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Nunca tuve la mala suerte de que Fidel no me felicitara

Nunca tuve la mala suerte de que Fidel no me felicitara cuando terminaba una obra. Así confiesa José Ramón Lima Joya, toda una autoridad en el sector de la construcción porque se lo ganó con tesón y mucha exigencia.

Es uno de los dos constructores sin titulación académica cuya minibiografía se recoge en el libro 500 años de construcciones en Cuba, del Lic. Juan de las Cuevas Toraya (1933 – 2013), reconocimiento a una intensa vida dedicada al oficio que aprendió a pie de obra, su única y gran universidad.

Me enseña una foto en la que el Comandante en Jefe Fidel Castro se apoya en su hombro, durante el recorrido por la fábrica de combinadas cañeras «60 Aniversario de la Revolución de Octubre», en Holguín, su mayor obra.

«Yo trabajaba en la región oriental y un día llegó Fidel al lugar donde se levantaría la industria, donde solo había en pie cinco columnas de las más de mil que llevaba aquello, y me dijo: ‘Lima, esto hace falta en tres años; es grande el reto, pero con las máquinas que se harán aquí hay que cortar caña pronto’.

«Y no me dejó solo. Una vez llegó y teníamos muchos equipos rotos y me preguntó si me hacían falta más; contesté que no, que necesitaba piezas de repuesto y mecánicos para que pusieran de alta las máquinas, que yo me responsabilizaba con darles mantenimiento.

«Fidel me planteó que eso de pedirle piezas y no equipos nuevos era inusual que pasara y enseguida le dio la tarea a un compañero. Es un ejemplo de la clase de persona que es, por eso lo admiro. Por la importancia de la obra la chequeaba constantemente y se hizo en el tiempo fijado. Nosotros íbamos construyendo y en coordinación con el inversionista para saber qué objetos de obra priorizar, ellos iban dando valor de uso y fabricando la primera combinada, que Fidel manejó el día de la inauguración».

El Gordo Lima, como es conocido en la construcción, matiza la anécdota con algunas ideas, que ejemplifican cuánto de esfuerzo y exigencia estuvieron detrás de ese éxito y, en general, de su vida en el sector.

«Eran 15 horas de trabajo todos los días, y con buena gente, porque todas esas cosas se hacen cuando Ud. logra tener un equipo que cumple su norma y hace las cosas con calidad.»

Construir: La mejor elección 

Nació en junio de 1925 en Matanzas. A los 16 años empezó en la construcción por necesidad. Como vivía cerca de un central azucarero, los tres meses de zafra laboraba allí con su padre y simultaneaba en la ejecución del aeropuerto de Kawama. Ya en 1954 inició su fructífera trayectoria en el sector, especialmente en la actividad de viales. Trabajó como operador de equipos en la construcción de la Vía Blanca y al terminar ya era jefe de obra. Lo movían no solo la obligación de contribuir a la economía familiar, descubrió que también le gustaba.

Su impronta ha quedado en cientos de kilómetros de carreteras y decenas de puentes de occidente a oriente. El hacer y dirigir incluyó el montaje de molinos de piedra para materializar esas obras, muchas de ellas la avanzada del impetuoso desarrollo que llegó con el triunfo de la Revolución, especialmente en las antiguas provincias orientales.

«A raíz del ciclón Flora, me responsabilizaron con la reconstrucción de 13 kilómetros (km) de la Carretera Central –incluida la pavimentación– que las aguas se habían llevado. Fidel había dicho que el primero de diciembre tenían que dar tráfico y terminamos mucho antes de lo previsto. Se trabajó duro. Así era en todas las misiones porque todo urgía en esta zona del país.

«Después me ubicaron en Mayarí, Sagua de Tánamo y Moa. Fidel nos asignó algunos equipos y tuvimos que hacer 100 km de terraplén. El objetivo también era edificar más de 800 casas en total, para Levisa, Nicaro y Moa, pero Ud. sabe que las tareas no vienen solas, se incluían el círculo infantil, la escuela y hasta el círculo social.

«Por eso instalamos en Levisa la primera planta de Gran Panel que se montó en Cuba. Me llevé los moldes de ciudad de La Habana y ayudado por un arquitecto que trabajaba conmigo logramos hacer tres juegos. Llegamos a hacer dos viviendas prefabricadas por día».

Lima Joya recuerda que esto ocurrió entre 1973 y 1980. Tuvo la responsabilidad de atender la actividad de viales en Santiago de Cuba y en Holguín, aunque dirigía constructores y equipos en otras zonas.

«El comandante Juan Almeida me puso al frente de las obras industriales. La lista de lo realizado incluye fábricas de mosaicos, de baldosas, de muebles sanitarios, de tubos de acueducto de hormigón, la de acumuladores de Manzanillo, cinco objetos de obra en la planta de fertilizantes de Nuevitas, la de torula en Felton y la de combinadas cañeras KTP.

«Yo andaba como loco –confiesa–, pero tenía bastante gente y trabajadora, y yo la mano dura, a quien no cumplía le decía: ‘Oye, si no te apuras te quedas’, y siempre velé por resarcir los atrasos, nunca correr el cronograma, porque yo no podía faltar a la palabra y el compromiso. Les exigía a todos».

Obras de y para millones 

Nos recuerda que la obra construida en el área de Mayarí-Sagua-Moa fue la de mayor presupuesto invertido, aunque no hizo falta tanta fuerza calificada. En un año llegaron a promediar diariamente 13 600 m3 de movimiento de tierra; «una tarea bien difícil», subraya.

«En 1980 pasé a la edificación de la planta de implementos agrícolas ‘26 de Julio’ y en fase de terminación me enviaron a cumplir misión a Iraq, donde me responsabilizaron con 44 de 144 km de carretera. Dos años trabajé allí.

«Al regreso me asignaron la termoeléctrica de Matanzas. Me mandaban a mucha gente; sin embargo, tenía incompleta la plantilla porque a quien no trabajaba lo sacaba. Después me fui para la industria del petróleo y también tuve mis problemitas, por ejemplo, con soldadores que demoraban tres días en una labor que era para pocas horas.

«Llegó el proceso de rectificación de errores y tendencias negativas y Fidel –con muchísima razón– criticaba al sector. Las obras en que yo estaba las terminaba en tiempo pero me buscaba líos. Me avergüenza que me llamen la atención y yo exigía a todos por igual pero las cosas no marchaban bien, por eso estaba loco por retirarme, me iba a enfermar.

«No querían que dejara el sector pero con más de 60 años bien fogueados y sin poder arreglar las cosas no había otra alternativa. Yo nunca tuve mucho verbo para que la gente trabajara, era de pocas palabras y mucha acción. Coincidió que mi esposa, madre de mis cinco hijos, enfermó y me dediqué a cuidarla.

«Siento pena por la mala calidad con que se construye hoy. Chapucerías que denotan falta de exigencia. Me han hecho proposiciones de volver a trabajar como inspector de calidad pero no puedo, empezaría a padecer de la gastritis que no tuve cuando estaba en activo.»

Y mueve la cabeza en señal negativa para reafirmar sus palabras, mientras continúa buscando entre las fotos los recuerdos de una vida dedicada a hacer, y hacerlo bien.

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