¡Y vive Capablanca, desde La Habana hasta Salónica!
Diamir De Ávila Rodríguez
No, no sé si nuestro idolatrado Capablanca alguna vez jugó en esa ciudad griega, pero créanme, si nunca estuvo allí, más de uno recordó su nombre en el Grand Prix de ajedrez del 2013, cuando Leinier Domínguez dio una demostración no vista en certámenes de esta índole, coronándose con ocho puntos de 11 posibles, incluidas seis victorias, récord vigente.
Siendo de un país famoso por su béisbol, boxeo, judo, lucha, voleibol y atletismo es difícil que te reconozcan por tu calidad en el ajedrez, imbricación de arte y deporte que es asociado no pocas veces con personas de las primeras potencias económicas.
Pero no, en ese exótico lugar, ese cubano de los de aquí, de los que hablan contigo como si lo conocieras de toda la vida, de los que comparte una partida con el niño que se lo pida, el que a pesar de que no te ve hace años te recuerda con el tiempo, ese, ese amigo o hermano en la distancia, acabó con la quinta y con los mangos.
Es verdad que el “Capa” ganó la medalla de oro en el primer tablero en la Olimpiada de 1939, y que el protagonista de la hazaña aquí referida logró el título en el Mundial de partidas rápidas en el 2008, pero desde la corona del mundo obtenida por Capablanca en 1921, ningún cubano había llegado a semejante altura.
Imagínense, en un torneo con Elo promedio de más de 2 750, con tres excampeones del mundo y donde el cubano era el penúltimo clasificado, nadie, pero nadie, podría prevenir lo que veríamos en esos días, y menos aún cuando en la primera fecha perdió ante Gata Kamsky.
Después vinieron unas tablas contra Ponomariov y vino el punto de inflexión, la partida loca contra Ivanchuk. En una posición desventajosa, el nuestro tiró un último “swinazo” con Dxc3 en la jugada 30, y en la sucesión de golpes contra el tiempo, Leinier ganó la primera de sus tres consecutivas, las restantes ante Svidler y Kasimdzhanov.
En las 6a y 7a rondas tablas contra Nakamura y Bacrot, pero en la 8a y 9a liquidó a Morozevich y Caruana. Ya no importaba el color de las piezas, ni el linaje del contrario, ni si entregaba peón o calidad: era un ciclón del Caribe que arrasaba con el que se interpusiera en su camino.
Así llegó la penúltima ronda, el Ídolo de Güines y de toda Cuba estaba empatado en primer lugar con Kamsky. A esta altura ya éramos miles los que lo seguíamos; los que no tenían acceso a Internet en vivo se comunicaban por sms, correo o por un grito a lo cubano, era una verdadera ebullición.
No estábamos solos, en la web se podía ver que tenía admiradores de varias partes del mundo. Ya no era solo nuestro, era universal. Con Grischuk en la 10a ronda fueron unas peleadas tablas en las que entregó calidad y logró el jaque perpetuo. Estaba así medio punto por debajo de Kamsky y medio por arriba de Caruana, y estos últimos se enfrentaban en el adiós.
Llegó el día de la verdad, solo tres tenían opciones al título y Leinier enfrentaría a un excampeón del mundo de la talla de Topalov, casi nada. Caruana aprovechó un error garrafal de Kamsky y cumplió con su misión de ganar a toda costa para intentar adueñarse de la corona, y a esa altura la partida contra Topalov parecía solo tablas, lo que hubiera provocado un triple empate que quién sabe lo qué hubiera deparado.
Pero él no se contentaba con eso y forzó todo lo posible, siempre en busca de la victoria, como enviándole un mensaje a sus detractores que dicen que no lucha lo suficiente…, allá ellos con lo suyo. ¡Y ganó!, se regó la noticia por toda Cuba como si hubiéramos ganado un mundial de pelota …, y se oyó el himno cubano allá bien lejos. Lo habrán puesto en Grecia pero lo sentimos todos, los de aquí, los de allá, las que no quieren saber de deporte porque le cambiamos su novela, los niños que sueñan con ser como él, sus seguidores empedernidos, sus abuelos, su padre, todos, porque él unió a todo un pueblo en el espíritu de Capablanca.