Toronto.- En la intercepción de las calles Yonge y Front, justo en el corazón de esta magnífica ciudad, se ubica el Salón de la Fama del Hockey sobre Hielo. Se trata de un inmueble de estilo rococó alzado en 1885 para acoger la oficina central del Banco de Montreal, y que a su belleza infinita suma la mística de haber sobrevivido al incendio que en 1904 consumió prácticamente todo el vecindario.
Los historiadores explican que la idea del Salón provino de las experiencias del béisbol y el golf, y que vio la luz en 1943 en la urbe de Kingston, la cuna de este deporte. Sin embargo, demoras burocráticas y falta de financiamiento dieron al traste con la construcción de la sede y el proyecto se trasladó a Toronto, donde cristalizó en 1961 como parte de la Exposición Nacional de Canadá.
Su ubicación actual data de 1993 y aportó una experiencia tan innovadora que en su primer año de operaciones recibió a medio millón de visitantes, y hacia 1998 añadió un área de tres mil 500 metros cuadrados en el sótano de un moderno edificio contiguo.
La magia del sitio se percibe desde su espacio exterior: en las amplias ventanas descansan las imágenes de los últimos exaltados; en el jardín una obra fundida en bronce recrea un banquillo a la expectativa; y más allá una hermosa placa recuerda al llamado “Equipo Canadiense de la Centuria”, autor de la memorable victoria (4-3) sobre la URSS en la serie bilateral de 1972.
Uno percibe, sin dudar, que está llegando a un sitio de culto. Dylan me recibe en el acceso principal, cobra la papeleta y coloca un cuño sobre mi mano derecha. Ahora puedo recorrer el lugar hasta las seis de la tarde. Varios pasos más y comienza un viaje en varias direcciones: a la izquierda me sumergiré en la historia de la National Hockey League (EE.UU. y Canadá); a la derecha descubriré el universo de las lides entre naciones; al fondo viviré las experiencias de marcar penaltis y actuar como portero, gracias a un software increíble que de paso enviará a mi correo los videos del suceso.
Decenas de vitrinas aturden con tantos nombres, rostros, cascos, bastones, camisetas, skates, pucks… Se rinde homenaje a pasajes que podrán antojárseme distantes o desconocidos, pero que hablan el universal idioma del deporte. Y uno se emociona ante la réplica del vestidor del multicampeón equipo Montreal Canadians, o frente a la portería en la que Sidney Crosby anotó el gol que dio a Canadá la corona en los Juegos Olímpicos de Vancouver 2010.
Y por supuesto que uno hace silencio ante las placas de los más de 300 inmortales que repletan el salón principal de la llamada catedral del hockey, y que parecieran custodiar la Copa Stanley, reservada para los campeones de cada temporada, quienes tallarán sus nombres en su plateado metal.