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Family Trash: teatro diferente, difícil y polémico

Creado en el año 2012 por su director artístico y general, José Ramón Hernández,  el grupo Osikán (Plataforma escénica de  experimentación) trabaja en la consolidación de un estilo férreamente sustentado en sus  bases fundacionales: dialogar  con el público desde una mirada artística transversal e interdisciplinaria. Sus  producciones se estructuran a partir de  investigaciones en torno a las herencias   teatrales, folclóricas, históricas, sociológicas, culturales, políticas y creativas.  Suerte de entretejido de una arquitectura  escénica que se vale de los referentes más  cercanos del arte contemporáneo, tales  como  el biodrama, el docudrama, el performance  y el teatro  posdramático.

Su más reciente puesta en escena, Family Trash (Familia de la basura, en su traducción más directa), en la sala Adolfo Llauradó, no debiera pasar por alto dentro del panorama nacional.

Teatro difícil, a veces incomprendido y subvalorado, esta representación  constituye, de hecho, un atrevido y valioso ejercicio en el que José Ramón da  riendas sueltas a su libre imaginación  creativa, valiéndose para ello de recónditos exámenes  sobre determinados  problemas de la contemporaneidad insular.

Family Trash (Coreografía de la ausencia, como se subtitula) es un espectáculo concebido desde los polémicos y cuestionables conceptos del teatro  posdramático, definido así hacia finales de la pasada centuria por el teórico  y crítico alemán Hans-Thies Lehmann,  tras el variopinto cúmulo de novedosas  transformaciones registradas en las tablas a lo largo de las últimas décadas  del siglo XX, sobre todo en lo concerniente  a los diseños de la música, las  luces y la escenografía, así como en la  improvisación, el trabajo con los cuerpos, el uso de imágenes de video y fotografías, y la disolución de fronteras  entre la platea y el escenario…, lo cual  ocasionó contundentes cambios en las  prácticas teatrales tradicionales, de alguna manera presentes en esta obra.

En la construcción de s u “paisaje reflexivo del dolor, del deseo y del amor” , José Ramón toma como referente la pieza  Estaba en casa y esperaba que llegara la lluvia, uno de los escritos más  relevantes de Jean-Luc Lagarce (París,  1957-1995) 2 , dramaturgo galo cuya producción se encuentra hoy entre las más  escenificadas.

Los pasajes dramáticos de Lagarce, con fuerte carga expresiva y simbólica sirvieron de inspiración al director  de  Family Trash: “Cinco mujeres en la casa, hacia el final del verano, desde el final de la tarde hasta incluso la mañana del día siguiente, cuando el frescor  haya vuelto y que la noche y sus demonios se hayan alejado…” Suerte de parodia espiritual; esencias del lirismo  humanístico del texto del escritor francés, llevados a una puesta cuyo discurso  fue consumado mediante la recreación  de sucesos, individuales o sociales, que  marcaron la conciencia nacional.

Historias de vida expuestas a través de monólogos descriptivos, a veces  histéricos y explosivos, en los que cada  actor relata sus sentencias emanadas  desde el hogar, de la familia, para ex- 1 pandirse como asuntos que, de una forma u otra, pueden atañer a la vida de  los demás, algunos de ellos tal vez presentes en el auditorio.

Los textos de Family Trash —a cargo de Yohayna Hernández y el propio  José Ramón Hernández—, generalmente  están bien escritos, aunque hay intentos  no siempre logrados de prosas poéticas.  En ellos exponen los problemas de cada  uno de los personajes, en un trenzado de  situaciones que van desde el dolor y las  penas por incongruencias en el amor filial, el poder, el racismo y la homofobia,  hasta las dificultades propias de una  sociedad en tránsito hacia un universo  mejor de vida social.

Sin embargo, buena parte del valor de la puesta se pierde en la endeble  defensa de los actores. Yoelkis, aunque  sobresale en las coreografías y el desplazamiento escénico —en lo que se destacan todos— no logra asumir de forma  convincente su papel, el cual debe de  interiorizar aún más para evitar atropellamientos del lenguaje; mientras  que Osvaldo Pedroso Díaz —premiado  en disímiles concursos de canto—  debe  reforzar más su desempeño para complementar un ejercicio con matices de  brillo, sobre todo en su poética expresividad corporal. A este muchacho pudo  habérsele explotado más su excelente  formación vocal, de hecho demostrada en uno de los temas musicales de la  banda sonora.

José Ramón Hernández, el director.

Alaín Castillo Moreno hace galas de su carisma, pero debiera afanarse más en modelar su trabajo,  tanto en la ejecución de su discurso, a veces irreflexivo, atropellado y poco creíble, como en  su proyección; en tanto la actriz colombiana Ihasa Vanessa Tinoco Alarcón, a pesar de sus esfuerzos revela una figura que no logra insertarse dentro de la  fértil idiosincrasia insular dibujada en  la pieza, sobre todo debido a la frialdad  de su representación y a los tonos tranquilos de su lenguaje. El día en que acudimos al teatro faltó uno de los actores,  Ally Blanco Pérez, para lo cual Osikán  buscó una brillante solución, prescindiendo de su presencia.

No obstante, pienso que esta puesta y la propia concepción del espectáculo valen seguirlos de cerca y estimular —más  “pulida”— su representación nuevamente, hecho en el que hay que destacar la  loable y simbólica inclusión de otras figuras no profesionales tomadas del entorno familiar e invitadas a incorporarse a  la obra bajo la clasificación de “expertos  de vida”, labor en la que merecen palmas  Francisca Margarita Gracia (abuela), Alvis Reyes García (madre) y Zamir Alejandro Reyes (hijo).

En consonancia con la intencionalidad psicológica de  la pieza, Hernández  incorpora expresivos fragmentos del filme francés Mouchette (1967) dirigido por   Robert Bresson (París,1901-1999) 3 , el cual se caracteriza por la abierta interpretación de la audiencia, que debe darles a los  hechos su verdadera connotación. Esta  película, como la obra teatral de Osikán,  dan cuenta de una realidad enigmática,  ante la que las emociones surgen en el espectador sin ser reclamadas con triviales  artificios. La cinta de Bresson, como los  objetos utilizados por los actores —reloj,  cajuela, maletas, machete— aportan a la  obra insinuantes alegorías.

Aunque es un término muy cuestionado por una gran zona de la crítica,  que no considera el teatro posdramático  como género, sino expresión teatral que  no posee diferencias con el performance artístico; Family Trash, visto como  uno u otro concepto, deja huellas en el  panorama de las tablas cubanas, sobre  todo porque, de forma directa y respetuosa, echa anclas sobre cuestiones —a  veces pensadas tabúes— profundas de  nuestras vidas.

Con la loable apoyatura del diseño de luces (Oscar Ernesto González) y de banda sonora  (José Ramón) y las acertadas realizaciones audiovisuales (Ayanakún Producciones), Family Trash  insta a los espectadores a abrir su mente, a pensar y reflexionar, apelando  a los sentidos. Valdría la pena revisar  algunos detalles imperfectos de esta  puesta que bien pudiera sentar pautas  en el teatro cubano contemporáneo.

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