«El todo es mayor que la suma de sus partes», escribió Aristóteles (384 a.C.-322 a.C), pero sin las partes no puede existir el todo. Pudiera parecer un rejuego de palabras para delimitar conceptualmente lo que constituye un sistema, pero la intención es demostrar que para lograr la uniformidad debe irse por segmentos, sobre todo cuando se trata de asuntos de carácter social.
Pienso de esa forma cuando leo que “América Latina ha logrado reducir la pobreza extrema y la mortalidad infantil, junto con un mayor acceso a la educación en los últimos 15 años”, de acuerdo con una evaluación hecha por la Comisión Económica para el área, incluyendo al Caribe (Cepal).
Tantos años acumulados de explotación continua, saqueo desmedido (desde la conquista y represión de las poblaciones autóctonas por parte de los europeos) y dependencia comercial y financiera, entre otros males, no pueden borrarse solo con buenas intenciones y de un plumazo, como suele decirse.
Se requiere ante todo, de una concepción gubernamental que sitúe a la población del país en un plano prioritario y el establecimiento de acciones y decisiones que favorezcan la atención sanitaria, el fomento de empleos, el acceso pleno a la educación y el desarrollo de programas sociales que tengan como propósito esencial establecer y defender los más elementales derechos humanos.
Aunque la evaluación realizada por la Cepal, víspera de la aprobación en la Organización de las Naciones Unidas de la agenda 2030 de desarrollo sostenible, no lo reseña de manera explícita, en ese comportamiento manifestado en la región está la influencia de los procesos revolucionarios, y por tanto sociales, ocurridos fundamentalmente en Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua, así como algunos “chispazos” en otras naciones.
Conocidas son las misiones implementadas en territorio venezolano desde el ascenso a la presidencia del Comandante Hugo Chávez Frías y la implementación de la Revolución Bolivariana, cargada de propósitos y acciones para el mejoramiento y dignificación de la sociedad. A pesar de la fuerte oposición derechista, de la constante y cuantiosa inyección financiera externa para apoyarla y de la caída del precio del petróleo, principal renglón exportable de ese país, los programas de carácter social han tenido la mayor prioridad, lo que ha hecho posible, entre otros aspectos positivos, la disminución notable del índice de pobreza.
Algo parecido —siempre en concordancia con las características de cada país— ha sucedido y sucede en Bolivia, desde la presidencia de Evo Morales, y en Ecuador, con la Revolución Ciudadana impulsada por el destacado economista Rafael Correa. En la Nicaragua de Augusto César Sandino pudieron reavivarse el 10 de enero del 2007 las transformaciones que habían sido interrumpidas en 1990 por el ascenso al poder, vía electoral, del Partido Unión Nacional Opositora (Uno).
Obvio resultaría referirse a la situación social en Cuba, consolidada en los aspectos esenciales, pero imprescindible es destacar la solidaridad materializada en muchos países del área en asistencia médica, deportes, cultura…, y la implementación del método de alfabetización Yo sí puedo, el cual ha enseñado a leer y a escribir a millones de latinoamericanos y caribeños.
Causa satisfacción conocer que hay aportes en la concreción práctica de los Objetivos de Desarrollo del Milenio y que América Latina y el Caribe están hoy en mejores condiciones de afrontar la nueva agenda 2030 y cerrar todavía más las brechas estructurales existentes.
Evidentemente, la contribución de “las partes” al fortalecimiento “del todo” está en una etapa incipiente dado los muchos retos que aún quedan por vencer, pero lo logrado hasta el momento lo enaltecen.