El período entre la década del veinte y la del treinta del siglo XX en Cuba marcó el momento en que el modelo neocolonial entraba en crisis. El estancamiento de la industria azucarera, de la economía monoproductora y monoexportadora, planteaba un serio problema para la supervivencia del sistema, por lo que se iniciaron los intentos y proyectos para resolver esta situación con algunas modificaciones que permitieran su continuidad. Si bien el gobierno presidido por Gerardo Machado constituyó la primera propuesta de solución desde el poder, su propia incapacidad para lograr tal objetivo abrió el camino a otros proyectos. En esto se inscribe el llamado “Informe Truslow” de 1950.
Desde la óptica norteamericana se habían elaborado anteriormente otras propuestas, como los que se recogen con los títulos Problemas de la nueva Cuba, de la Foreign Policy Association en 1934, y Desarrollo económico de Cuba, del Chase National Bank de 1949. En general, estos informes reconocen la imposibilidad de mantener un crecimiento económico sobre la base de la industria azucarera y la necesidad de la diversificación, aunque no mencionen el concepto de crisis estructural y, por supuesto, tampoco el lugar del dominio neocolonial en esa estructura económica cubana. Sin embargo, el problema persistía.
En 1950 llegó a Cuba, una vez más, un grupo de expertos estadounidenses para hacer un análisis de la sociedad cubana y sus problemas, y elaborar sus recomendaciones. Esta vez la institución encargada de esa investigación fue el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF), cuyo resultado, Informe sobre Cuba, se conoce generalmente como “Informe Truslow” por el apellido de quien venía al frente de esa misión, Francis Adams Truslow. Se trata de un voluminoso libro en inglés, con una traducción al español realizada por el Banco Nacional con una pequeña tirada en cuatro tomos, que contiene una información detallada de la Cuba de aquel momento.
El propósito de la misión queda bien claro en la carta de Truslow al presidente del banco: “hacer un estudio independiente de la economía de Cuba tan detallado como el tiempo permitiera y, sobre la base de esos estudios, informar sus conclusiones sobre los problemas económicos más importantes y el desarrollo factible en Cuba.”[1] Para cumplir este propósito, se estudiaron prácticamente todas las actividades y recursos, como agricultura, minería, industria, servicios públicos, comercio interior y exterior, recursos de capital local, política monetaria y otros.
Un aspecto fundamental en el estudio del BIRF fue el tema de las inversiones. La misión analizó los aspectos que incidían en estas, como: principales prioridades, magnitud del capital que se requería para hacer las inversiones indicadas, posibilidades de atraer capital extranjero, obstáculos para la inversión, clima para la inversión privada, condiciones de trabajo y otros. Este asunto constituyó, obviamente, el interés central en la investigación y en las recomendaciones.
Como resultado del trabajo desplegado por los especialistas del Banco, se hizo un diagnóstico cuyo centro fue que el problema de Cuba era reducir la dependencia del azúcar a partir del desarrollo de empresas adicionales, ya que el crecimiento de la economía cubana no abastecía las necesidades de la población donde existía un importante desempleo permanente y estacional. En este aspecto, reconocían que el azúcar dominaba la economía cubana, que estaba a merced del precio mundial del producto, lo que provocaba inseguridad, y afirmaban un asunto fundamental: el nivel de vida de Cuba dependía de una industria que hacía años había dejado de crecer. De hecho, se estaba reconociendo la crisis estructural sin mencionar su nombre, de ahí que caracterizaran a la economía cubana de relativamente estática.
Otro aspecto al que dedicaron especial atención fue el de las relaciones obrero/patronales, puesto que ocupaba un lugar fundamental en sus consideraciones acerca del clima para las inversiones. En este sentido, plantearon que los patronos se quejaban por los derechos laborales recogidos en la legislación, como el salario mínimo, el derecho a las vacaciones pagadas, el cobro de 48 horas por 44 de trabajo semanales, el derecho de nueve días de ausencia por enfermedad y cuatro días oficiales de fiesta al año, así como la prohibición del despido sin causa justificada.
