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El Maestro de armas

Virgilio André Aguilar López, armero de la selección cubana de esgrima: Foto: Eddy Martin Díaz
Virgilio André Aguilar López, armero de la selección cubana de esgrima: Foto: Eddy Martin Díaz

El taller de 25 metros cuadrados es su reino, su hábitat natural desde hace 21 años y el sitio por el que todos los integrantes de los equipos nacionales de esgrima han pasado. Virgilio Andrés Aguilar López es uno de los dos armeros del centro de formación de atletas de alto rendimiento Cerro Pelado, pero allí nadie lo conoce por su nombre: todos le dicen Jimagua.

El cuarto, ubicado en la misma planta y a pocos pasos de la sala general de entrenamiento, no impresiona por el despliegue de tecnología. De hecho, todo lo que necesita el Jimagua para hacer magia está en un banco de madera iluminado por una lámpara.

Sobre la mesa, ordenados como en un quirófano, están las pinzas, destornilladores, casquillos de prueba, pesas, equipos indispensables para reparar circuitos y un tornillo de banco. Fuera de eso el mobiliario del taller es austero: otro banco de trabajo, dos sillas, un viejo sofá y un butacón raído, dos taquillas y estantes empotrados en la pared para guardar herramientas.

Comenzó a trabajar con las armas desde 1987. Venía de la vida militar y recaló en la Escuela Superior de Perfeccionamiento Atlético (Espa) de La Habana. “Empecé muy joven y llegué a ser vanguardia nacional por las inventivas. Eran pocos los recursos y estábamos en la etapa del período especial, así que en ocasiones empatamos armas para que los esgrimistas pudiesen tirar algunos asaltos. Fue un riesgo, pero los resultados valieron la pena”.

El trabajo fundamental de este oficio consiste en asegurar que el arma por reglamento salga en óptimo estado para competir, explica el Jimagua. Por sus manos pasan a diario muchas hojas de acero, indistintamente sobre su banco de trabajo se agrupan sables, floretes, espadas, empuñaduras de uno u otro modelo…

Para este hombre las hojas ya no tienen secretos: calibrar puntas, revisar circuitos, reparar cualquier avería, son cosas que ha convertido en rutina. En cuanto abre la puerta del local comienzan a llegar los esgrimistas. Casi todos traen un arma defectuosa para que él la arregle, otros piden permiso, saludan y siguen camino al entrenamiento.

Según el Jimagua, un técnico en armamento —su cargo formal— resulta imprescindible en las competencias. “Desgraciadamente no todos los atletas conocen como debieran las especificidades de sus armas, o cómo solucionar algún tipo de inconveniente técnico con ellas. Por eso se hace hoy tan importante la presencia de los armeros”, confirma.

En su trabajo no hace distinciones, “arreglo igual la hoja de un niño que está interesado en aprender esgrima que la de un atleta profesional con años de experiencia”.

“Hay deportes que necesitan una retaguardia logística, eso somos nosotros. Nuestra tarea es asegurarnos de que el tirador se sienta a gusto con lo que hace, con el arma”, explica. Sobre los trabajos de reparación y mantenimiento, asevera que “tienen un papel preponderante, pues están ligados directamente a la durabilidad y la explotación diaria del armamento”.

Sin embargo, tiene muy claro su cuota de responsabilidad dentro de la competencia. Años de experiencia en torneos internacionales de todos los niveles le han hecho entender que los asaltos se inician siempre en su mesa de trabajo. Una vez montado el implemento, el atleta espera que este tenga el rendimiento adecuado en el combate. “Hay tiradores muy quisquillosos con su hoja y eso convierte cada arma en un reto por tenerla calibrada a la perfección”, comenta.

Tras 28 años de bregar en este deporte, Virgilio ha puesto a punto los aceros de varias generaciones de tiradores cubanos, entre ellos a los máximos exponentes del país en las últimas dos décadas. En ese tiempo se ha ganado la confianza de quienes —una y otra vez— regresan al pequeño taller para entregar sus hojas a este verdadero maestro de armas, un hombre para el cual la esgrima ya no tiene secretos.

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