Los jonrones de Yorbis Borroto y José Adolis García sirvieron para dejar al campo a Puerto Rico (7-6) y que Cuba concluyera con bronce por segunda ocasión consecutiva en el béisbol de los Juegos Panamericanos, lo cual deja muchos sinsabores para un deporte en el que debemos convencernos de un retroceso de calidad, de ahí que cada torneo sea más difícil de enfrentar a medida que pasa el tiempo.
La reacción en el último inning, cuando perdíamos 3-6, recordó, por momentos, la estirpe gallarda de no darse por vencidos; pero el bronce no sabe igual cuando estuvimos cerca de la discusión de un título que nos hubiera devuelto unas esperanzas tibias, pero esperanzas al fin y al cabo, de ser campeón con el equipo más discreto de cuantos hemos presentado en una lid de este nivel.
La culpa de esta actuación hay que buscarla más allá de los errores de Roger Machado en la utilización del relevo, en no hacer quizás jugadas de libro en el octavo o noveno capítulo contra los norteños, y en mantener el receptor ofensivo teniendo dos defensivos. El mentor avileño es la cara hoy, pero el resultado lo trasciende.
Regresar con un bronce panamericano es también resultado de la emigración, legal e ilegal, de primeras figuras o evidentes talentos; del bajo trabajo en provincias claves, de una Serie Nacional con lagunas técnicas; de entrenadores poco entusiasmados en la base; de falta de pelotas en categorías inferiores y de una lista de problemas por resolver que muchos se niegan a vincular con Toronto, pero lo están.
Todos aplaudimos y hasta brincamos con los jonrones de Borroto y Adolis, sin embargo, por dentro seguimos inconformes con ese tercer puesto porque en el próximo torneo, quizás en el Premier de noviembre próximo, la película sea igual o peor. Y eso nos duele a todos, le duele a Cuba.