Desde su fantasía infantil, pero no con menos perspicacia, la pequeña Sofía suele decir “abuela, llévame al paraíso” cuando la exhorta a dar un paseo por la Quinta de los Molinos.
Sabe que encontrará jardines por doquier, árboles enormes, una sugerente isla en un espejo de agua y otras atracciones relacionadas con la flora y la fauna de un sitio ideal no solo para el sosiego en complicidad con la naturaleza, sino también para estimarla y protegerla más.
El progresivo avance urbanístico de La Habana como capital del país fue absorbiendo sus espacios extramuros, razón por la cual las áreas de la otrora hacienda de verano de los Capitanes Generales durante la colonización española en el siglo XIX quedaron atrapadas casi en medio de lo que es hoy una populosa zona citadina.
Sin perder su encanto natural, la Quinta emerge adyacente a la céntrica Avenida Salvador Allende (conocida también como Paseo de Carlos III) y constituye un parque ecológico para la educación ambiental.
Así lo definen las especialistas Marisol Reyes e Isis Contreras al referirse al trabajo comunitario que allí se realiza mediante talleres, cursos, conferencias y otras acciones con la participación de escuelas de las enseñanzas primaria y secundaria básica aledañas de los municipios de Centro Habana, Plaza de la Revolución, Cerro y La Habana Vieja.
Durante el período docente —plantea Marisol— se desarrollan ciclos de talleres relacionados con las plantas ornamentales, introducción a la técnica del bonsái, manualidades y control biológico, entre otras especialidades, además de intercambios de conocimientos entre los integrantes de cada grupo.
Isis agrega que “funcionan proyectos comunitarios dirigidos al adulto mayor con temas dedicados a la cultura universal, la historia del lugar y un programa de inclusión social para niños con necesidades educativas especiales. Los lunes, miércoles y viernes personas de la tercera edad practican ejercicios físicos aquí en horas de la mañana”.
Perteneciente a la Oficina del Historiador de La Habana, las visitas dirigidas y recorridos son, igualmente, otras actividades que se coordinan a través de esa institución o con el departamento socio-cultural de la Quinta de los Molinos.
“Nuestra función es educativa, con un perfil que contribuya a crear y promover una conciencia medioambiental”, recalca Isis al puntualizar que el lugar no es parque de diversiones, sin embargo, pueden acceder, previa coordinación, aquellas personas, estudiantes, profesionales, escuelas, centros escolares o de trabajo interesados en investigar o conocer, por ejemplo, sobre plantas medicinales, botánica y temas afines, siempre con un carácter didáctico y de aprendizaje.
Desde adentro
En casi cinco hectáreas de floresta abundan árboles endémicos de Cuba, de otras regiones del mundo, plantas exóticas y ornamentales, así como viveros tecnificados, palomas, jutías, la ardillita del desierto y otros animales en cautiverio.
Novedoso y atractivo resulta el mariposario, inaugurado en junio último y considerado como el primero y único de su tipo en Cuba, según afirman el biólogo Roberto Rodríguez e Irina Pantoja, técnica en agronomía.
Su alta estructura cubierta por una malla negra semeja una enorme red cuyo interior requiere de condiciones muy específicas en cuanto a temperatura, humedad y alimentación que aseguren la sustentabilidad y el ciclo de vida de esos insectos
Hay varias plantas hospederas y de néctar donde las siete especies de mariposas existentes ponen huevos de acuerdo con sus predilecciones.
“Actualmente todas son cubanas y podemos encontrarlas en la ciudad”, señala Roberto al explicar que el objetivo del mariposario es propiciar educación ambiental a través de talleres y está vinculado al programa Rutas y Andares, de la Oficina del Historiador de La Habana.
“Aquí llegan, fundamentalmente, las familias ganadoras del gran premio de ese proyecto cultural, lo cual no quiere decir que personas, escuelas e instituciones puedan dirigirse hasta aquí o se comuniquen y concertar una visita”, aclaró.
Irina comenta que en los meses de septiembre y octubre funcionan talleres en los cuales los niños y niñas conocen acerca de las diferentes etapas evolutivas de las mariposas, su morfología, cría, reproducción y cuidados en sentido general.
Mientras recorría uno de los viveros, Cristina Hernández y su pequeña hija contemplan las plantas. “Es algo muy interesante y contribuye a que los niños aprecien a la naturaleza, conocerla y se sensibilicen con el cuidado que requiere”.
Quienes llegan por vez primera a la Quinta perciben su agradable entorno y hasta descubren otros encantos de la naturaleza.
Entonces resulta fácil comprender por qué la pequeña Sofía toma de la mano a su abuela y la conmina a recorrer el lugar como para que nadie se lo cuente.