El correo de una lectora, recibido en esta sección luego de publicarse el trabajo Si pagué los pasajes: ¿mis asientos dónde están? me hizo reflexionar una vez más sobre la urgencia de seguir promoviendo o acudiendo a los valores y sentimientos que deben existir en quienes prestan servicios a la población, dígase trenes, listas de espera, notarías o mercados, por solo poner esos ejemplos.
Las palabras de Isabel (prefiere que no digamos sus apellidos), quien fungió durante años como ferromoza en el coche 3 Habana-Manzanillo, recuerdan la dignidad y el decoro que siempre caracterizó a las mujeres y hombres del sector. Para ella, como para muchas personas honradas, resulta inaceptable lo que en reiteradas ocasiones ocurre en el servicio de los trenes.
En sus tiempos, dice, resolver capacidad para un pasajero se hacía sin mediación de dinero; si había posibilidad, ayudaban a la gente.
“Los asientos se vendían por pueblos y se ocupaban a medida que el tren paraba”. Explica que si algún viajero quería continuar y expiraba su pasaje, por ejemplo, en Matanzas, el conductor le giraba el boletín y permanecía sentado.
Recuerda que en su caso, el coche llevaba asientos vacíos hasta Camagüey. “Allí se ocupaban porque eran los de esa provincia. Antes de llegar a los pueblos, la jefa de brigada chequeaba los que bajaban en cada lugar para informarlo a las estaciones. Si el expendio de boletines estaba cerrado, el conductor autorizaba a subir a los viajeros y les buscaban asientos… Además, los inspectores verificaban en todos los tramos. Nunca se cobró un pasaje y yo mucho menos”, subraya.
En ese entonces, don dinero no mediaba para resolver esas situaciones. Isabel lamenta que hoy casi todo el mundo quiera alguna recompensa monetaria: “Yo trabajé por 111 pesos con mi moral muy alta y no me beneficié de nadie. ¿Quién controla ahora? ¿Hay inspectores? ¿Quién para la corrupción? ¿Todo se compra?”, manifiesta con inquietud, y añade: “¿Qué podemos hacer? Hace falta una carga de revolución para acabar con tantos bribones que lucran con la necesidad del pueblo”.
Tiene toda la razón. No es posible que a costa de la necesidad de muchos, unos cuantos quieran beneficiarse mediante la corrupción y el soborno.