista y escritor norteamericano Carleton Beals dirigió un telegrama a Fidel que decía: “Bienve­nido. Estoy avergonzado de la falta de cortesía de mi pueblo, tan generoso en oro para los lacayos, pero tan pobre en generosidad del alma”.1 Asimismo, Beals elevó una enérgica protesta al Departamento de Estado “por el trato increíble dado al Primer Ministro de Cuba, doctor Fidel Castro, en su visita a la ciudad de Nueva York para asistir a la Asamblea General de las Naciones Unidas”.

SI ES NECESARIO ACAMPAREMOS EN LOS JARDINES DE LAS NACIONES UNIDAS
El lunes 19 de septiembre sucedió un he­cho inaudito: la gerencia del Shelburne le no­tificó a la delegación cubana que debía abandonar el inmueble, al tiempo que se ne­gó a devolver los 5 000 dólares que la delegación había depositado como garantía de pago. No era un hecho aislado. Los dueños de los más céntricos hoteles neoyorkinos también se negaron a hospedar a la delegación cubana. El único que ofreció sus servicios exigió condiciones humillantes.

Ante tales circunstancias, el Primer Mi­nistro cubano se entrevistó con el danés Dag Hammarskjöld, entonces secretario general de la ONU. Tras expresar su consternación ante el hecho acontecido y las dificultades para hallar alojamiento en los hoteles de Nueva York, Fidel le comunicó que si era necesario, él y los miembros de su comitiva oficial acamparían en los jardines de la ONU.

En el curso de la entrevista, Fidel preguntó a Hammarskjöld si no creía que “había llegado el momento de cambiar la sede de las Naciones Unidas para otro país”, a lo que el Secretario General respondió con un ligero movimiento del hombro derecho.
En Cuba, al conocer de la nueva agresión, de manera espontánea, cientos de cubanos se fueron reuniendo en parques y plazoletas de todo el país. El pueblo en pleno había decidido pasar la noche a la intemperie, como muestra de solidaridad con Fidel y su comitiva.

En La Habana, una singular y gigantesca movilización se congregó dentro de la explanada norte del Palacio Presidencial y sus calles aledañas. Improvisados cartelones y telas decían “Con hotel o sin hotel, tendrán que oír a Fidel”.

Allí, el comandante Raúl Castro —quien había sido designado Primer Ministro por el tiempo que Fidel estaría fuera de Cuba—, dirigiéndose a los presentes comentó que apenas una hora se había necesitado para convocar a los habaneros a esa concentración que, en es­cala menor, representaba la Asamblea Gene­ral del Pueblo de Cuba.

Con palabras emocionadas, Raúl desenmascaró las intenciones del gobierno de Estados Unidos y, refiriéndose a Fidel dijo: “Lo respetan, lo respetaron antes y tendrán que respetarlo encuéntrese donde se encuentre. A los gobernantes que fielmente responden y respetan a sus respectivos pueblos, tienen que respetar los demás dondequiera que se encuentren”.2

TUVE QUE REFUGIARME EN HARLEM
En medio de esa situación, gracias a la solidaridad de la comunidad afronorteamericana y latina, la delegación encabezada por Fidel fue invitada a alojarse en un hotel de Harlem, el barrio del pueblo negro neoyorquino. Entre los coordinadores de aquella acción estuvo Malcolm X, el mítico activista por los derechos humanos.

Cuando supo de esa invitación, el Primer Ministro cubano comunicó al secretario general de la ONU que le habían brindado el hotel Theresa en Harlem y se dispuso a marchar de inmediato hacia el lugar, no sin antes exigir de las Naciones Unidas las garantías correspondientes a un jefe de Estado miembro de esta institución internacional.

Pasada la medianoche, Fidel llegó al hotel Theresa. Su arribo ocurrió apoyado por las voces de los más humildes habitantes de Nueva York que aclamaron al líder cubano con gritos de ¡Viva Castro! y ¡Fidel, Fidel, Fidel!

Años después, en la misión cubana de la ONU —cuando en 1995 asistió a los festejos por el aniversario 50 de las Naciones Unidas—­,­ reunido con Lucius Walker y los Pastores por la Paz, Fidel les contó cómo 35 años atrás tuvo que refugiarse en Harlem en una época de lucha muy dura por los derechos civiles y contra la discriminación.

Fidel relató sobre su nueva visita al barrio neoyorkino: “Me reuní con los de Harlem, ¡qué placer!, ¡qué felicidad!, ¡qué afecto!, ¡qué cariño encontré allí!, ¡qué espíritu de lucha, de combatividad pude apreciar allí! ¡Increíble! […] Pocas veces en mi vida he visto tanto entusiasmo, tanto afecto y tanto apoyo. Y si no olvidé el primer Harlem, jamás podré olvidar el segundo Harlem. ¡Ojalá viviera mil años para seguirlo recordando! Fue realmente muy emocionante para mí”.3

Así comenzaron los diez días de la delegación cubana en las entrañas del imperio.

1 Revolución, 19 de septiembre de 1960, La Habana, p. 12.

2 Revolución, 20 de septiembre de 1960, p. 8.

3http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1995/esp/f251095e.html.

Tomado de Granma

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