“Arte soy entre las artes, en los montes, monte soy…” José Martí, Versos sencillos I (1891) OR
Por la vieja y angosta Carretera Central, a unos siete kilómetros de Coliseo, rumbo a Jovellanos desde la ciudad de Matanzas, se encuentra la finca La Coincidencia, más conocida en el mundo artístico como finca de los Correa, concretamente ubicada en un área cuyos habitantes denominan Guasimal del Toro. Allí radica uno de los proyectos socioculturales más importantes del país, en el que han encontrado trabajo y estudio 12 familias, en su mayoría representadas por sus jóvenes miembros.
Todo surgió en tiempos en que el actualmente ingeniero agrónomo Héctor Correa Almeida (Matanzas, 1955) era apenas un muchacho de nueve años. Guajiro amable y emprendedor que, según afirma, se crió en el campo con sus abuelos españoles (isleños). “En la medida en que iba creciendo me emocionaba más la idea de desarrollar mi vida y tener mi familia en este lugar…”
Radicado en la ciudad, empezó a laborar en una cooperativa. Luego realizó investigaciones para la estación experimental de pastos y forrajes Indio Hatuey. Pasados 10 años, en 1989, tras cancelar su primer matrimonio y casarse con Odalys Marrero Nodarse, licenciada en Historia del Arte, logró el sueño de su vida: obtener la vieja casa de madera que existía en aquellos relegados terrenos… Unos meses después se desplomó el techo.
Pero su anhelo era más fuerte que cualquier adversidad y en su lugar construyó una sencilla vivienda en cuya arquitectura sobresale la mano hacendosa del maestro artesano. De inmediato comenzó a levantar alrededor de la morada todo un paraíso terrenal, ampliado tras la concesión de varios terrenos adyacentes que dedicó al cultivo de mangos. En poco tiempo aquella posesión obtuvo la de nominación de finca diversificada de referencia, adjunta a la cooperativa de crédito y servicios Nicolás Nodarse. Simultáneamente, inició el desarrollo —junto a su esposa— de la cerámica artística, a la que también se incorporaron, desde la infancia todos sus hijos.
De tal forma, Héctor Luis Correa Acosta (hijo del primer matrimonio) y Pedro Héctor y Héctor Manuel Correa Marrero (de la unión con Odalys), en tanto producen sus obras artísticas —la mayoría de ellas comercializadas a través del Fondo Cubano de Bienes Culturales—, disfrutan de aquel idílico entorno junto a otros trabajadores contratados para las labores del modelado, decoración y horneado de las piezas elaboradas con la fusión del barro que traen desde Camagüey y Pinar del Río. Otro grupo se dedica a las tareas agrícolas, guiados por la preparación científica del ingeniero agrónomo.
Proyecto original
En total, en esta suerte de taller-escuela-galería-granja agrícola se desempeñan 22 personas cuyo promedio de edad es de 25 años. La Coincidencia es quizás el único proyecto de su tipo existente en Cuba, donde bajo los cantos del sinzonte y del revoloteo del zunzún, el arte emana entre el alboroto de cientos de animales de corral, en un ambiente de espectacular lirismo rural en el que crecen cientos de árboles maderables y frutales y más de 20 variedades de bambú. Entre las producciones para la cooperativa, de las nueve hectáreas con que cuenta la finca, varias de ellas están destinadas al cultivo de maíz, frijoles y plátanos, amén del fuerte de su cultivo, que es el mango.
Para el autoabastecimiento poseen plantas medicinales, café, quimbombó, habichuela, boniato, calabaza, yuca, malanga… “Este era un terreno improductivo. Ver la tierra inutilizada me causa dolor”, afirma Héctor Correa, quien asegura la calidad de sus cosechas mediante el uso de un añejo molino de viento destinado a los regadíos y el empleo de estiércol de ganado como fuente de bioenergía.
Su predio, agroecológico y de producción sustentable, todos los meses es visitado, a través de la agencia de turismo cultural Paradiso, por cerca de 300 turistas de diferentes países, además de curiosos cubanos y extranjeros, quienes vienen a constatar la grandiosidad de una obra surgida, ante todo, por el amor a la tierra, devenida asimismo fuente de enriquecimiento espiritual para esa comunidad de campesinos.
Entre los trabajadores incorporados a la creación artística labora Andrés García, dibujante y pintor graduado como instructor de arte (2006), cuyas cerámicas esmaltadas son demandadas. “Aquí he aprendido una técnica que me ha abierto muchos horizontes”, dijo el joven de 27 años, quien vive en Jovellanos.
Dalía Muñiz Talavera, licenciada en Economía Política, ahora experta escultora en barro, aseguró: “Desde que entré a este lugar, mi vida cambió totalmente. No estudié una carrera artística, pero aquí he aprendido a amar el arte, la pintura, la cerámica, la tierra”.
El nombre de La Coincidencia —según el ingeniero Correa— se debe a que este es un proyecto no pensado, sino nacido de forma espontánea, es decir, surgió por la coincidencia de diferentes personas con distintas aspiraciones para el arte y la agricultura.
Una de las áreas más acogedoras de este sitio es la pradera de las es culturas —feliz conjugación de arte y naturaleza—, en la que tanto los integrantes del taller de cerámica como los que lo han visitado —entre ellos grandes maestros de la plástica insular— han dejado su impronta en piezas de mediano y grandes formatos en barro cocido. El conjunto está próximo a un salón de conferencias al aire libre, bajo una profusa arboleda, construido —butacas y mesas— con piedras extraídas del lugar.
Impresionados por tan atinados vínculos entre el arte y el hábitat campestre, en el año 2002 la ceramista estadounidense Catherine Merrill y su colega cubano Antonio Lewis concibieron en la finca de los Correa —o La Coincidencia— la realización del internacionalmente reconocido proyecto Arte del Fuego. Auspiciado por la Asociación Cubana de Artesanos Artistas (Acaa) en Matanzas, el encuentro alcanzó notable prestigio por la calidad de las piezas que se realizan durante su desarrollo, además de la trascendencia de las conferencias, talleres, exposiciones y otras iniciativas de trabajo con la comunidad.
Con tal fin, los Correa y su equipo han creado condiciones de vida y de trabajo para los visitantes, tales como la construcción de un dormitorio para unas 50 personas, la ampliación de los comedores y las áreas de creación artística con arcilla, donde se acometen obras con diferentes técnicas como el raku y el quemado primitivo en hueco.