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Rosas en la vida de Guillén

Con Rosa que corta cake de cumpleaños.

Ernesto Montero Acuña

Cuando partía de Bucarest hacia Beijing, vía Moscú, Nicolás Guillén tuvo la feliz idea de comparar de un modo ingenioso a las bucarestinas con las cubanas, al decir que  allí abunda la cálida belleza meridional que hace volver el rostro en la calle, “como si estuviéramos” en  la céntrica esquina habanera de Galiano y San Rafael.

Pudiera haberse referido a numerosas  confluencias de ciudades y poblados del país, aunque por aquellos meses finales de 1959 es muy posible que abundaran más allí, en cantidad, que en otras bifurcaciones de cualquier villa en Cuba, que tiene en común con la capital de Rumania el carácter latino y la geografía sureña, aquel en Europa. (1) Pero el tema va más allá de la digresión sobre semejanzas y diferencias entre rumanas y cubanas, valga la consonancia, pues el asunto viene a cuento sobre cuánto valoraba al poeta a la mujer, sin dejar de sentir, por la que correspondiera,  la atracción de género inevitable que existe entre todas las especies vivientes, aunque siempre con arreglo a las normas.

Han transcurrido fechas en las cuales Cuba rinde habitual, sincero y justo homenaje a quienes lo merecen por amor, maternidad, fraternidad, amistad y porque no solo son el taller donde se forja la vida humana, sino también donde se la sustenta cada día, en numerosas ocasiones sin que se comprenda el enorme sacrificio e, incluso, sin que se omitan tratos crueles y denigrantes.

Hechas las precisiones necesarias no puede pensarse, como tal vez haya ocurrido, que Nicolás Guillén dedicara más numerosas y sentidas letras a la mujer por su atractivo erótico que por su condición de igual socialmente. En este sentido existen muchos más ejemplos en su obra que sobre la muy humana y normal atracción sexual, sin la cual no sobreviviría la especie.

Si bien en su poética se cuenta con las composiciones recopiladas en Poesías de amor (1933-1971), a lo largo de este título no se encuentran la sexualidad desaforada, ni el erotismo al uso durante el neoromanticismo en boga en parte de aquella época. Sus alusiones a lo que pudiera identificarse como pasional son tenues, escritas más como quien alude que como quien seduce.

No ha sido extraño, sin embargo, que existiera quien le reprochara al poeta no haberle dedicado más espacio en su copiosa obra política y social a la poesía amorosa, aunque a esta aportó, sin duda, versos magistrales. En A Julieta escribió algo tan sugerente como “Me gusta oírla hablar,/ porque las palabras salen de su boca como de un nido,/ primero se asoman, y en seguida rompen a volar”. (2) O mejor aún, los de su Poema de amor: “No. Lo ignoro./ Desconozco todo el tiempo que anduve/ sin encontrarla nuevamente./ ¿Tal vez un siglo?

Acaso./ Acaso un poco menos: noventa y nueve años./ ¿O un mes? Pudiera ser. En cualquier forma/ un tiempo enorme, enorme, enorme.” En fin, aludía a como es el tiempo de los enamorados, siempre tan escaso.

Podría citarse varios poemas, pero es preferible ceñirse a un ejemplo notorio, el inicio de En algún sitio de la primavera (Elegía):  “Te lo dije. / Siempre te lo decía,/ porque no fue cosa de una vez./ Ten cuidado, no jures/ que me amarás hasta la muerte,/ mira que el amor es cosa seria,/ si te quedas viva/ ¡qué risa la que va a darnos a los dos/ lo que debiera ser un gran dolor!// Así fue./ Ahora me río hasta las lágrimas/ Fíjate bien. He dicho lágrimas”.

Son algunos versos, aunque restan poemas por citar; por ejemplo, el de Mujer nueva “Con su círculo ecuatorial/ ceñido a la cintura como un pequeño mundo”.  Pero también otro de origen muy personal: Rosa tú, melancólica, escrito para su esposa Rosa Portillo, cuando se encontraba él en Caracas y ella en La Habana:  “El alma vuela y vuela/ buscándote a lo lejos,/ Rosa tú, melancólica/ rosa de mi recuerdo”.

Para proseguir: “Cuando la madrugada/ va el campo humedeciendo,/ y el día es como un niño/ que despierta en el cielo,/ Rosa tú, melancólica,/ ojos de sombra llenos,/ desde mi estrecha sábana/ toco tu firme cuerpo”. En carta fechada en la capital venezolana el 28 de febrero de 1946 le preguntaba: ¿Vio el poema que le escribí? Es muy honesto y muy sentido“. Lo publicaría luego en El son entero (1947), mucho antes que sus Poemas de amor.

En su poesía existen los versos a Pasionaria (la Dolores de España), a la luchadora Ángela Davis (a quien había que cambiarle “los muros que alzó el odio [en Estados Unidos] por claros muros de aire”), a la pintora cubana Amelia Peláez (que “es como un mundo submarino”), a María Teresa León (poetisa, intelectual española y esposa de Rafael

Alberti) y a muchas otras a lo largo y hondo de su obra.

Prosa de prisa es un venero en tal sentido. Desfilan por sus páginas Rafaela Chacón Nardi, (3) “la gran voz” que entonces despertaba; Rosa la Bayamesa, (4) “cuyo recuerdo en ruinas urge reconstruir”;  Josephin Baker, (5) la negra universal a la que el Hotel Nacional le negó hospedaje por su color; Luz Gil, (6) la que mucho significó en el teatro cubano; Gertrudis Gómez de Avellaneda, (7) quien “sin duda sentía profundo afecto por la isla en que nació”; y Rita Montaner, de Cuba, la Única.

Se trata de una relación inevitablemente incompleta, aunque también es cierto que durante la mayor parte de la vida de Nicolás Guillén la mujer en Cuba no tuvo el protagonismo generalizado de hoy e, incluso, que era asimismo más preterida en parte del mundo.

Pero siempre hubo ocasión para que el poeta fijara sus ojos en aquellas que, sensuales o no, se hicieron famosas, como Rosa la Bayamesa, de apellido Castellanos, por “su habilidad y ciencia para curar a los cubanos heridos o enfermos” en las contiendas militares o civiles necesarias.

Por esto escribir de ellas, como de Rosas, nunca es extemporáneo.

 

 

(1) Nicolás Guillén: Carta de Pekín, Hoy 18-X-1959. Ver Prosa de prisa, tomo II, ed.  Arte y Literatura, La Habana, 1975, pp. 230-234.

(2) Nicolás Guillén: A Julieta, Poemas de amor, Obra poética, tomo II, ed. Letras Cubanas, La Habana, 2011, pp. 157-159.

(3) Nicolás Guillén: Elogio de Rafaela Chacón Nardi, Prosa de prisa, tomo I, ed. Arte y Literatura, 1975, digital.

(4) Nicolás Guillén:  Rosa la Bayamesa, El País, 8-II-1949. Ver Prosa de prisa, tomo I, ed. Arte y Literatura, 1975, digital.

(5) Nicolás Guillén:  Josefina Baker, El Nacional, Caracas, XII, 1950.

Ver Prosa de prisa, tomo II, ed. Arte y Literatura, La Habana, pp.

88-91

(6) Nicolás Guillén: Luz Gil, hoy,1-III-1963. Ver Prosa de Prisa, tomo III, ed. Arte y Literatura, La Habana, pp. 114-115.

(7) Nicolás Guillén: La Avellaneda y Don Juan Valera, Cuba Internacional, III-1977. Ver Prosa de prisa, tomo IV, ed. Unión, La Habana, 2007, pp. 56-58.

 

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