El crecimiento del producto interno bruto (Pib) planificado para este 2015 precisa de que los aportes de la agricultura superen el índice previsto para la nación, es decir, sobrepasen con creces el 4 %, e impacten en la dinámica de las cadenas productivas que marcan más puntos en la nueva riqueza creada.
Tal condición no es negociable ni aplazable para un sector en el cual, desde hace varios años y sucesivamente, se ejecutan programas de desarrollo y políticas que sueltan las ataduras de la fuerzas productivas. Mientras no se decida otra cosa, como sector primario de la sociedad, a la agricultura le corresponde empujar la economía desde su amplísima diversidad de producciones.
¿Cómo garantizar tal crecimiento si en los últimos años el aporte del agro al Pib ha disminuido desde 5,7 % en el 2002 hasta 3,8 % el año anterior? ¿Cómo lidiar con un clima cada vez más cambiante y adverso para las producciones agropecuarias? ¿Cómo enfrentar el deterioro de los suelos y la escasez de agua para irrigar los cultivos y abastecer a los animales?
No habrá magia ni milagros. Solo la inteligencia, las estrategias que se apliquen en la utilización de los recursos humanos y materiales, y la generalización acelerada de los logros científicos de los institutos de investigaciones del patio y los foráneos, combinados con la experiencia ancestral de los productores podrán llevar a la materialización de tal empeño.
Es lógico que en Cuba no se pueda producir todo, ningún país alcanza esa ambición; hoy el propósito es reducir, al menos a la mitad, la brecha entre lo que se obtiene de nuestra tierra y lo que se importa. El dinero ahorrado de los 2 mil millones de dólares que se destinan a comprar alimentos se emplearía en financiar recursos, introducir tecnologías y estimular a los productores; al menos esa es parte de la política que se ha hecho pública.
Las inversiones ejecutadas para las producciones de granos, café, cacao, tabaco, miel de abejas, leche vacuna y otras que demanda el sector del turismo, tienen que rendir los frutos esperados porque son las que más contribuyen a las exportaciones y a la sustitución de importaciones. Ese sería el aporte efectivo al aumento del Pib.
Nuestro país tiene todavía un gran potencial por explotar en las semillas. La mayoría de lo que se cosecha se hace con simientes nacionales —otra parte se adquiere en el exterior—, pero no se logran los rendimientos probados ni en áreas de experimentación ni por los mejores productores. Ese es un mal que se debe desterrar con mayor disciplina, organización, control y con el aseguramiento a tiempo de los recursos materiales y lo más cerca posible del campo.
Otra reserva está en la genética animal. La inversión de la tenencia de los rebaños, ahora mayoritariamente en manos de campesinos y cooperativistas, conllevan una exigencia por el mejoramiento de la masa, ya sea mediante la inseminación artificial o con sementales de razas; así obtendrán más leche o carne según sea el propósito.
Anualmente se desembolsan sumas millonarias para adquirir 40 mil toneladas de leche en polvo, lo que podría evitarse si se produjera el doble de los registros actuales en el país; otro tanto sucede con la carne de pollo, de la cual se compran en el exterior unas 130 mil toneladas anuales a precios que están entre los mil y mil 200 dólares.
Los resultados de las alternativas aplicadas para la producción de carne de cerdo —crece cada año, cumple lo proyectado y en buena medida sustituye importaciones— y en la cosecha de frijoles, evidencian la capacidad de respuesta de los agricultores.
Tal como en una subasta de valores, para lograr el crecimiento del Pib que requiere el desarrollo, lo que importa es el peso que tengan los aportes en la formación de la riqueza. Las autoridades del país apuestan por la agricultura; la lidia está en manos de los agropecuarios, que pueden sacudirse el polvo del camino y comenzar a escribir otra historia: la de la eficiencia en la diversidad de sus ramas; entonces, ¿quién da más?