En opinión de la misión del BIRF, Cuba se encontraba en un círculo vicioso debido a la inseguridad, las demandas injustificadas, el bajo nivel de eficiencia, el desaliento del espíritu de empresa y el desempleo, lo que planteaba dos alternativas: una mejoría rápida en las relaciones trabajadores-patronos-gobierno que creara un mejor clima para las inversiones o un deterioro progresivo que llevaría a alguna forma de dictadura. Esta dictadura que anunciaban como posibilidad la veían en tres posibles variantes: dictadura “de derecha” para “poner a los trabajadores en su lugar”; dictadura “de izquierda” con consignas referidas al “estado obrero” y la necesidad de abolir la “explotación capitalista” y una tercera variante que utilizara a los sindicatos como instrumentos de un régimen político.[2]
El resultado del análisis se llevó a la elaboración de lo que denominaron “estrategia para el desarrollo” que establecía cuatro normas: depender menos del azúcar promoviendo actividades adicionales, ampliar las industrias existentes y crear nuevas que dieran subproductos del azúcar o azúcar como materia prima, como primera prioridad; promover la exportación de productos no azucareros como minerales y comestibles y lograr un mayor progreso en la producción para el consumo doméstico. O sea, estaban planteando romper con la estructura monoproductora, monoexportadora y plurimportadora, solo que para ello había que romper con la dependencia, cuestión que, por supuesto, no se abordó.
Para llevar adelante estas normas, señalaban que era necesario estimular las investigaciones aplicadas, la educación, las relaciones obrero-patronales y la política del gobierno en esta dirección. En estos aspectos dedicaron gran espacio a las relaciones obrero-patronales pues las consideraban como el más serio obstáculo, por lo que recomendaban: establecer tribunales de trabajo sobre bases jurídicas imparciales y mejorar la administración de la legislación laboral, adoptar un sistema de jornales de despido, hacer más simple y rápido el despido dentro de la ley existente, codificación y simplificación de las leyes laborales y sociales, sustituir la política de fijar los salarios mínimos por un sistema más libre de contrato colectivo. Los técnicos de la misión plantearon que era necesario que patronos y obreros reconsideraran sus viejas actitudes para incrementar las iniciativas en nuevos campos, los patronos debían formar sus propias asociaciones y una confederación general de patronos, mientras los obreros debían revisar su política sindical sobre antigüedad, mecanización y, en general, considerar los incentivos para que los patronos ofrecieran nuevos empleos en el tiempo muerto.
En sentido general, se trataba de crear un clima apropiado para atraer las inversiones privadas, para lo cual debían reducirse las conquistas obreras. Esto lo veían como una prioridad, una urgencia, pues la situación de mejoría que se había creado en ese momento por el incremento en la demanda de azúcar producto de la guerra de Corea, era transitoria y si esa “prosperidad” no podía mantenerse, la economía “estaría sujeta a una gran tirantez”. Entonces, “si los dirigentes no preparan a Cuba para eso, serán culpados por el pueblo. Y, si esto pasara, el control podría pasar a manos subversivas y engañosas”;[3] es decir, se trataba de preservar el sistema para lo cual el factor esencial era crear un clima favorable para las inversiones a costa, fundamentalmente, de un incremento de la explotación de los trabajadores, de su indefensión.
El “Plan Truslow”, como puede verse, fue un nuevo proyecto elaborado desde los intereses del poder para la neocolonia cubana cuando su crisis estructural se había profundizado, lo que implicaba un desafío para el sistema de dominación.
[1] International Bank for Reconstruction and Development. Report on Cuba. John Hopkins Press, 1951, p. VII (Todas las citas de este informe están tomadas de esta edición)
[2] Ibíd., pp.358-360
[3] Ibíd., p. 13