Sus dos nombres están indisolublemente vinculados y no solo por lazos de sangre sino por los no menos sólidos de los ideales, que los llevaron a dedicar sus vidas a su pueblo. Por eso en Cuba, hombres, mujeres, niños y ancianos los han llamado, durante más de medio siglo, y los seguirán llamando, como si se tratara de familiares cercanos, sencillamente por sus nombres: Fidel y Raúl.
Juntos, protagonizaron la acción que demostró que lanzarse a una carga para matar bribones y acabar la obra de las revoluciones era posible y necesaria. Esa carga fue el asalto al Moncada, y en ella se comenzó a modelar su liderazgo: el de Fidel como conductor indiscutible de la nueva clarinada libertaria, el de Raúl, como un decidido combatiente, con madera ya del destacado jefe en que se habría de convertir. Lo demostró desde su respuesta a quienes lo juzgaban por aquellos hechos: a la pregunta de cuándo lo embulló su hermano a participar en la revolución que se preparaba, ripostó con hidalguía: “Si hubiera sido porque mi hermano Fidel me embullara no hubiera venido, porque nunca lo hizo, yo vine a Santiago por resolución propia, tuve que andar muy ligero para que se me permitiera tomar las armas, para ver si cambiamos este sistema”. Y acudió sin dudar a ocupar el Palacio de Justicia, la posición asignada en aquella cita con la historia.
Ambos perdieron el 26 de julio a entrañables compañeros, muy pocos en combate, la inmensa mayoría como consecuencia de la macabra orden vomitada por el tirano y trasmitida a los militares, de que era una vergüenza y un deshonor para el ejército haber tenido en el combate tres veces más bajas que los atacantes y por tanto había que matar 10 prisioneros por cada soldado muerto. Asesinaron a Abel, el segundo del Movimiento, quien desde su posición en el hospital civil al percatarse que la toma del Moncada no había fructificado, le dijo a su hermana Haydeé que quien no podía morir era Fidel, porque si vivía triunfaría la Revolución. Le arrebataron la vida también a uno de los hombres de mayo confianza de Fidel, José Luis Tasende, cuya identificación con Raúl era tan grande que antes de partir al combate dejó una nota a su esposa donde le decía: “Dile a mi mamá que me perdone, pero la Patria está primero, y si Raúl vive, él la defenderá” .
Pero ninguno de los caídos sería ni olvidado ni muerto, tanto Fidel como Raúl vivieron para hacer triunfar y defender a la Revolución, aunque el camino a seguir no fue fácil.
Hicieron fecunda su prisión porque la transformaron en una tregua preparatoria para las batallas por venir. Y al desembarcar en tierras orientales traídos por un frágil yate de recreo en medio de un mar tempestuoso, cumplieron la promesa de que retornarían a la patria para convertirse en héroes o mártires.
De nuevo la adversidad: el primer enemigo “la peor ciénaga que jamás habíamos visto u oído”, escribió Raúl. Luego, el ataque de Alegría de Pío, que los tomó por sorpresa pero que tuvo una viril respuesta: ¡Aquí no se rinde nadie!
Dispersos, hambrientos, cazados unos como animales y ultimados por bestias vestidas de uniforme militar, otros en pequeños grupos empeñados en reagruparse, hasta que en Cinco Palmas los dos hermanos volvieron a abrazarse y por encima de las dificultades hasta entonces vividas se impuso una frase llena de fe en el porvenir, al comprobar Fidel que el pequeño grupo de combatientes contaba con siete fusiles: ¡Ahora sí ganamos la guerra! Y se convirtieron en dos guerrilleros invencibles del pueblo.
Con el pueblo derrotaron, sucesivamente, al ejército de la tiranía, después, todo tipo de agresiones que intentaron en vano liquidar a la Revolución, y más tarde, cuando todos esperaban que Cuba sucumbiría al derrumbe del campo socialista y el recrudecimiento del bloqueo, encabezaron la resistencia colectiva y condujeron los esfuerzos por seguir adelante, sin claudicaciones.
Fidel al frente del país y Raúl conduciendo magistralmente el brazo armado de la patria, llevaron a sus compatriotas por un camino de dignidad y justicia que conquistó la admiración del mundo.
Y desde que a Raúl le tocó tomar las riendas de la nación, ha hecho realidad, en las coyunturas más complejas, sus palabras: “ A mí no me eligieron Presidente para restaurar el capitalismo en Cuba ni para entregar la Revolución. Fui elegido para defender, mantener y continuar perfeccionando el socialismo, no para destruirlo.”
Con el liderazgo histórico de Fidel y la conducción de Raúl se ganaron otras dos trascendentales guerras: el regreso de los Cinco y el reconocimiento por Estados Unidos del fracaso de su política agresiva contra Cuba, lo que dio lugar a algo que parecía imposible: el restablecimiento de vínculos diplomáticos entre ambos gobiernos y la apertura de un camino hacia la normalización de relaciones.
Los dos guerrilleros vencedores de la adversidad siguen conquistando victorias. Les aguardan otras batallas no menos difíciles en las cuales ambos, en su gloriosa veteranía, cuentan con el más poderoso y permanente de los ejércitos: el pueblo y dentro de él, las nuevas generaciones. Por eso siguen confiando en la victoria.