Hijo de periodista, le correspondió dirigir publicaciones partidistas en la legalidad y la clandestinidad y después del triunfo revolucionario, y se distinguió particularmente por el cumplimiento ejemplar, entre muchas otras responsabilidades, de una tarea delicada y compleja: dirigir la Oficina de Atención de los Asuntos Religiosos, creada por el Buró Político en 1985.
Con este integrante del Comité Central del Partido desde su primer congreso, cubano de pura cepa de envidiable capacidad de trabajo, nos reunimos una tarde de agosto, aniversario de la creación del primer Partido Comunista, para hablar de un tema que ocupó gran atención de esa organización en la república neocolonial: la discriminación racial.
Desde que el Partido emprendió la batalla contra la discriminación racial, este tema era un tabú en Cuba. A quien hablara de ello lo acusaban de fomentar la división entre los cubanos. Pero la existencia del problema no se podía negar.
Sus raíces se hundían en la sociedad colonial, donde nuestros opresores de antaño fomentaron el racismo como un factor de división, y con idénticos fines era esgrimido por las clases explotadoras y el imperialismo yanqui en la etapa republicana.
El engaño de las razas
En Las Villas la discriminación tuvo un carácter muy agudo. Es conocido el caso de la división del parque de Santa Clara atendiendo al color de la piel.
Yo era miembro del comité provincial del Partido y en 1945 pasé a formar parte de la comisión provincial de lucha contra la discriminación racial y por la igualdad verdadera de todos los cubanos. Se creó en Las Villas, y en todo el país, la Federación de Sociedades Negras que después pasó a llamarse Federación de Sociedades Cubanas.
Cuando surgió este movimiento existían sociedades de blancos, de negros y hasta de mestizos. Esto contribuía a acentuar la discriminación, porque los propios negros se separaban, en lugar de unirse al resto de la población y de procurarse una integración total. En primer término debe decirse que esas sociedades no se hicieron con un objetivo social y político. Al crearse la Federación, las mencionadas instituciones actuaban fundamentalmente con fines de instrucción, cultura y recreo. Es el Partido el que le va a dar un nuevo contenido: la lucha por la igualdad.
Batallamos también porque se admitieran blancos en las sociedades negras, pero chocábamos con la resistencia de sus direcciones, cuyo argumento era: ¿Por qué si ellos no nos admiten, nosotros los tenemos que aceptar? Era una posición absurda.
El Partido se enfrentó al principio segregacionista de “iguales pero separados”, una corriente ideológica muy peligrosa a la cual teníamos que oponernos rompiendo las posiciones de los blancos reaccionarios y los negros conservadores de la pequeña burguesía, quienes perseguían con esa práctica obtener beneficios de la población “de color”.
En ese libro demostró que el asunto de la superioridad y la inferioridad racial era una torpe leyenda. Explicó que la palabra “raza” era una categoría zoológica, nacida de la esclavitud, cuando los hombres se vendían y compraban según su procedencia, como si fueran perros o caballos, y desde entonces comenzó a aplicarse el término. Se dejó sentado que no existen razas, porque no hay ser más mestizo que el hombre. Esta obra, escrita por una personalidad excepcional como era Fernando Ortiz, surtió su efecto.
Ya desde el gobierno de Batista y más tarde con Grau y Prío, se puso en práctica la política de ir colocando algunos hombres y mujeres negros en determinados establecimientos, con lo cual pretendían hacer creer que no se practicaba la discriminación, pero el Partido calificó esto de demagogia.
¿Negros contra un Batista mestizo?
Del mismo modo que Mujal y su pandilla emprendieron el asalto a los sindicatos, arremetieron contra las federaciones de sociedades cubanas. Fuimos expulsados de su dirección y pusieron al frente de ellas a elementos politiqueros.
A pesar de esta situación, las comisiones del Partido continuaron luchando. Aprovechábamos los actos patrióticos convocados por las sociedades, como el aniversario de la muerte de Antonio Maceo o del natalicio de José Martí para abordar el problema.
Esta labor se prolongó hasta 1953 en que el Partido pasó a la clandestinidad. A partir de ese momento esta actividad se hizo menos intensa, porque el centro de la atención se había desplazado a la lucha contra la tiranía.
En esa etapa la oligarquía trabajó dentro de la población negra para atraérsela, con el pretexto de que Batista, el presidente, era mestizo. Desde luego que él no se tenía por tal, pero sus agentes especulaban con eso. Hasta la policía en medio de la represión hacía algunas distinciones. Si cogían a un negro, le decían: “Chico, ¿qué haces en la Revolución, qué ganas tú con eso?” Presentaban la batalla que se libraba en Cuba como un asunto de blancos, y les planteaban a los negros que si esa lucha triunfaba la situación de ellos iba a ser igual o ponerse peor.
Ley no, derecho
Hay un aspecto muy interesante y es que cuando se produce el derrocamiento de la tiranía, el Partido, un tanto influido por la situación anterior, estaba luchando porque se aprobara la ley complementaria de la Constitución que establecía una adecuada proporción de cubanos negros en los empleos. Fidel señaló que no era necesario dictar una ley para establecer un derecho que tenian por la simple condición de ser humanos y miembros de la sociedad. Y era cierto. Lo que hacía falta no era una ley, sino una revolución, y un poder de la clase obrera que no tenía interés alguno en la discriminación, sino en la igualdad de todos los hombres.