Toronto.- La ceremonia inaugural de los XVII Juegos Deportivos Panamericanos ha terminado siendo una pieza de arte memorable.
Apegada a las tradiciones y la historia canadiense, sin escatimar buen gusto e imaginación, el Circo del Sol cumplió su promesa de encantar a los asistentes al Roger Centre y a los millones de personas que siguieron cada escena mediante la televisión.
La puesta en escena resultó vistosa, sugerente y divertida, además de representativa del multiculturalismo típico de los anfitriones. Sin embargo, desentrañar el cumulo de sentidos y significados propuestos reclamó plena atención y sabiduría por parte de la audiencia.
No por gusto los creadores de la pieza suministraron a la prensa y otros invitados un manual de comentarios en los cuales se explicitaba el objetivo y modo de expresión de los mismos en cada uno de los actos.
El espectáculo comenzó con una alusión directa a las naciones ancestrales de la región de Ontario (Mississaugas, Métis, Grand River y Huron Wendat), y a la figura del águila, capaz de ver el futuro y unificar con su vuelo a los atletas y aficionados de los Juegos Panamericanos.
El vuelo “televisivo” de la poderosa ave ayudó a revelar la presencia de 45 mil espectadores en el recinto, y su caída estrepitosa desde el cielo significó la metamorfosis hacia una figura humana reconocida como el Mensajero, símbolo de la conversión mística de los sueños en realidad.
El carnaval Powwow inundó acto seguido el escenario, bajo un ritmo de tambores que se transformó en sonidos electrónicos hipnóticos de la autoría del DJ Shub. La danza del aro, una forma narrativa indígena, aludió al ciclo interminable de la vida y a la diversidad cultural de Toronto.
La antorcha panamericana hizo su entrada tempranamente en el espectáculo, haciendo homenaje al relevo canadiense del 4×100 (m) monarca olímpico en Atlanta 1996. Un video mostró a Carlton Chambers corriendo por el barrio en que nació; Robert Esmie lo hizo por el puente Humber Bay Arch; Glenroy Gilbert por la plaza Nathan Phillips hasta encender la torre CN, ingeniosa manera de llevar el fuego hasta Bruny Surin, quien se encontraba en lo alto del edificio y echó a andar por el corredor circular que corona la mítica edificación, denominado Edge Walk.
Concluido el giro de 356 metros, Surin se encontró con el legendario velocista Donovan Bailey, quien recibió la llama y se lanzó en paracaídas (simulacro) hacia el techo del Roger Centre, simbolizando la presencia de la flama en el escenario de apertura de la mayor cita deportiva americana. Todo ello aconteció entre fragmentos de la narración original de aquella victoria olímpica inolvidable.
La posta canadiense se reunió poco después en el centro del escenario del Roger Centre, ante la mirada de los miles de asistentes, con el fin de que Bailey entregara la antorcha a una representante de la nueva generación, la clavadista de 15 años Faith Zacharías, quien la hizo reposar en un pedestal en forma de diamante dispuesto en ese lugar. Este bello acto reflejó la continuidad del deporte y la actividad física.
La parte protocolar inicial tuvo como protagonistas al pianista Chilly González, la cantante Véronic DiCaire y la Orquesta Sinfónica de Toronto, bajo la batuta del director Peter Oundjian. Juntos interpretaron hermosamente el himno nacional de Canadá.
Luego sobrevino el desfile de las 41 naciones participantes, distinguido por los compases musicales identitarios que acompañaron el paseo de cada una de ellas, así como por el empleo de lumínicos tecnología LED para mostrar el nombre de cada país. Un homenaje especial de tipo visual fue realizado a las disciplinas de carrera, lanzamiento de jabalina y disco, salto largo y lucha, deportes iniciadores de los juegos panamericanos.
El siguiente acto se denominó la Entrada de los Heraldos, llamados a escena para reverenciar la herencia comunicacional de los canadienses, uno de los desafíos fundamentales en la construcción de esta nación.
El regreso del Mensajero, para descubrir los fuegos de los sueños y la realidad, representó las esperanzas y los logros de la vida humana, las pruebas, los éxitos, las decepciones, los avances y las derrotas que nos esperan.
Este acto fue central dentro de show, pues el Mensajero convirtió los emblemas de los cinco deportes fundadores en guardianes de estas disciplinas; y luego en criaturas modernas complejas. El propósito fue reflejar el viaje desde los sueños a la realidad y finalmente al futuro.
A partir de aquí sobrevino el acto denominado Bosque Boreal, en el cual se recordó el espectacular fenómeno de la aurora boreal que puede observarse en la mayoría de las regiones de Canadá.
La guardiana de la jabalina apareció más tarde para marcar el límite de la niñez, y se auxilió del juego llamado lacrosse, con el cual los aborígenes solían solucionar sus problemas.
Los Heraldos regresaron a escena después para reverenciar a Reginald Fessenden, pionero canadiense en la radiotransmisión. Varios temas de amor fueron “sintonizados en la radio” para que todos escucháramos melodías ciertamente icónicas.
A la guardiana del salto largo correspondió uno de los mensajes más sentidos de la noche: el descubrimiento del amor por parte de adolescentes y jóvenes y la diversidad mediante la cual se expresa ese sentimiento.
El guardián de la lucha afrontó el reto de las dudas que asaltan a jóvenes y adultos en la vida. La búsqueda de confianza para vencer las luchas internas fue el eje de su demostración, y la solución derivó en la ratificación de las oportunidades de trabajo que ofrece la sociedad canadiense.
La hora de abandonar el hogar, etapa por la que atraviesan todas las personas en aras de fundar el propio rumbo de la vida, fue representada con el ícono del ferrocarril que va de costa a costa uniendo territorios y almas.
El guardián de disco emitió un mensaje de responsabilidad para los atletas, quienes deben trazar sus destinos y ayudar a la creación de un país fuerte y estable. La presencia de deportes extremos simbolizó lo difícil que puede ser el camino a transitar.
El fragmento titulado La Hora de la Verdad devolvió la noche al plano de lo protocolar, con el izamiento de las banderas del COI y la ODEPA, y las palabras de Saad Rafi, director ejecutivo de Toronto 2015; y de Julio Maglione, titular de la Odepa.
Para cerrar fue creado en el área central del escenario un pebetero democrático, construido con piezas en forma de pétalos aportadas por hombres y mujeres de 30 comunidades de Ontario.
Entonces los heraldos regresaron a escena por última vez para enseñar el destino final de todos: Toronto. El nacimiento de la ciudad es representado con la elevación de piezas metálicas sobre las cuales varios personajes simulan correr a gran velocidad. Es el momento para que aparezca el guardián de la carrera, acción que representa el paso de los sueños a la realidad.
El último instante de tensión llega con el cierre del relevo de la antorcha. La pieza encendida pasó por las manos de varias atletas destacadas hasta que los basquebolistas Andrew Wiggins y Steve Nash se encargaron de iluminar definitivamente los Juegos.
Nash recibió la flama en medio del graderío y salió trotando al exterior del Roger Center. Se detuvo frente a un cuenco que estalló cual fuegos artificiales y encendió la pira.
Regocijo y expectativas clausuraron una noche que será recordada siempre por los torontinos y los visitantes.